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Por Wilson Díaz Sánchez
Al argentino Adrián Arregui le gusta la lectura, es un apasionado por la música y disfruta cocinar. Un futbolista diferente cuyo estilo de juego es fiel reflejo de su vida, una lucha incesante luego de dejar su casa a los ocho años de edad. Le dicen Vikingo y Gladiador.
Este mediocampista que llegó a reforzar al Medellín tiene 26 años y cuando habla lo hace con espontaneidad, con sus ojos claros, bien abiertos, que se apagan un poco al reflexionar sobre la falta de educación y oportunidades para los niños de su país.
Gran parte de su cuerpo, excepto las piernas y la cara, está tatuado con imágenes, poemas, frases y fechas especiales que le recuerdan amigos y seres queridos. Pero confiesa que si pudiera se los quitaría, aunque no todos.
La actual es la segunda experiencia internacional para este futbolista nacido en Berazategui, al sureste del Gran Buenos Aires, donde espera terminar su carrera y forjarse como entrenador. Antes jugó para el Montreal Impact, de Canadá.
Confiesa que tenía otras ofertas, inclusive con mejor dividendo económico, pero decidió escribir su historia en el DIM: “Es un club grande que con solo mencionarlo se me pone su piel arrozuda; quiero llevarme algo para mí, llegar alto y saber que pertenecí a este equipo, a eso vine, a sumar. No estoy aquí por la plata, es un desafío para decirme luego: ‘mirá hasta dónde llegué’, y me siento orgulloso”.
¿Cómo ha sido su acercamiento al grupo?
“Bien, yo soy muy sociable, me ha tocado vivir bastante en la calle, con una infancia complicada, sin mamá y sin papá. Siempre supe cómo interactuar, dialogar y conocer otras personas. Entonces me acerqué al plantel y soy uno más. Me hacen chistes, yo también los hago, así que me ha ido de la mejor manera”.
¿Qué se puede contar sobre su infancia?
“Esto les pasa a millones de chicos seguramente: no haber tenido un papá y una mamá, un hogar, pero sí una familia que me brindó educación y bienestar, una especie de adopción, más allá que mi madre seguía estando y papá no. Ya grande, gracias a Dios, los busqué y nos reencontramos. Saqué provecho de todo esto y soy más maduro, aprendí las cosas buenas y malas de la calle. Tengo un hijo (Ginno, de dos años y medio) y trato de brindarle lo mejor y ser un buen padre, lo que me pasó me enseñó demasiado. A veces me siento cansado de estar como un nómada, pues desde los siete u ocho años me tocó salir de la casa no solo por el fútbol sino también por cosas de la vida. Pero es el trabajo y el futuro, y soy optimista”.
¿Cómo se da ese reencuentro familiar?
“Mirá lo loco de todo esto. Yo me voy a jugar a la MLS en Estados Unidos y mi hijo estaba por nacer. Por Facebook encontré a mis hermanos por parte de padre y empezamos a mantener una relación cercana; ellos veían a mi papá y yo no, pero nunca los utilicé para eso. Un día, antes de irme, me pasaron su número y le mandé un mensaje que me salió muy natural, yo soy una persona que aprendió a no tener odio ni rencor porque quizás eso lo cicatrizó. Se dio la oportunidad de buscarlo y sabía que no perdía nada y queriendo tener la imagen paterna le mandé un mensaje. Y mirá cómo son las cosas de la vida, mi hijo nació el mismo día del cumpleaños de mi padre. Hoy tenemos una buena relación y soy feliz, es un paso dado y cero reproches”.
¿Y la otra familia?
“Yo vivía en Berazategui. Allí conocí a Viviana y Mario que tenían un hijo de mi edad. Ella era entrenadora de un equipo de fútbol. Un día me buscó para que jugara con ellos, me quedé a dormir en su casa y encontré ahí lo que no tenía en la mía. Luego mi mamá le firmó el poder y la señora me metió a la escuela. Íbamos a jugar a Defensa y Justicia y a todos lados y así me quedé hasta los 17 años viviendo ahí, en un hogar humilde que me enseñó que es peor la falta de humildad que la pobreza”.
¿Por qué eligió el fútbol?
“Yo dejé de jugar dos años y empecé a trabajar a los 15. En Argentina o estudias o juegas fútbol. Lamentablemente no están las dos cosas paralelas, lo que es un problema porque es ilógico dejar de estudiar para jugar a la pelota. Hoy, la mayoría de futbolistas no ha terminado la secundaria. Yo tenía una prueba en Quilmes y nunca dejé de saber que era bueno en eso y soy un agradecido porque lo he aprovechado al máximo. Debuté con el Berazategui a los 19 años y desde ahí no paré, hace ocho estoy en primera división, mucho más maduro y feliz”.
Usted se define como un guerrero, ¿así es su vida?
“Yo juego como vivo, la personalidad es la misma. El fútbol lo entiendo como un juego, salgo de un partido y me siento a hablar con los rivales con los que pude hasta llegar a pelear durante un encuentro. Si te digo algo que te va a molestar, siempre y cuando no sea denigrante ni descalificador, no me hace una mala persona por fuera de la cancha. Siempre trato de diferenciar el juego del tema de la vida, porque no es solo jugar al fútbol”.
¿Qué lee y qué música escucha?
“De Ernesto Sábato tengo El Túnel y Cuentos que me apasionaron. Me gusta mucho la obra de Eduardo Galeano y leo novelas de escritores argentinos. Toco la guitarra, mal, pero lo aprendí. La música me parece algo interesante, yo encontré en la música y los libros algo más que fútbol. Conozco a todos los jugadores argentinos, pero no gasto todo el tiempo mirándolos, trato de abrir la mente... A los chicos les digo que lean, que compartan ayudas desde lo social, que es lo más importante, hasta lo educativo. Una merienda, un vaso de leche juntos es necesario, no todo es coger una pelota y listo, vayan a jugar. El fútbol lleva a muchas frustraciones y hay que saberlo llevar n