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¿La cita con Petro marca el final de Uribe, o es un empujón?

El expresidente reconoció la “derrota” tras los malos resultados del Centro Democrático en la elección de Congreso. Pero su voz aún tiene peso y por eso el mandatario electo lo buscó. ¿Estrategia de supervivencia?

  • El expresidente Álvaro Uribe y el mandatario electo, Gustavo Petro, se reunieron el miércoles en Bogotá. FOTO Cortesía
    El expresidente Álvaro Uribe y el mandatario electo, Gustavo Petro, se reunieron el miércoles en Bogotá. FOTO Cortesía
03 de julio de 2022
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Si algo le es difícil a Álvaro Uribe —el curtido hombre que desde la periferia cambió la política, y a quien pocas cosas en la vida le quedan grande— es retirarse de la política. Ya ha demostrado que le resulta difícil hacerse a un lado de los debates de país.

Sigue siendo frentero, como dicen quienes lo conocen que ha sido desde que incursionó en el servicio público por allá en la década de los 80 en la Aerocivil —un cargo que a los ojos de sus críticos no estuvo, como otros episodios de su vida, exento de controversia—, y por eso no pasaron ni 24 horas para que aceptara verse cara a cara con quien ha sido su más férreo contradictor de las últimas dos décadas.

Primero fue el presidente electo, Gustavo Petro, quien dijo que quería hablar con Uribe. Y luego fue el exmandatario el que contestó que listo, que se vieran. Y es por esto que el miércoles, en una oficina del norte de Bogotá, se logró la primera imagen de dos líderes que llevan al menos 20 años de crítica mutua (“sicario moral” y “auspiciador del paramilitarismo” son apenas algunos dardos que se han lanzado) y de una feroz oposición a los planteamientos del otro.

El registro ese día fue histórico y EL COLOMBIANO no dudó en calificarlo en su portada del jueves como “la foto de la paz”. Pero, conociéndose como solo ellos lo saben, ambos han expresado en privado a su círculo íntimo la duda sobre qué tanto podrá durar el canal de diálogo directo que acordaron mantener. Los dos, eso sí, quieren que perdure y un sector importante de la opinión también. De hecho, así se lo expresaron entre ellos durante los primeros 30 minutos que estuvieron plenamente a solas.

“La economía, la seguridad y el futuro inmediato del país son temas que, desde perspectivas diferentes, les interesan a ambos. Ellos lo saben. Por eso, se puede decir que tal vez fue más difícil acomodar sus agendas y encontrar un sitio neutral para que se diera la cita, que definir unas líneas temáticas para abordar”, aseguró una persona enterada de los pormenores del encuentro político más importante de los últimos tiempos.

Ese entendimiento, de entrada, marca un desafío y es que el ambiente cordial desde la diferencia se mantenga, que en ambos perdure la intención de dialogar de forma directa como ya lo acordaron. A Uribe, por un lado, le conviene porque le da vigencia política y, además, es que su voz es aún de mucho peso en el quehacer nacional. Y a Petro, por el otro, le sirve en la medida de que ayuda a mantener apaciguada —al menos en parte— una tendencia ideológica que si pasa a la oposición férrea puede frenarle su gobernabilidad, como ya se vio en 2014 cuando el uribismo se opuso de frente y casi le daña la reelección a Juan Manuel Santos.

La diferencia radica, según fuentes del entorno de Uribe, en que el expresidente ve a Santos como un “traidor” en quien no se puede confiar; y dicha postura la mantuvo luego de sentirse ninguneado cuando ganó el ‘no’ que él lideró en el plebiscito por la paz y —pese a las citas en Palacio en ese 2016— dijo que sus opiniones nunca fueron escuchadas. A Petro, en cambio, lo ve como un adversario que le dice de frente lo que piensa.

“Lo que sigue ahora es hacer perdurable en el tiempo esa disposición al diálogo, que los dos la quieren, pero que puede tener tensiones con las acciones que el nuevo gobierno tome tras su posesión, aunque ese es el riesgo de la democracia. No piensan igual y tampoco lo harán, pero Uribe respeta que Petro sea el presidente y Petro reconoce el rol que ha tenido Uribe en el país”, le confirmó a este diario otra persona enterada de los pormenores de la cita.

