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En una época que se pierde en el tiempo, existió una gran escuela, una preciosa escuela a la que acudían millones de alumnos. Era bella, tenía jardines, lagos, ríos, campos de cultivo para practicar agricultura, grandes laboratorios para los científicos, museos para aprender historia, salas de concierto para música, teatros, escuelas de artes en general. Incluso estaba cerca de la costa para que en los océanos se estudiara la vida marina y se pudieran obtener recursos del mar. Allí se podía aprender el oficio que cada uno quería.
La escuela se había llenado de alumnos, cada vez eran más, tal vez más de los que podían recibir, pero la rectora, una mujer maravillosa y sabia, hacía su mejor esfuerzo por aceptar a los que llegaban.
Había tres tipos de alumnos: unos, la minoría, que buscaban aprender mucho para tener conocimiento y poder, de estos unos buscaban tener este conocimiento y poder para servir, para enseñar, para ayudar y ofrecer oportunidades a otros estudiantes. Pero la verdad sea dicha, eran muy pocos. Otros buscaban tener poder para sentirse cómodos y seguros, y rara vez pensaban en la comodidad y seguridad de sus compañeros.
Otro tipo de estudiantes, que eran la gran mayoría, también buscaban el poder y la comodidad pero como no la obtenían en igual forma que el primer grupo, se llenaban de amargura y frustración y no la pasaban bien mientras estudiaban. Se dedicaban a pensar en lo que no tenían. Esto no solucionaba su situación, sino que la empeoraba, ya que no estudiaban con dedicación ni disciplina y hacía que no tuvieran el rendimiento y el aprendizaje que podrían tener.
El tercer grupo era el más interesante; a diferencia de los otros estaba conformado por los estudiantes que al entrar a la escuela se tomaron el tiempo para leer unos letreros que había a la entrada, en una de las paredes, ya desgastados por el tiempo y ocultos por una enredadera. Los letreros decían: “acá les enseñamos a conocerse a sí mismos: autoconocimiento”. Más abajo se podía leer: “ustedes vienen a desarrollar sus talentos por medio de la verdad y la bondad. Eso les permitirá ser felices”. Y la última línea decía: “esperamos que tengan un buen comportamiento, sean responsables y austeros”. Estas son las reglas y leyes de la escuela. Eso era todo.
Estos alumnos la pasaban bien. Ayudaban, estudiaban lo que querían y nunca les faltaba lo indispensable; habían entendido que tenían que cultivar la verdad y la bondad.
La verdad era buscar por ellos mismos el sentido y el propósito de la vida y de las cosas, por lo tanto estudiaban, observaban, meditaban, reflexionaban y eso les permitía ser creativos y, aunque aprendían de los estudiantes mayores, no creían todo a pies juntillas sino que investigaban y se iban formando sus conceptos; eso les permitía ser innovadores y no copiadores de lo que otros pensaban. Aunque existían básicamente estos tres grupos, a veces variaban y quien quería el poder entendía que si servía a otros se sentía mejor, y a veces el amargado comprendía que si aprendía de los felices y serviciales se podía desamargar, así que era algo variable.
Los estudiantes seguían llegando por montones y ya no cuidaban la escuela como los alumnos iniciales; tumbaban arboles, mataban y maltrataban animales, hacían experimentos locos, contaminaban los lagos y ríos, incluso el mar, y estaban arruinando la escuela. Por ese motivo la rectora, una sabia mujer cuyo nombre era Gaia se reunió con los profesores para analizar la situación. Ella y su equipo intentaban enseñar responsabilidad a los estudiantes, gusto por cuidar la escuela y por compartir lo que tenían, pero parecía que muy pocos les hacían caso y seguían dañándola, acumulando mugre y basura. La bella escuela estaba punto de derrumbarse. Gaia les preguntó a los profes qué era lo que ocurría y le contestaron: “Si les enseñamos sobre conocimiento y poder les encanta, pero si les hablamos de comportamiento y sabiduría voltean la espalda y no quieren oír. Conocimiento sí, pero sabiduría no, dicen. No comprenden que lo primero sin lo segundo lleva a la destrucción. Quieren datos, pero los utilizan sin comprender las consecuencias. Sabiduría incluye hacerse responsables de los actos y del conocimiento que se tiene, pero no entienden eso; lo lamentamos Gaia, no les interesa ser responsables ni ser sabios. Nosotros no sabemos qué hacer y estamos a punto de renunciar”.
