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República Dominicana mezcla placer con historia

Desde mayo pasado este país les retiró la visa a los colombianos, un atractivo más sus playas y su rica historia.

  • La arquitectura es uno de los principales atractivos de este destino en el Caribe. FOTOs sstock
    La arquitectura es uno de los principales atractivos de este destino en el Caribe. FOTOs sstock
  • República Dominicana mezcla placer con historia
  • República Dominicana mezcla placer con historia
20 de diciembre de 2015
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Entre enero y noviembre de este año, cerca de 56 mil colombianos viajaron por placer o negocios a República Dominicana. Una cifra muy similar a la registrada en todo el 2014, con la expectativa de que con las visitas de diciembre el número aumente, por lo menos, en 10 mil más.

El crecimiento, remarca el embajador de ese país en Colombia, Briunny Garabito, se debe al retiro de la visa que su gobierno les exigía a los colombianos hasta mayo de este año, que les ha agregado a las playas y el ecoturismo un motivo más de visita.

Santo Domingo, la capital, con un aire similar al de nuestra Cartagena; Punta Cana, la perla sobre el Caribe que en cuestión de dos décadas se convirtió en la más visitada del país, captando cerca del 55% de los viajes internacionales que allí arriban; La Romana, Isla Saona, Punta Plata, entre otros sitios y ciudades, ya son comunes y muy solicitados en los catálogos de las agencias de turismo colombianas.

Con todo y eso, los dominicanos deben convivir con los problemas que son calcados a toda Latinoamérica; un desempleo que, dicen las cifras oficiales, alcanza el 15%, pero que para la percepción de sus habitantes es mayor.

Se suma la pobreza que se observa en las calles, con el agravante de que desde 2010, con el terremoto que azotó al vecino Haití (que ocupa una tercera parte de los 48 mil kilómetros de isla que comparten ambas naciones), aumentó la presencia de desplazados por la tragedia, la mayoría de ellos dedicados a trabajos en servicios varios, las ventas ambulantes o a la mendicidad. Se calcula que hay un millón de haitianos viviendo en toda Dominicana.

Sin embargo, esto no evita que el merengue y la bachata resuenen en cada uno de sus rincones, al llegar al aeropuerto, en sus calles, en los buses y restaurantes. Una alegría contagiante, porque los dominicanos son gente que parece siempre feliz, sonriente. “Contamos un chiste por todo, y todo lo decimos cantando”, dice Carlos Bautista, guía oficial del Ministerio de Turismo, un hombre acuerpado, con una calva reluciente, que se autodenomina el Vin Diesel dominicano.

Así son ellos, dicharacheros, fiesteros, le encuentran la gracia a cualquiera de sus comentarios, “a cualquier vaina”, por decir cualquier cosa, agrega Carlos.

El todo incluido

Punta Cana es una ciudad joven creada por y para el turismo a principios de los años 70 del siglo pasado. Primero Palma Cana, luego Punta Borrachón, después La Palma Cana, antes de asumir la identidad que lleva en la actualidad.

El all in- todo incluido- atrae a miles de turistas de todo el mundo, en especial de Estados Unidos y Canadá, en menor medida los europeos, y ahora los latinos, que como en el caso de los colombianos, están viajando más que antes.

Los hoteles, en este caso, pasan a ser complejos que contienen, claro, el hotel, pero además casinos, campos de golf que les sirven de refugio a golfistas jubilados y profesionales que disfrutan allí de sus periodos de descanso, resorts, spas, con playas privadas libres de venteros ambulantes, comida y licor ilimitados que, es curioso, a veces juega en contra de los intereses de la población más necesitada, pues el turista evita salir de esas “búrbujas” y se pierde de conocer los demás atributos de la región y de consumir por fuera de estos lugares.

Sitios como el Hard Rock, el Paradisium o el Barceló, por ejemplo, cuentan con playas privadas de hasta dos kilómetros de extensión, más de 1.500 habitaciones, docenas de restaurantes y discotecas internas, entre otros lujos que las convierten en miniciudades con todo al servicio de sus visitantes.

Del lujo a sus orígenes

Santo Domingo, la capital, reúne hoy a 3 millones de los 12 millones que en total habitan Dominicana.

La distancian dos horas de recorrido en auto desde Punta Cana, por la Autopista del Coral, que cuentan las autoridades fue remodelada hace cinco años, y hoy es una doble calzada que transcurre entre plantaciones de caña, algo de ganado, mucha vegetación y más plantaciones de caña, que dan vida al famoso ron dominicano y al Mamajuana, una bebida dulce que se asemeja al vino, que es el licor más famoso del país junto a la cerveza Presidente.

Una de las visitas obligadas en la capital es la ciudad histórica, la más antigua de América, a la que arribó Cristóbal Colón por primera vez al continente a finales del siglo XV. Por eso, en la Plaza de la Catedral Primada sobresale una escultura del navegante.

Sus calles se asemejan a Cartagena, con el adoquín sembrado en sus vías, decenas de conventos, iglesias y edificios antiguos conservados con cuidado, reflejando la fe católica que predomina entre su población, que incluso incide en los nombres de autopistas, como la Juan Pablo II, y provincias como Altagracia, en honor a la virgen, y que tiene como capital a Punta Cana.

Recorrer este centro histórico es fácil. Caminar es una opción, aunque el calor golpea fuerte; otra es tomar un pequeño tren que por 12 dólares, y en 45 minutos, lo lleva a uno por sus pequeñas pero ordenadas calles, con una grabación que oficia como guía.

Santo Domingo está lejos de ostentar el lujo de Punta Cana, si bien cuenta con grandes cadenas hoteleras. De hecho, la capital no dispone de playas públicas, por lo que sus habitantes deben salir de la ciudad y dirigirse a poblaciones cercanas como Boca Chica, a 18 kilómetros, que, cuenta Carlos Bautista, es “la playa del pueblo”.

Para los de mayores ingresos están otras alternativas, como por ejemplo Casa de Campo, una lujosa parcelación que cuenta con cerca de 2.000 villas y apartamentos, canchas de golf, una réplica de ciudad antigua medieval, restaurantes y sus propias playas, ubicada cerca a la ciudad de La Romana, a 20 minutos de Santo Domingo, aunque para entrar a este lugar hay que pagar o estar invitado por un residente.

Al caer la tarde, un plan ideal en Santo Domingo es contemplar el atardecer en el malecón, donde ante la ausencia de playas, sus habitantes se reúnen en torno a la música, el baile y el deporte. Allí sobresalen las murallas, que se conservan de la época colonial, y los restaurantes con comida típica como el arroz con fríjoles, el moro, los fritos como el pescado y la batata, y el tostón (plátano).

No todo es brisa y mar

Las autoridades de turismo del país remarcan con insistencia que su interés es consolidar los destinos de playa y mar, pero potenciar el ecoturismo, aprovechando sus zonas montañosas del norte, con la Cordillera septentrional, y en el suroeste, con la Sierra de Bahoruco.

Estos lugares están distantes de Santo Domingo entre 3 y 6 horas por tierra, y se alejan del bullicio de los grandes centros turísticos nacionales, ofreciendo descanso y relajación.

Una buena opción para pasar estas vacaciones.

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