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A comienzos de este año, Sergio Tiempo, 47 años, desempolvó unos cuantos recuerdos. Se topó con uno que le llamó la atención, un video que cree que fue grabado en 1999. Lo colgó en redes sociales y allí está él, 20 años atrás, interpretando la Ballade N° 4 en Fa menor de Chopin.
La grabación no revela tantos cambios físicos, en realidad a él lo que más le sorprendió fue pensar cómo se hubiera aproximado a esa pieza ahora, como quien vuelve a un libro décadas después y le parece que la historia se presenta de una manera diferente.
“Uno como interprete está de una u otra manera poniendo en juego todo lo que uno es como ser humano”, señala el músico nacido en Venezuela y de familia argentina. No se siente el mismo de hace 20 años y ni siquiera el de hace 24 horas.
“Como intérprete uno es un filtro, da una versión de una obra que es infinita y la va filtrando dependiendo de cómo uno está. Todos esos cambios y el conocimiento de uno mismo influye en qué clase de filtro uno es”.
Lo compara con la labor que desempeñan los actores con esas múltiples propuestas que tienen la posibilidad de imaginarse frente a un personaje e incluso una sola línea. La partitura sigue siendo la misma, él no. Vive en Bélgica, es un destacado solista.
El músico venezolano-argentino volverá a acercarse a Chopin y ofrecerá un concierto en el Teatro Metropolitano este miércoles en el que solo interpretará piezas del polaco. Es la tercera vez que visita Medellín, la primera se presentó con el violonchelista Mischa Maisky a finales de 2013.
De legados
Debutó cuando apenas tenía 14 años en el Concertgebouw de Amsterdam, aunque desde antes le ponían encima calificativos como “genio” y “prodigio”. Esas palabras que acompañan a ciertos disciplinados y talentosos desde muy jóvenes.
Su camino, además, se ha forjado con unas raíces fuertes ancladas en la música. Viene de una familia y un entorno de artistas que han podido hacer de la música una carrera. Su hermana Karin Lechner, su madre Lyl Tiempo, su abuelo fue Antonio De Raco y Elizabeth Westerkamp, su abuela. Todos ellos, pianistas. La argentina Martha Argerich, además, ha sido una de sus principales inspiraciones sobre la “visión” que tiene de la música.
La más reciente producción de Tiempo es Legacy (Legado), se la dedicó a todos ellos. Cada matiz del disco tenía un destinatario, fue un compilado de inspiraciones y homenajes.
Además de haber recibido esa primera inspiración que encausaría su vida hacia las teclas, dice que un legado fundamental que recibió de ellos fue “el amor por la vida misma, porque no es necesariamente algo tan obvio amar la vida”.
Por eso, para él, quien desde los tres años se sienta a tocar el piano, la música ha sido un lenguaje casi primario que le ha permitido entender mejor la vida. “No es un remedio en contra de la falta de amor, pero sí es un posible instrumento que te acerca hacia algo un poco más elevado”, concluye.
Chopin en un concierto
El repertorio que presentará este miércoles lo llevó a un festival en Bruselas llamado Chopin Days, dedicado al músico polaco. No tenía un programa tan premeditado. “Lo que sí tenía en mente era poner las dos sonatas, la segunda y tercera, como un sandwich de Chopin”, cuenta. Lo demás fue encajando por tonalidades y por un deseo más personal, el Nocturno No. 4, Op. 15 N° 1 en Fa mayor era el favorito de su abuela.
Emocionalmente es un concierto que viaja hondo, pero que para él es difícil de explicar porque más que momentos en ese concierto hay recorridos de emociones “en cada una de las obras, incluso en cada uno de los movimientos de cada pieza.
Se prepara para estrenar una que el compositor argentino Esteban Benzecry hizo para él. La presentará junto a la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles bajo la dirección de Gustavo Dudamel el 10 de octubre en California. Si bien aún no tiene fecha, espera publicar un disco que grabó con la colaboración de todos aquellos que en el piano, y muchas veces en la vida, han sido sus maestros.