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Elegir ser madre, ¿será esa una decisión que las mujeres en Colombia pueden tomar en libertad? Melba Escobar, autora de La mujer que hablaba sola, se pregunta si realmente es así, si incluso muchas podrán darse la oportunidad, así como lo hizo ella, de dar ese debate con sí mismas antes de dar el paso.
Este libro está construido alrededor del monólogo de Cecilia Palacios, una madre que tuvo que criar sola a su hijo Pedro, y quien relata entre sus pensamientos los últimos 20 años que ha tenido de vida y, en parte, lo hace hablándole a Rayo, el padre ausente de su hijo.
El detonante de esa regresión lo genera el saber que Pedro está sindicado de ser el responsable de poner una bomba en un centro comercial en el norte de Bogotá. Esa noticia, tan insólita, empieza a retumbar en su cabeza mientras los ojos se posan sobre él y lo señalan, instantáneamente, como culpable.
Por la mente de esta madre pasan preguntas que conciernen a su entorno familiar y al contexto del país, porque en últimas es un libro que también trata sobre eso, maternidad y la perpetua polarización en Colombia.
“En cierto punto –cuenta Escobar–, acaba revelándose ante ella el hecho de que quizá esa fue una decisión que nunca tomó”, la de haber querido ser madre. Se confronta y se pregunta si quizá lo hizo por el amor que le tenía a ese hombre que ya no está en su vida o si fue por otras razones.
Sobre ese aspecto de la maternidad, Escobar cuenta que esta es una novela que tiene mucho de autobiográfico. Cuando era más joven se enfrentó a una situación parecida a la que encaró la joven Cecilia en el libro. Mientras corrían los años “y se cerraba el margen” de sus decisiones, la escritora se preguntó si realmente quería ser mamá. Escogió la maternidad, que es una experiencia que le ha parecido hermosa, pero también “abrumadora, dura y definitiva”.
Ella describe este texto como un viaje a esa interioridad de la mujer. De una con muchas ganas, “pero que tiene todo el equipaje de un país violento, machista, de culpa cristiana, y del deber ser de lo que corresponde a una mujer que por más libre, acaba de alguna manera condenada a un rol particular”, señala.
Aunque la novela, en últimas, es ficción, “tiene un pie en la realidad”, dice, y es inevitable remitirse al suceso que ocurrió en el centro comercial Andino en la capital en junio de 2017. Ella aclara que no tiene nada que ver con un proceso judicial real. Ni siquiera los nombres concuerdan con los de personas que han sido señaladas por ese atentado.
Pero no han faltado las críticas en redes, y hasta en la presentación de su libro, por parte de personas que la acusan de “lucrarse del dolor ajeno”, al usar la historia que ocurrió en el Andino. Ha llegado a recibir amenazas en esta plataforma. Ella considera que se trata de personas que critican sin haber leído el texto.
EL COLOMBIANO conversó con la autora sobre este relato que construyó en su nuevo libro publicado por Seix Barral.
¿De dónde salió la necesidad de contar este relato?
“Creo que en mi caso, la literatura suele salir de un malestar, es un proceso similar a La casa de la belleza, en la que había sobre todo un malestar con Bogotá. El de La Mujer que hablaba sola es con el país. Era el contexto del Plebiscito, ese golpe tan duro y esa tusa con la pérdida del sí. Luego unas elecciones muy candentes, polarizadas y agresivas y en medio de eso estaba haciéndole un duelo muy grande a este país por la tristeza de no conseguir una paz, cuando la voluntad era bastante explícita. Eso se mezcló con la vida personal, con el crecimiento de ya tener 40 años, empezar a mirar hacia atrás, ver las decisiones que tomó”.
¿Por qué decidió tomar como referencia el atentado del Andino?
“Me parecía sintomático de un país polarizado, que representa bien cómo nos cuesta llegar a un punto más sereno en el que no actuemos como hinchas de barras bravas todo el tiempo defendiendo cualquier teoría. En la novela es claro que, por un lado, los compañeros de Pedro dicen que obviamente este es un falso positivo político para darle un golpe a un estudiante universitario que tiene un liderazgo con su postura crítica contra el gobierno. Por otro, la amiga gomela de Cecilia le dice que eso le pasó por meter a su hijo en una universidad pública. Es brutal porque así es, no me estoy inventando nada ahí. Muchos de los comentarios a partir de lo que pasó en el Andino fueron tal cual, idénticos. No había pasado ni una hora y ya todo el mundo había resuelto el caso. Me devolvió la misma angustia del Plebiscito, qué incapacidad de hacer silencio por un momento y esperar a ver qué pasaba”.
¿Esta es una mujer que termina siendo una doble víctima? ¿Del conflicto y de su contexto social?
“No me gusta tanto esa palabra, peleo mucho con ella porque justamente lo que hace La mujer que hablaba sola es pelear con el sistema binario con el que crecimos; ese de víctima-victimario, comunista-capitalista y el blanco y el negro en el que siempre nos estamos moviendo. Es una novela que hace un poco más compleja esa mirada. Cecilia Palacios es una mujer que ha cometido errores, no es una inocente ni una santa, la ha embarrado y al mismo tiempo Rayo, su pareja, igual. Uno lo ve como un agresor, pero igual uno entiende su fragilidad. El texto también busca darle complejidad a ese juego de roles que a veces son como una camisa de fuerza que nos condiciona los movimientos y nos quiere constreñir nuestra libertad. Estos dos personajes son tristemente muy inteligentes pero esa lógica binaria les hace mucho daño y les genera culpa. Ella no se atreve a ser lo libre que es en su naturaleza”.
Encajaría más entonces la palabra contradicción...
“Exactamente. Es una mujer que a pesar de tener el pensamiento crítico y la libertad que la define, al mismo tiempo siente que tiene un bagaje con su crianza, de ideas. Y en cierto punto acaba ganando la tradición, el deber ser, no se atreve a salirse de ese patrón y en eso hay un dolor. Es una maternidad un poco impostada, además porque uno ve que acaba teniendo un desarrollo bastante fallido, porque tiene uno la sensación de que desde un inicio no tenía porque haber sido. Mi intención era hacer una novela contra las imposturas culturales que a veces nos condicionan y no dejan que las personas tengan un desarrollo más libre de su identidad”.
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Un monólogo contradictorio
En viajes que van del pasado al presente en cuestión de segundos, los pensamientos de Cecilia Palacios describen las contradicciones de su vida, que en últimas son también las del país. Una secuencia de decisiones que la han llevado al punto en el que ella y su hijo tienen que enfrentar que él sea acusado de un ataque.