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A Aguinis

  • José Guillermo Ánjel R. | José Guillermo Ánjel R.
    José Guillermo Ánjel R. | José Guillermo Ánjel R.
03 de septiembre de 2010
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Releído y querido Marcos, y digo querido porque uno termina queriendo al que no solo le brinda la posibilidad de saber más sino que le cuestiona las ideas o al menos los conceptos que tiene sobre algo. Claro que querer así a una persona (a esa que confronta con argumentos finos y lejanos de la ira) no es común en América Latina, donde el miedo a la confrontación es permanente, igual que se teme al origen y a lo que se sabe, que las más de las veces es una fabulación (la masa como vox Dei, lo que no es cierto). Y este es el punto: creer que podría ser (ilusionarse) no implica conocer y menos entender. La conciencia de algo no es emocional, es racional y no admite intereses sino certezas. No son los cursos de crecimiento personal (la negación del yo) los que hacen a los hombres y mujeres. Es la realidad, que es una situación en el mundo, un resultado y a la vez un camino. Lo real no se evade saltando, porque así se salte, lo real sigue ahí.

Por estos días, querido Marcos (persisto en lo querido por esto del encuentro y la confrontación), leo con atención un libro suyo, El atroz encanto de ser argentinos , texto que si bien usted sitúa en la realidad argentina se extiende como un gran paraguas por encima de toda Latinoamérica. Todos, en su texto, estamos retratados y no al azar sino en un enorme gráfico que habla de estos doscientos años de independencia publicitada con imágenes de gritos y rebeliones, es decir, de creación del desorden. Y así, desordenados, seguimos defendiendo la jerarquización vertical de origen español (bajo del rey, ninguno) y evadiendo la jerarquización anglosajona que se sitúa en la creación de comunidad y el ejercicio del debate que construye y da identidad. Lo que es humano.

En su libro, querido Marcos Aguinis, se lee sobre el afán de persistir en el error (lo que nos hace adictos al dolor, masoquistas), en el ejercicio obtuso de las verdades absolutas (que son el freno al conocimiento), en un querer vivir siempre con un yo cojo, cuando no encerrado y por ello ciego. Nos gusta ser para cada uno (egoístas) y responder a la mejor manera de la fiesta brava, saliendo al ruedo echando bufidos y con ganas (esto es discutible en el caso del toro) de que nos maten o al menos nos hieran para seguir empecinados contra el otro. En estos doscientos años de independencia (que fue más o menos una pelea del hijo contra el padre, algo muy freudiano), no cambió el paradigma del que se quiso salir. Por el contrario, parece que empeoró. Y bueno, che.

Marcos Aguinis, escritor judío argentino (Córdoba, 1935). Buen conocedor de los intríngulis del tango (este sentimiento triste que se baila), pero también de la ciudad, el ciudadano y el pasado. Su libro, La gesta del marrano, es una de las grandes obras sobre el problema de la identidad. Y un buen confrontador.

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