Bueno, dijo la rectora, “y si les hablamos de historia?”. “No Gaia”, contestaron desilusionados los profes, “muy pocos van a las clases de historia o de filosofía, no quieren aprender de su pasado y por eso repiten los mismos errores”. “Mmm... ¿Y si les hablan de ecología?”, preguntó la rectora. “Ah, eso sí les gusta a algunos, a un grupo pequeño, aunque todos dicen que les interesa, pero a las clases prácticas solo van unos cuantos, son los que han impedido que la escuela se desintegre y nos colaboran mucho, son pilos, pero son considerados locos por los demás y la realidad es que algunos se han enloquecido con este tema. ¡Pero sin ellos estaríamos mucho peor!”.
Gaia se debatía sin saber que hacer. Ella y su equipo enviaron mensajes a los estudiantes invitándolos a cuidar la escuela para que se pudiera autosostener y no tuvieran que cerrarla por el colapso al que estaban llevándola el exceso de estudiantes con mal comportamiento y descuido. Pocos hacían caso y aunque estos hablaban a otros para convencerlos de actuar mejor, era poco lo que obtenían. Hay que reconocer que el número de estudiantes preocupados por la escuela iba creciendo, si bien muy lentamente si se comparaba con el ritmo de los que la destruían.
Pero, ¡caramba!, olvidé contarles un detalle muy importante para comprender esta historia. Esta escuela no era como las normales que conocemos. En esta, la rectora y los profes son invisibles. Sí, invisibles. Es una escuela singular. Gaia y sus profes se comunican con la conciencia de los alumnos y allí esta la dificultad. Como lo que buscaban era que aprendieran de la verdad, esta debe encontrarse por cuenta propia, no por lo que otros te digan, Gaia permitía y fomentaba que cada alumno aprendiera la verdad por sí mismo.
Aunque los alumnos mas viejos siempre enseñaban a los más jóvenes, Gaia decidió que muy rara vez sus profes eran visibles para que las personas no se recuesten en los maestros y aprendan a investigar y aprender por sí mismos, a buscar la verdad mediante la observación, el análisis, el discernimiento y naturalmente el escuchar a otros que pueden haber encontrado aspectos de la verdad. Gaia pretendía que sus estudiantes no creyeran en las cosas que se les enseñaba por dogma y por obediencia sino por reflexión y experiencia.
Todos los alumnos sabían que, si escuchasen su propia conciencia sabrían qué hacer, dónde aprender y cómo actuar correctamente, con responsabilidad, lo cual los haría mucho más felices. Pero, aunque lo sabían, a muchos les daba pereza hacer caso de su conciencia, se hacían los sordos y mejor escuchaban lo que otros les proponían, no importaba si esto iba en contra de su conciencia. La verdad es que algunos olvidaron incluso qué era escuchar su conciencia y aunque lo trataran no lo lograban con facilidad.
Solo los que se acordaban que a la entrada de la escuela está escrito en grandes letras esculpidas en las paredes de piedra, acá los enseñamos a conocerse a sí mismos, sabían escuchar en su interior las instrucciones de Gaia, y les iba muy bien. Sacaban tiempo para hacer silencio, meditar y escuchar a su conciencia. Ellos manejaban mejor las dificultades, buscaban servir y aprender, estaban por lo general de buen humor y dispuestos a ayudar. Los otros no, se enredaban en discursos, peleaban, se amargaban y no manejaban nada bien las dificultades.
¿Extraño esto? No, Gaia y su equipo ocasionalmente enviaban maestros visibles a la escuela y no saben cuán mal les fue, los desacreditaban, maltrataban e incluso los mataban. Luego de muertos los enaltecían, en su nombre creaban religiones y muchos se apropiaban de sus enseñanzas sabias, pero no para practicar las virtudes enseñadas por el maestro visible, sino para dominar en su beneficio. Por fortuna, siempre había algunos alumnos que aprendían de esos maestros y practicaban sus enseñanzas, pero en realidad no eran tantos los que lo hacían con amor y devoción.
Otro motivo por el cual Gaia no enviaba con frecuencia maestros visibles era que si no los mataban, los discípulos de esos maestros solían depositar toda su responsabilidad en el maestro visible y pretendían que él pensara y decidiera por ellos; lo que Gaia quería era que cada alumno aprendiera a ser responsable de sí mismo. Aprender del maestro, pero no depender del maestro.