¿Perdurará esa cordialidad en la diferencia? Es complejo preverlo, pero todo esto que pasó sí dejó claro que Uribe —un exmandatario que salió en 2010 de la Casa de Nariño con una imagen favorable por encima del 85 % y que, en contraste, en este 2022 está pendiente de saber qué pasa con el expediente penal que enfrenta por posible manipulación de testigos— aún tiene gasolina política para mantenerse en el debate público. Incluso, por eso tiene partido propio: el Centro Democrático.

¿Ocaso o renacimiento?

Tras las elecciones del pasado 13 de marzo, que fueron un golpe duro para el uribismo que pasó de tener 19 curules en el Senado y 32 en la Cámara (con 2,5 millones de votos) a solo lograr en esos comicios legislativos 14 y 16, respectivamente —con 1,8 millones de votos—, no pocos fueron los que vaticinaron el ocaso del exmandatario. Él mismo, incluso, habló de “derrota” luego de esa cita en las urnas.

Además, su partido se quedó sin candidato después de que ninguna coalición, ni si quiera la de centro-derecha, admitiera a un deslucido Óscar Iván Zuluaga. Uribe, el frentero, lo asoció a lo golpeado de su imagen por el proceso judicial que en agosto de 2020 lo llevó preso (casa por cárcel) durante 66 días. En Barranquilla llegó a decir —hace unos meses— que su presencia junto a cualquier candidato terminaba afectándolo.

Eso derivó en que para la primera y segunda vuelta (en las dos ganó Petro), Uribe —el político— no apareciera en público apoyando a nadie, aunque se sabía que él y el grueso del Centro Democrático estaban jugados por Federico “Fico” Gutiérrez y Rodolfo Hernández. Solo se le vio una vez en Popayán denunciando el asesinato en junio (antes de segunda vuelta) del líder misak Jesús Antonio Montaño, quien era cercano suyo.

Pero ese exmandatario acorralado que terminó siendo una suerte de “patito feo” al que se respeta, pero al que nadie quería cerca en pleno proceso electoral, terminó siendo solo una foto de un momento específico de la contienda política que parece ya estar en el pasado.

“Yo creo que no hay que pasar facturas”, aseguró el mismo Uribe tras su cita con Petro. “Comenzó la era del diálogo”, respondió el mandatario electo en referencia al encuentro. Y ahí, al menos por ahora, terminó reeditado el expresidente para el debate público nacional.

De hecho, volvió a asumir las riendas públicas del Centro Democrático y, a pesar de la resistencia de algunos como María Fernanda Cabal y Miguel Uribe, llamó a su bancada a reflexionar sobre las propuestas de Petro para apoyar lo que sea conveniente y rechazar lo que se considere inviable. Las líneas rojas están en la defensa de la propiedad privada y en evitar cargas tributarias demasiado altas a las empresas que deriven en fugas de capitales.

Y, según el representante Juan Espinal, hay otro punto no menos polémico y es que, según su versión, Uribe le pidió a Petro cumplir con el cronograma de Hidroituango y sacar al alcalde de Medellín, Daniel Quintero, de las mediaciones de empalme que el mandatario electo hace con la sociedad antioqueña. Eso, hasta ahora, no tiene respuesta oficial del nuevo presidente.

Y una más. Uribe, esta semana, criticó con bríos el informe final de la Comisión de la Verdad, de la que dijo “nació de desconocer un plebiscito”, mientras que el padre Francisco de Roux, líder de esa instancia, se refirió a la cita con Petro así: “Eso nos hace pensar que estamos entrando en un escenario distinto”.

En todo caso, Uribe hay para rato, con polémicas a cuestas y con un expediente penal por resolver, del que dijo no le mencionó nada a Petro. Pero el expresidente sabe, y muy bien, que un camino casi que directo a recuperar el poder es la oposición directa al mandatario de turno. Lo recorrió desde 2014 y en 2018 puso a Iván Duque en la Casa de Nariño; ¿ahora intentará pavimentarlo de nuevo para el 2026 cuando se acaba el mandato de Petro?

Los que conocen de política dicen que su fin último, el de la política (¿también el de Uribe?) es el poder. Habrá que ver.

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