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Cañaflecha, palma y naturaleza pura

31 de julio de 2008
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Casitas de techo de paja, camino destapado y lleno de vegetación a su alrededor. Así es la entrada a la vereda El Carlos, en el municipio de Necoclí.

Bajo un sol fuerte y un cielo azul turquesa, apenas tocado por unas manchas blancas. Las casas de 87 familias, residentes en este lugar, son el recuerdo aborigen que habitó la región.

La estampa tradicional se conjuga con el paisaje natural y además, es el abrebocas de un paraje destinado a la contemplación, la diversión y el disfrute de la naturaleza, allí está el Centro Ecoturístico y Arqueológico El Carlos.

Habrá que atravesar un puente colgante en madera para encontrar un camino tapizado con troncos de madera y luego al alzar la vista sorprenderse con un sitio donde la cañaflecha, la guadua, la palma amarga y la madera son los únicos elementos utilizados para la construcción de un espacio totalmente natural.

Al llegar allí se respira naturaleza y una especie de satisfacción al saber como una comunidad unida en un sueño es capaz de hacerlo realidad.

Todo nació de la ilegalidad, recuerda Naidith Blanquicet. Esta comunidad apacible y pequeña fue vinculada al programa de guardabosques de la Presidencia de la República, a través de Acción Social, con el fin de participar en el programa de erradicación de cultivos de coca en esta región.

Ellos eran raspachines. También guaqueros y muchos de los entierros indígenas hacían parte de su sustento diario, "otra actividad ilegal", relata Naidith.

Fueron 46 personas, quienes gestaron la idea de hacer del lugar donde viven un espacio para la conservación del ambiente.

Y la propuesta se hizo realidad. Inicialmente se ganaron el concurso al mejor proyecto turísticos y les dieron 72 millones de pesos, con este capital dieron inicio a la cooperativa, Cootucar.

Más tarde, Naciones Unidas se vinculó al proyecto y continúa apoyándolos. En diciembre abrieron sus puertas con seis posadas con puertas, ventanas y fachada en cañaflecha y techo de palma. Las sillas y las camas son en madera, con el toque artesanal, las lámparas en guadua y los nombres de cada una de las posadas hacen referencia a todo el proceso realizado.

Las posadas fueron diseñadas por una arquitecta bogotana, que logró interpretar el sentir de sus gestores y la tradición de la región. Es por eso que en la posada San Carlos, la esperanza y el remanente, las dos habitaciones que la conforman, significan el empuje para salir adelante y la segunda los 20 que se mantienen en el proyecto.

En el centro ecoturístico también está el de interpretación arqueológica, donde tienen guardados, a la espera que el Icanh (Instituto Colombiano de Antropología e Historia) les autorice la exhibición, los entierros hallados en sus tierras.

Esperan reunir recursos para construir el centro de convenciones, hacer más senderos ecológicos, el mirador y por supuesto la piscina. "Incluso construir la vía de acceso", dice Teresa Andrade.

Con salidas al volcán, a la cascada y al mar, el viajero tendrá además la posibilidad de degustar platos propios de la vereda. Como el que se inventó una habitante de la vereda: la bacota de plátano, en época de escasez y que ahora se convirtió en el típico. O el pescado asado en leña de Manuel Monzón o la torta de berenjena.

Un lugar para retornar al pasado y disfrutar de la naturaleza. Para saberlo consúltelo en: cootucarcordesunecocli@edatel.net.co

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