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El Tapón del Darién, en la frontera de Colombia con Panamá, es una de las regiones más difíciles de vigilar para la Fuerza Pública, por su clima tropical, selva inexpugnable y ausencia de carreteras.
Esas condiciones, sin embargo, lo convierten en una “autopista” para grupos que trafican con armas, droga, oro y migrantes, entre ellos el frente 57 de las Farc, sus disidentes y “los Urabeños”.
El área incluye jurisdicciones de Antioquia, Chocó y la provincia panameña del Darién, con una serranía, vertientes de los ríos Atrato y Tuira, accesos a tres golfos y salidas al mar Caribe y océano Pacífico. Toda esa geografía es tenida en cuenta por las mafias que mueven sus negocios ilícitos entre Centro y Suramérica.
Un agente antinarcóticos que trabaja en la zona, inmerso en la persecución contra “los Urabeños”, cuenta que la topografía dificulta las operaciones, afecta los sistemas de comunicación y pone en riesgo la vida del personal.
“Para llegar hasta allá toca hacerlo en helicóptero o infiltrándonos con fachadas, es decir, haciéndonos pasar por pescadores y campesinos, moviéndonos en chalupas y a pie”, relata el uniformado. Los grupos ilegales que actúan en la región desde 1980 tienen puntos de vigilancia estratégica, que anticipan las aproximaciones de los comandos.
El Tapón del Darién es apenas uno de los cerca de 30 corredores que, sin necesidad de pavimentación, unen las economías del bajo mundo en nuestra nación y por eso son altamente codiciados.
Forma parte de un trayecto más extenso, que termina entrelazando la Costa Pacífica colombiana, desde Chocó hasta Nariño y Ecuador.
Es tal la importancia de esta conexión, que al menos la mitad de las 2.005 estructuras de crimen organizado detectadas en Colombia ejercen influencia en alguno de sus tramos, incluidas las guerrillas. Además de múltiples senderos selváticos, afluentes y desembocaduras, ofrece rutas de salida hacia el océano Pacífico, para la exportación de cocaína o la importación de armas.
Esta región concentra el mayor número de hectáreas sembradas con coca, 40.594, según el último censo de cultivos de la ONU. Eso equivale al 42% del total nacional. Los municipios más codiciados para este fin son Tumaco, Barbacoas y Olaya Herrera (Nariño), así como El Tambo (Cauca).
El vicealmirante Ernesto Durán, jefe de Operaciones Navales de la Armada, dice que las zonas más críticas del corredor son Urabá (norte) y Tumaco (sur), donde se concentran los mayores flujos de las empresas ilícitas.
“A través de las interdicciones en mar y costas, hemos visto mucha participación de mexicanos, ecuatorianos y centroamericanos en esos trayectos. Para las organizaciones extranjeras -anota- es un corredor fundamental”.
En el Pacífico nace también una de las principales rutas para el comercio de marihuana. Atraviesa el centro de la nación. Se transporta la mercancía en camiones y llega al norte por los santanderes. La banda “los Caucanos” la usa para surtir plazas de vicio en las ciudades del interior, como Medellín, Bogotá y Bucaramanga.
En Antioquia, las estructuras delictivas, desde los tiempos del cartel de Medellín, han buscado consolidar su presencia en un “triángulo estratégico del narcotráfico”.
En las puntas del triángulo hay una zona de cultivos (Bajo Cauca y Nordeste), una plataforma de exportación (Urabá) y un lugar para el lavado de activos (Valle de Aburrá).
De allí que los delincuentes busquen corredores para interconectar esos lugares. Se destacan el Nudo del Paramillo y los ríos Cauca, Atrato y Magdalena, que permiten desplazarse a otros departamentos.
El incremento de la explotación aurífera desde 2012 añadió otro atractivo a esos corredores, por donde no solo se mueven las rentas de los yacimientos, sino sus insumos, como maquinaria, combustible y dinamita.
Desde y hacia el Valle de Aburrá, donde se invierten las ganancias ilegales (propiedad raíz, comercio, juegos de azar y demás), los corredores predilectos son las propias carreteras que acercan las subregiones de Occidente y Oriente a la capital paisa.
El coronel Wilson Pardo, comandante de la Policía Antioquia, observa que es fundamental cubrir las vías intermunicipales, por donde las mercancías clandestinas viajan camufladas en el enorme flujo comercial de la región.
El corredor más crítico de la actualidad, según él, es el que conecta a las subregiones del Bajo Cauca, Norte y Nordeste.
“Para los grupos ilegales, esa es una ruta para llevar droga y oro a la Costa Atlántica. El tramo está lleno de caminos inhóspitos; en la parte rural de Ituango, por ejemplo, uno se encuentra montañas de 3.000 metros, avanza un poco y aparece otra de 4.000, y para pasar de una a otra hay que cruzar ríos y campos minados”, señala el oficial.
La serranía de la Macarena y la cordillera Oriental son accidentes geográficos aprovechados por facciones del centro y el sur del país para arrimarse a Bogotá, siendo las Farc y el Eln los que más los han trasegado.
Gracias a los planes de las Fuerzas Militares, no lograron establecer tropas en cercanías a la Capital; pero por allí se transportan insumos para estupefacientes y dineros calientes para comerciar en suelo bogotano y sus alrededores.
La metrópoli más poblada del país está también en la ruta de grupos que operan en los Llanos Orientales. Para estos, el río Meta y sus afluentes forman una trama de caminos por donde pueden transportar mercancías y personal, mientras evaden el control estatal.
En su parte más oriental, los Llanos ofrecen una vasta planicie que sirve para conectar a Colombia, Venezuela y Brasil. El tráfico de armas es uno de los negocios que aprovecha esta particularidad, moviendo arsenal y municiones por canoas, a lomo de animal o lanzándolos de avionetas.
Otro de los puntos frecuentados por la mafia es el norte, tanto por el acceso al mar Caribe, como por los mercados que se abren en Venezuela.
La subregión del Catatumbo (Norte de Santander) es la central de producción de cocaína en este punto y sus cultivos representan el 12% del total del país. De ese producto se lucran clanes colombianos, como “los Pelusos”, las Farc, “los Urabeños” y “los Rastrojos”, y venezolanos, como el “Cartel de la Guajira” y el “Cartel de los Soles”.
Además del desierto de La Guajira, los ilegales usan las trochas de las serranías de Los Motilones, Santurbán y Las Preciosas, al igual que el río Sardinata.
Al tráfico de cocaína lo acompaña el de migrantes, pero es el contrabando el que le da su particularidad a esta frontera, plagada de desigualdad social. El fenómeno también se da al otro lado del país, en el sur, donde Nariño, Putumayo y Amazonas se cruzan con Ecuador, Perú y Brasil.
Las autoridades calculan que el 60% de la cocaína colombiana se exporta desde las costas nariñenses, cuyas veredas albergan cientos de laboratorios y el 31% de los cultivos cocaleros del país.
El historiador y analista del conflicto, Darío Acevedo, cree que la Fuerza Pública no está concebida para permanecer estacionada en sitios tan agrestes y despoblados, sino para hacer vigilancia en tiempos definidos. “La única forma en que se lograría que la delincuencia abandone estos corredores, es negociando el sometimiento de todos los actores, incluyendo las bandas”, comenta.
Con la desmovilización de las Farc en curso, la preocupación por los corredores se reactiva en las fuerzas del Estado, pues se trata de un botín para la economía y logística de cualquier organización criminal. El que los ocupe primero, los conozca y los domine tendrá la delantera.