Esta es la gran dificultad que tenía Gaia para que la escucharan. Por eso a veces recurría a otros lenguajes como tormentas, sequías, avalanchas o tornados en la escuela y, ciertamente, la entendían por un tiempo. Muchos de los estudiantes comprendían que le estaban haciendo daño a la escuela, desobedeciendo su conciencia y, por un rato, se comprometían a cuidarla, pero eso solo duraba unos cuantos días.
La verdad es que era una lástima y Gaia no sabía que hacer. Ella estaba siempre pendiente de cada uno de sus alumnos y los procuraba guiar mediante su conciencia, pero sabía que pocos, solo los reales buscadores de la verdad, estaban interesados en escucharla. Pocos eran los que estaban pendientes de ella. Gaia decidió optar por una estrategia que raras veces utilizaba. ¡Ella misma con sus profes iba a arreglar la escuela! Haría un aseo de fondo, limpiando los ríos, lagos, océanos, el aire, permitiría que los animales tuvieran más espacio, equilibraría las lluvias, sanaría la capa vegetal, en fin, haría una limpieza general. Una idea maravillosa desde el punto de vista de ella, ya que todas las otras habían fallado. Se trataba de la supervivencia de la escuela.
Se reunió con su equipo y observaron que había una enorme dificultad para hacer esto: ¿qué hacer con los estudiantes mientras hacía la limpieza, mientras Gaia aseaba y reparaba las instalaciones y el entorno de la escuela? Hubo un largo debate y al fin decidieron enviarlos de vacaciones obligatorias. Todos escucharían su voz silenciosa y tendrían que hacer caso. ¿Cómo lo haría? Muy sencillo, ella, Gaia, había detenido muchas veces desastres que organizaban los estudiantes, al igual que una madre o un padre apaga incendios que sus hijos provocan por jugar inadvertidamente con fuego. Gaia había evitado multitud de veces catástrofes por el mal uso de la tecnología con la que experimentaban los alumnos.
Pero esta vez no lo detuvo y dejó que un error de un grupo de estudiantes que manipulaba descuidadamente murciélagos y animales silvestres se convirtiera en una pandemia. Gaia sabía que el miedo a la pandemia los llevaría a encerrarse en sus casas y así, ella y los profesores podrían limpiar la escuela. Ella no produjo la pandemia, sencillamente no la evitó como lo había hecho muchas otras veces.
–Ya que no aprenden por la razón, tal vez aprendan por el temor –pensó Gaia para sus adentros.
Mientras los estudiantes atemorizados permanecían en sus casas, Gaia inició la gran limpieza a fondo y logró reparar una buena parte de la escuela, devolviéndoles algo de su antigua belleza y funcionalidad. Sin embargo, con desilusión observó que el aire seguía con una contaminación que no lograba limpiar, y un olor que no se quitaba pese a las sabias artes que tenía para reparar y limpiar, que eran muchas.
Se puso a mirar de dónde venía esa basura y ese olor; con tristeza observó que salía de las casas donde estaban confinados los alumnos.
–Ah, ya entiendo –pensó la rectora–, nos falta la limpieza más importante, si no limpiamos el mundo interior de los estudiantes, todo lo que se haga acá afuera se perderá. Y la limpieza que yo haga no tendrá sentido si ellos no limpian sus mundos interiores. Llamó a su equipo de profes, también llamados santos o maestros ascendidos, cuya labor era ayudar y auxiliar a los estudiantes cuando estaban dispuestos a hacer cambios valiosos, y diseñaron rápidamente un protocolo de limpieza. Lo imprimieron y lo enviaron por muchas partes y de muchas maneras a las habitaciones de los estudiantes confiando en que muchos de ellos entenderían las instrucciones. Estas eran muy cortas y sencillas, ya que el protocolo tuvo que diseñarse rápido. No eran páginas y páginas de conceptos e ideas inútiles disfrazados con grandilocuentes estilos literarios
El protocolo era un escrito con solo 5 líneas. La primera decía: Orden, limpieza y disciplina (buenos hábitos). En la segunda línea se podía leer: respirar, comer y pensar saludablemente. Muy sencillo, repito ya que estamos en una situación parecida a la que estuvieron los estudiantes de Gaia: respirar, comer y pensar saludablemente. La tercera línea decía: ayudar y no estorbar ni vivir criticando. Cuarta línea: hacer ejercicio, mantener buena postura de columna. Quinta línea: hacer periódicamente una desintoxicación energética; quitar los traumas emocionales con oración, visualización o meditación. El resultado de la petición de Gaia a los alumnos lo sabremos en unas semanas; cada uno es responsable de limpiar su mundo interior.