La revolución mexicana es, en palabras del crítico Eduardo de la Vega Alfaro, “el episodio armado más complejo y perturbador de la historia moderna en América Latina”. Los borrascosos años que van del final de la dictadura de Porfirio Díaz al triunfo del constitucionalismo constituyen una década de rara intensidad y de un análisis tan difícil que ha llevado a que se instaure una imagen equivocada de la Revolución como una larga y disparatada sucesión de luchas, derrotas, asesinatos y golpes de mando.
Obviamente, la importancia del tema en la historia del México moderno explica el interés que ha despertado en el cine, al punto de poder encontrar una filmografía extensa que supera en sus títulos claves el número de cuarenta, tanto en la ficción como en el documental y ha servido también de inspiración a un grupo importante de películas extranjeras.
La edición XII del Festival de Cine de Santa Fe de Antioquia que empieza este miércoles tiene como tema el cine de la Revolución Mexicana y ha conseguido reunir la muestra quizás más extensa que se haya presentado en el país. Ese material se presentará acompañado de una serie de actos académicos en los que se intentarán fijar los alcances de la Revolución, su proceso histórico y su incidencia general en la vida nacional mexicana.
Los cuentos de la revolución
La iconografía popular de México es hoy inseparable de la gesta revolucionaria. Las figuras de Pancho Villa y Zapata, las de las mujeres que acompañaban a los soldados y que se conocieron como soldaderas se encuentran a cada paso, fueron cantadas en corridos, recreadas de muchas maneras por la literatura y representadas por algunos de sus muralistas.
La ficción cinematográfica dio cuenta de la Revolución y lo hizo con una notable continuidad en determinados periodos de la historia cinematográfica del país, empezando por tres títulos que han pasado a ser emblemáticos y que tienen como autor al veracruzano Fernando de Fuentes. Se trata de El prisionero 13 (1933), El compadre Mendoza (1933) y Vámonos con Pancho Villa (1935).
Tal vez si hubiera que escoger entre todo la muestra que se verá en Santa Fe de Antioquia habría que iniciar por esta trilogía, especialmente por las dos últimas obras. El compadre Mendoza es una radiografía implacable acerca de la forma como ciertas clases se acomodaron al vaivén de los cambios de esos años y Vámonos con Pancho Villa recrea con una lucidez única el desencanto final que dejó la lucha, en una película que es casi una metáfora sobre las guerras que se libran en América Latina y sobre el sentido profundo de su fracaso. Vámonos con Pancho Villa se mantiene como uno los cuatro o cinco filmes más importantes del cine latinoamericano de todos los tiempos.
Si la década del treinta la copa el cine de Fernando de Fuentes, la del cuarenta corre a cargo de una de las personalidades más ricas y contradictorias del cine mexicano, Emilio “el Indio” Fernández. Dos de sus títulos más estimados aparecen en la muestra: Flor Silvestre (1943) y Enamorada (1946). La primera es un relato en pasado, con una madre que le habla al hijo del padre y de su lucha en esa guerra, en una combinación del tema de la revolución con el género que mejor conoció y manejó el mexicano, el melodrama, modalidad en que se comportó siempre como un auténtico maestro.
De los años cincuenta se verá La escondida (1956), una película de un director clave en el conjunto del cine mexicano y del que ahora poco se habla fuera de México. La escondida tiene como figura estelar a María Félix, una actriz que con esta interpretación y algunas otras como La cucaracha, de Ismael Rodríguez y Juana Gallo de Miguel Zacarías asoció su nombre de modo definitivo a la filmografía de la Revolución.
Los años setenta conocieron una reavivación del cine sobre esa etapa de la historia nacional. Ese mayor interés se manifestó en una serie considerable de películas que incluyen Emiliano Zapata, de Felipe Cazals, una obra que a pesar de sus dificultades de rodaje consigue un retrato llamativo del luchador agrario, Cuartelazo (1976) de Alberto Isaac; El principio (1972), de Gonzalo Martínez y La casta divina (1976) de Julián Pastor.
Las imágenes testimoniales
“El movimiento armado conocido como la Revolución Mexicana es la primera gran guerra del siglo XX y también la primera en ser registrada en cine”, dice el crítico Armando Casas, destacando la forma en que gracias al cine se pudieron salvar para la posteridad las imágenes directas de episodios y rostros de los protagonistas de la Revolución.
En México hombres como los hermanos Alba, Jesús Abitia, Salvador Toscano conocieron las cámaras de Lumiére y se dedicaron con empeño y bajo intereses diferentes a registrar lo que sucedía en el México de los primeros años del siglo pasado, con lo cual la derrota de Porfirio Díaz y algunas de las muchas vicisitudes de las luchas populares de esos años fueron captadas por ellos.
Con base en las imágenes de Salvador Toscano, en el año de 1950 su hija Carmen armó quizá la pieza documental clave, por lo menos de las que conocemos. Se trata de Memorias de un mexicano (1950), que podrá verse en Santa Fe de Antioquia y que constituirá una de sus revelaciones. Si bien las figuras de muchos de los protagonistas nos son en parte familiares por las fotografía, ver en movimiento a Díaz, Madero, Huerta, Carranza o Zapata produce en el espectador una emoción profunda y reveladora.
Desde afuera
La Revolución Mexicana ha despertado desde hace mucho tiempo el interés de productores y directores extranjeros, impresionados por el fondo convulso que ella tuvo y por la oportunidad de mostrar luchas, traiciones, asaltos a trenes, etc, a veces como parte de un entramado de aventuras.
Ya en el año de 1930 Sergio Eisenstein pretendió incluir un episodio relativo a la revolución en su frustrado proyecto Que viva México, episodio del cual nada alcanzó a filmar. A partir de esa fecha es posible un inventario de títulos norteamericanos e italianos principalmente que rozan por algún lado el tema de la Revolución.
De ese grupo en Santa Fe se verá el filme más representativo y quizá el más logrado. Viva Zapata (1951) firmado por Elia Kazan y con Marlon Brando en una de sus mejores caracterizaciones.