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Óxido y tinta: manifiestos por los cuerpos

La sexta exposición de Espacio 9m2 explora el taller de Daniel Moná, artista interesado en las figuras y las comunidades humanas.

  • Sin títulos. Serie: Manifiestos. Técnica: grafito, tintas, óxido y hollín sobre papel reciclado, 23 x 23 cm, 2020-2021.FOTOS Cortesía

    Sin títulos. Serie: Manifiestos. Técnica: grafito, tintas, óxido y hollín sobre papel reciclado, 23 x 23 cm, 2020-2021.

    FOTOS Cortesía

  • Óxido y tinta: manifiestos por los cuerpos
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  • Óxido y tinta: manifiestos por los cuerpos
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  • “La serie se adentra en las dinámicas del espacio y el cuerpo, pero soportada en la gestualidad bruta de los materiales sobre el papel y en la insinuación de escenarios a través de la sombra, la mancha y el residuo”.Daniel G. MonáArtista plástico de la Universidad Nacional, sede MedellínFOTO Cortesía

    “La serie se adentra en las dinámicas del espacio y el cuerpo, pero soportada en la gestualidad bruta de los materiales sobre el papel y en la insinuación de escenarios a través de la sombra, la mancha y el residuo”.

    Daniel G. Moná

    Artista plástico de la Universidad Nacional, sede Medellín

    FOTO Cortesía

17 de mayo de 2022
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Por Luis Fernando Quiroz Jiménez

Brumas, humo y sopor. Una silueta escapa del telón de fondo y se realza frente a una multitud difusa. Se alza, acaso, en contra de ella. Podría tratarse de la masacre de Las Bananeras o del pretendido “paro armado” del Clan del Golfo. De cualquier instante previo a uno de tantos asedios en contra de nuestra sociedad civil. Nadie se mueve. Una niebla impenetrable recuerda las montañas de Antioquia. En otra escena, la tonalidad parduzca sugiere, en cambio, el recio sol de Córdoba o los Llanos. Junto al negro, estos dos colores dominan la serie “Manifiestos” de Daniel Moná. Y, quizás como eco de la emblemática pintura de Alejandro Obregón, surge la primera palabra para intentar comprender lo que se ve: violencia.

Quien organiza la exposición de “Manifiestos” presenta una sonrisa franca, personal, con identidad: Guillermo Oliveros; todo lo contrario a la intuición primeriza de las siluetas anónimas. Guillermo es el responsable de Espacio 9m2, llamado así en referencia al área dispuesta en su apartamento en el clásico edificio Laureles para el montaje de “artistas emergentes”, casi siempre invitados por él mismo. En realidad, los nueve metros cuadrados pueden tenerse por espacio para exposiciones temporales; el resto de su apartamento-galería, idea por la que se decidió a finales de la cuarentena, constituye por su propia cuenta una exposición permanente, una suerte de estética extendida para acoger las obras por las que se iluminan, con cita previa, aquellos metros cuadrados. El criterio general de la colección personal con piezas de Beatriz González y Luis Caballero, entre otros: la exploración del cuerpo. Y también ella se halla en la obra de Moná.

En Espacio 9m2 vemos siete obras de “Manifiestos”. Instaladas sobre metal oxidado y, más que dibujadas, esculpidas, labradas sobre papel reciclado, preludian otra obra, de mayor formato y técnica distinta, destacada en un muro solo para ella. Pertenece a la serie “Cuerpos transversales”. Esta vez, las siluetas quedaron plasmadas en nueve placas metálicas mediante ácido. Están reunidas, sí, pero sin ninguna formación grupal clara. Son apenas una muchedumbre azarosa bajo un cielo cerrado, como llegada por casualidad, tal vez solo para que sepias, negros y amarillos se vuelquen sobre ella. De las bocas de los asistentes emergen algunos sustantivos quizás más atinados que violencia: expectación, fantasmagoría, corrosión. Carente de título, al igual que todas las piezas exhibidas, alguien aventura un nombre para esta obra: “Los penúltimos días”. El artista sonríe y pondera la idea.

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Aunque lejanos los años de Obregón y el Bogotazo, todavía hoy es fácil anteponer la idea de la violencia política en el arte, y más ante la aparente repetición de los fenómenos. Pero la pretensión de que entre la experiencia colectiva y la producción artística haya una relación de causa y efecto, una representación directa y transparente de las vivencias, implicaría, en el mejor de los casos, reducir el arte a un simple testimonio —y, “sin elaborar”, “el hecho bruto no constituye un valor estético”, advertía Hernando Téllez—. En el peor de los casos, implicaría hacer de la vida nacional no un problema estético, sino un panfleto; de las obras estas o cualquiera otra, un pretexto para las cronologías vacías.

