Yo creo que la tarea de ser y estar consciente, nunca termina. Es una labor permanente que, debido a su exigencia y necesidad de presencia activa, es agotadora, por el consumo de energía debido a la impericia.
En la vida cotidiana es importante esta consciencia, porque es frecuente escuchar el comentario de que, en medio de una discusión, se utilizan expresiones hirientes, dañinas o sin sentido, buscando propinar golpes bajos, para luego dar la estocada final que silencia al otro y lo deja fuera de combate.
¿Acaso se necesita vencer al otro, sabiendo que a quien hay que vencer y dominar es así mismo?
Cuentan que muy cercano a su muerte el maestro Zen Mu-nan tenía sólo un sucesor. Su único discípulo se llamaba Shoju.
Cuando Shoju terminó sus estudios de Zen, su maestro Mu-nan le llamó para conversar de un tema importante y en tono meditativo y sereno le dijo: -me estoy volviendo viejo y tú eres el único que continuará esta enseñanza. Aquí hay un texto que ha pasado de maestro en maestro durante siete generaciones. Yo, personalmente también lo he enriquecido con algunos elementos de acuerdo con mi comprensión. El libro es muy valioso y te lo doy como señal de tu sucesión-.
-Si este documento es tan importante, usted maestro, debería conservarlo-, respondió el discípulo Shoju. Y continuó -yo he recibido su Zen sin escritura y estoy satisfecho con él, como es-.
Lo sé, dijo Mu-nan; -como te he dicho esta obra ha pasado de maestro a maestro durante siete generaciones, así que puedes conservar el libro como símbolo de que has recibido la enseñanza. Tómalo, agregó y extendiendo sus dos manos se lo entregó.
En ese momento, los dos estaban sentados hablando frente a una pequeña fogata. En el instante en que Shoju sintió el libro en sus manos, inmediatamente lo lanzó a las llamas para que se consumiera. Definitivamente, no tenía deseo de posesiones.
El maestro Mu-nan que rara vez se enfadaba, gritó: - ¡qué estás haciendo! -.
A lo que Shoju respondió con un grito también: - ¡qué estás diciendo! -.
Cuando medito este koan, me doy cuenta de que la fogata representa una calurosa discusión, donde el fuego lo consume todo con sus llamas de egoísmo, ira y resentimiento.
El discurso del maestro y del discípulo, no es escuchado por ninguno de los dos. Cada uno cree tener su razón.
Quemar el libro, significa quemar el deseo y la ilusión del otro.
Gritar implica un gesto de incapacidad para razonar y compartir desde la escucha atenta, lo que el otro está diciendo y haciendo.
Qué bueno sería, que estas discusiones familiares y de pareja, por el encierro que trae la convivencia, pasaran de una acalorada discusión a una entretenida controversia.
Luego cuando el fuego se apaga y todo se enfría, queda rondando la pregunta: ¿Qué estoy diciendo? Y ¿qué estoy haciendo?
La palabra tiene poder sanador, así como al mismo tiempo tiene el poder para enfermar y hacer daño, no sólo por lo que se dice, sino principalmente por la manera como se dice.
Yo creo que cuando una persona dice algo con emoción inconsciente, nos muestra el paraíso o el infierno que habita en su interior.
Aquí y ahora, en este tiempo de cuarentena forzada, es la oportunidad para estar conscientes, serenar la mente y aclarar el pensamiento; así la palabra fluirá como una maravillosa fuente para comunicar y llenar de vida y no de muerte, la relación con el otro.