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La paradoja de Alejandro Gaviria, el ministro racional

Tras cuatro años al mando de la salud, Alejandro Gaviria enfrenta ese reto desde la otra orilla.

  • Alejandro Gaviria, ministro de Salud desde el 2012. Uno de los más “viejos” del Gobierno. foto donaldo zuluaga
    Alejandro Gaviria, ministro de Salud desde el 2012. Uno de los más “viejos” del Gobierno. foto donaldo zuluaga
12 de junio de 2017
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“La vida es incierta. Azarosa. Da giros imprevisibles”. De rostro adusto y ceño fruncido, el ministro de Salud, Alejandro Gaviria, habla rápido pero sin alterarse un pelo, sin siquiera mover los brazos. En el atardecer del 20 de febrero del año pasado, el dueño de la papa más caliente del Gobierno no estaba enfrentando la feroz y usual crítica de la opinión pública sino a 443 graduados universitarios en Cali.

Del Ministro encargado del criticado sistema de salud, del “banquero calculador” que retratan sus opositores, salió esa tarde una reflexión de la vida, algo sorpresiva para alguien que no cree en designios divinos ni destinos trazados. Siempre una paradoja.

Esta no solo se ve reflejada en su vida pública, que muestra a un declarado agnóstico tomando el reto de aplicar lo que predicó como funcionario con su propia enfermedad, un cáncer que tiene altas posibilidades de supervivencia.

También queda demostrada en su trayectoria polifacética, que empezó como ingeniero civil, lo llevó al terreno de la economía y acabó desembarcándolo en el Ministerio de Salud, rodeado de médicos que no le auguraban más de dos meses en la cartera, pero que hoy lo ven llegando a su quinto año al mando.

También en como lo ven amigos y opositores. De Alejandro Gaviria se dice que es sensible y empático, tanto como que es frío y palabrero.

En una de sus últimas lidias políticas, defendió a capa y espada el impuesto a las bebidas azucaradas, pero a sus días nunca les falta, como mínimo, una Coca Cola.

Tampoco parece importarle mucho. Sus libros dejan constancia de un profundo desinterés por las vidas con un solo camino y quienes creen que existen soluciones totales.

“Todo lo que pasa tiene probabilidad cero, pero pasa. El azar puede casi siempre más que la voluntad”, es otra de las frases de su autoría.

Personas cercanas a Gaviria corroboran ese mundo de cuestiones inexplicables que forman su personalidad. Su hermano Pascual dice, por ejemplo, que no tiene idea de dónde surgió el amor por el vallenato.

Nacido en Santiago de Chile hace poco más de 50 años y criado en Medellín, en una familia muy tradicional, Pascual no halla en su memoria recolección alguna de cantos vallenatos sonando en el estéreo de la casa.

“Debía tener 14 o 15 cuando íbamos a comprar sus discos de vallenato en el Éxito de El Poblado, a inicios de los 80. Así que ni idea de dónde salió esa goma. Aparte porque en el colegio había el auge de los rockeros y en esa época ni siquiera había aparecido Carlos Vives”, recuerda.

A pesar de ese gusto que él mismo se inculcó, sus amigos no lo definen como un rumbero, aunque no niegan que cada cumpleaños suyo es amenizado con un conjunto o una papapayera.

“Es fundamentalmente un intelectual. No conozco a nadie que haya leído tanto. Cuando está en su casa se la pasa en eso y en su escritorio siempre hay algún libro”, confiesa Fernando Ruiz, amigo cercano que también fungió como su viceministro.

Médico de oficio y, a priori, un potencial crítico de la hoja de vida de Gaviria como Ministro, Ruiz cuenta que no lo conocía antes de su nombramiento: “Yo escribí un libro y él me citó a su oficina. Después de charlar, me dijo que quería que trabajara con él. Fue la cosa más inusual”.

El tipo sensible que describe Ruiz no parecería ser el mismo que se ha enfrentado a debates públicos con todo tipo de rivales en orillas tan diferentes. Desde su pelea “divina” con el procurador Alejandro Ordóñez por el tema del ateísmo, hasta una muy crucial como la que lo enfrentó con la paciente oncológica Camila Abuabara frente a los procedimientos experimentales y el costo que conllevan al Estado.

Sin embargo, para Carlos Dáguer, asesor del despacho de Gaviria, su faceta pública no riñe con la forma como funciona en el trabajo: “él actúa por principios. No se aferra ni se deja imponer nada”.

Para sus críticos, los contrastes del Ministro fueron los que lo pusieron en su posición y lo que lo ha mantenido.

“Es un tipo astuto y palabrero. Un banquero que se viste de académico y llegó al Ministerio porque Santos necesitaba a alguien que disfrace los negocios y los haga pasar de política de salud”, dice de él un crítico de vieja data en el Congreso, que considera que esas características le han permitido sortear la crisis con las EPS.

Para bien o para mal, en la misma formación de Gaviria se pueden encontrar pistas de las bases de su personalidad.

Hijo del exrector de Eafit, Juan Felipe Gaviria, la familia se mantuvo en una orilla liberal en una sociedad antioqueña conservadora y celosa de preservar las llamadas “buenas costumbres”.

El mismo Gaviria lo confiesa y advierte de los peligros de caer en la que llama “la trampa del aplauso”. Por eso, consciente de las aristas de la vida que lo han llevado a este punto, hasta en los momentos inquietantes de toda enfermedad, se mantiene en una orilla crítica, admitiendo que es perdido hacer planes. Después de todo, recordando sus palabras de aquella graduación, “la resignación inteligente es una necesidad de la vida”.

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