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Ese título con el que Luis Fernando Peláez bautizó la exposición que abre hoy en la Galería de la Oficina, Cae la lluvia, parece inofensivo y no lo es.
Uno cuando lo pronuncia o cuando lo oye puede representarse la idea de una llovizna o hasta de un aguacero, pero pocas veces se imagina lo que queda después de que cae la lluvia, cuando esta ha querido borrar lo existente.
Objetos de metal y madera cubiertos con resinas forman paisajes minimalistas y con tan escasos colores como ocurre con la Naturaleza en invierno, que se ilumina apenas con reflejos de un cielo gris casi negro.
Esto es lo que uno puede sentir; no lo único. Porque el lenguaje de Peláez es sensacionista, un término del poeta nacional portugués Fernando Pessoa —de quien Peláez es lector y revisitador de sus lugares—: más que la realidad lo que existen son sensaciones y el arte es un medio para aumentarlas o para generarlas.
Al oír hablar a Peláez sobre su obra, parece que emitiera las palabras con gotero, como si no solamente las pensara sino que tratara de impedir que salieran, porque, a diferencia de otros artistas para los cuales un discurso que explique la obra es muy necesario, él cree que una creación que requiera explicación no subsiste por sí misma.
Con tirabuzón conseguí sacarle algo con respecto a ella. Dice que siente que esta exposición no es una suma de piezas artísticas sino una unidad. Una sola historia. Y que con respecto a eso del agua que inunda el mundo, es la obra la que naufraga.
Uno observa casas inclinadas en la superficie lisa que quiere ser agua, como si estuviera más hundida a un lado que al otro. Y la ve desde arriba, como nos han enseñado a verla en los noticieros de televisión con los sobrevuelos a las zonas anegadas, que muestran los techos del infortunio.
Hay una segunda sala en la Galería de la Oficina con paredes blancas, techos blancos y suelo blanco. Y en ella, curador —Alberto Sierra— y artista han dispuesto algunos elementos: maletas cubiertas de cemento dispuestas por pares para aludir a la realidad engañosa, a la realidad que no es, la que dicta un espejo que no está.
“Las maletas me han proporcionados siempre muchas miradas. Algo que viaja y habita en su interior. Hay levedad en ellas, algo sin peso, como en gran parte de mi obra”.
Y donde él percibe, gracias a ese blanco intenso y a esas maletas grisáceas, casi blancas, un vacío y una poética de los lugares, uno puede sentir en cambio que habita un paisaje de sueño, con las cosas descoloridas, en el que no hay densidad. El sueño de la ida, la ilusión de viaje, por qué no, de aquellos cuyos territorios habían quedado anegados después de que cayó la lluvia.
Él escucha silencioso las interpretaciones de cada cual, porque el arte es eso, una creación que suscita ideas y, más que ideas, sensaciones, de manera inmediata, en quienes lo viven.
Luis Fernando Peláez emprende “la búsqueda de un lenguaje con una voz propia”.
De este artista nacido en Jericó en 1945, con exposiciones en medio mundo, premios en el otro medio, con La plaza de Cisneros e intervenciones públicas en ciudades de Europa, debe subrayarse que esta búsqueda da cuenta de su sencillez —escasa entre los artistas— y de que en el arte nunca hay nada definitivo.