Una ayuda que incapacite… no es ayuda

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Yo creo que una ayuda que incapacite no es ayuda.

A veces nuestras ganas de ayudar no nos permiten ver más allá de la apariencia de indefensión del otro y entonces, sin contar con el ayudado…nos convertimos en un buen servidor, prestos a ofrecer nuestra colaboración y conocimiento, pero sin contar realmente con las consecuencias que se generan con nuestra ayuda.

Tal vez porque hay algo que no vislumbramos en el momento de ayudar, y es la respuesta a esta pregunta: ¿será que nuestra colaboración empeora el cuadro, porque convierte en “inútil”, (o al menos podríamos hacerlo sentir así), a quien pide ayuda?

Es decir, un proverbio chino enseña que: “Si quieres darle de comer a un hombre un día,
dale un pescado. Si quieres darle de comer toda la vida, enséñale a pescar”. Eso corrobora que si alguien te pide cierto tipo de ayuda, hay que evaluar si es pertinente darla o no, porque la idea es habilitarlo, para que pueda auto-apoyarse y dependa menos del socorro de los demás.

Será que con nuestro accionar generoso, ¿estamos convirtiendo en “menos capaces” a aquellos que nos piden ayuda y exageramos el auxilio y por lo tanto no les permitimos que se sientan autónomos y poderosos para realizar la tarea, motivo de la petición de ayuda?

O será que: – ¿en el fondo queremos que dependan de nosotros? -

Aquí no se trata de no ayudar o no colaborar. Creo que más bien la idea es evaluar hasta dónde debe ir mi ayuda, para realmente ser eficiente, en la respuesta al pedido de apoyo. Y sobre todo sin subestimar la capacidad de quien solicita el acompañamiento.

El niño, por ejemplo, aprende desde muy pequeño que si se muestra ignorante o desconocedor de algo… logra entonces, que un adulto venga a salvarlo y le solucione el problema. Entonces, como hay conflictos, proporcionales al niño, que él debe resolver, para aprender los mecanismos de la resolución de problemas, por lo tanto, mal haría el adulto, si entrar a solucionarle el “rompecabezas”, que el infante en su proceso de aprendizaje, debe ser capaz de armar.

De otro lado, si vivimos con personas mayores, tampoco es bueno estar pendiente del más mínimo detalle, para colaborar y ayudarles, porque vamos acelerando el proceso de pérdida de la confianza en sí mismos y de su capacidad para auto-valerse; porque quienes le rodean, están al lado para dirigir su vida: -“papá: no salga a la calle solo”-, -mamá: “deje eso, que yo lo hago”-, “venga yo lo visto”, o “tranquilo, no se moleste que yo le soluciono ese tema”.

Hay personas que se especializan en pedir ayuda, para tener un séquito de sirvientes que se encarguen de todo, ya por comodidad, pereza o en el peor de los casos, por propia inutilidad.

No podemos ser la memoria auxiliar de otros, no podemos ser la agenda que recuerde citas y compromisos, ni podemos jugar al reloj despertador para evitar que el “niño” llegue tarde a la universidad, y mucho menos hacerle la tarea, que él puede y debe hacer.

La independencia en ciertos menesteres de la vida es una tarea personal, propia, inaplazable e intransferible que yo solo debo emprender. Por lo tanto, yo creo que, una ayuda que incapacite no es ayuda.

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