Y por esta misma vía de la simulación majestuosa, en la que todo cabe porque sí, también podría alegarse que las obras de Moná representan al público que asiste a la exposición, se saluda con torpeza o entusiasmo y escucha la declaración inaugural sobre la provocación que el artista halló en los dibujos de George Pierres Seurat y William Kentridge o en el concepto antropológico de no lugar. Pero que nadie se engañe: detonantes teóricos, supuestas influencias y referentes empíricos importan poco, ninguno determina ni la técnica ni las características formales, menos aún el resultado de conjunto.

Con un montaje que parte de “Manifiestos” y culmina con una obra de “Cuerpos transversales”, la idea de proceso es clara. El artista pone así a los espectadores ante una parte de su taller, dejando entrever una exploración que ha afirmado de forma consistente desde su paso por Artes Plásticas en la Universidad Nacional. A sus veintisiete años, ofrece una propuesta que debe empezar a comprenderse y juzgarse en sí misma. Sin tal estímulo crítico, no cabe exigirle a nadie un desarrollo propio que discuta con la tradición.

En la entrada del apartamento-galería, la presentación del anfitrión así lo propone, centrándose en el “espacio” y el “sujeto”: “La serie construye unas atmósferas crípticas cargadas de potencia evocadora en las que los cuerpos humanos se sugieren [...]. Esos cuerpos, al borde de su desaparición entre el hollín, el óxido y el paso del grafito, componen una noción de comunidad imprecisa”. Sin embargo, preside sus palabras un dibujo que, si bien es parte de “Manifiestos”, pertenece también al patrimonio del coleccionista y contrasta con la exposición por el enmarcado profesional, hecho para la máxima conservación, para evitar, precisamente, la desaparición del grafito entre el hollín y el óxido. Nada de placas derruidas ni de papel expuesto a la humedad del aire.

“Cada coleccionista decide sobre la forma de conservar los dibujos”, apunta Moná, nacido en Medellín y criado en Niquía, y habla de su propósito por que las obras tengan “vida propia”, de que se degraden conforme pase el tiempo, aunque el proceso, ya se ve, puede intervenirse. “Para el montaje yo preferí reciclar metal de un taller. Siempre intento explorar distintos materiales y comprender su función antes de llevar a cabo una obra”, añade. La reutilización de materiales de cuño obrero y artesano, común también a las esculturas de la serie “Intrascendentes” y otras de sus obras pictóricas, encauza aquí la cuestión de cuerpos impersonales y comunidades imprecisas.

Una interpretación marxoleninista sería ahora otra salida fácil. Pero las obras carecen de providencialismo, de la épica colectiva a la que nos habituaron el lente pionero de Serguéi Eisenstein o los brochazos de Débora Arango y Pedro Nel Gómez. Quizás el espacio sí sea una clave en la obra de Moná, pero lo sería en cuanto él ha integrado en la técnica el conocimiento de que el espacio es tiempo. Y, dicho con un poema de Jorge Luis Argáez, hemos de mirar “Lo que el tiempo hace en el óleo / en las promesas  en las ideas / en el amor”. O en los grupos sociales. O en las exploraciones formales del artista. Pues todo lo que tiene vida propia habrá de morir, más pronto que tarde.

Los penúltimos días son aquellos en los que las utopías han perdido la iridiscencia frenética, la fe ciega en un triunfo que sacrifica el presente; son también aquellos en los que, con sobrio conocimiento de las posibilidades de desaparición de los cuerpos —el conflicto armado, otra virulencia incógnita, un botón nuclear, el colapso climático—, nos detenemos a preguntarnos por el camino que nos trajo hasta aquí, por lo que queremos hacer con todo ello. No es el momento de las distopías, de querer que retroceda la rueda de la historia o se adelante; como la dignificación que hace Moná del trabajo manual, es el momento de ponernos manos a la obra... y a las ideas.

***

La apuesta por la degradación de los materiales hará que cada exhibición de la serie y de las demás obras motivadas por la misma exploración luzca siempre distinta.

Esta exposición en Espacio 9m2, inaugurada el 28 de abril, estará abierta al público hasta el 19 de junio. Debe agendarse una visita escribiendo en WhatsApp al 314 6402587 o en Instagram a @espacio9m2.

En la Biblioteca EPM, en el parque de Las Luces, podremos apreciar en extenso “Cuerpos transversales”, también sin costo. La inauguración será este sábado 28 de mayo a las 4 pm.

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