Clara es una mujer de cuarenta y pico de años, con la mirada melancólica de una octogenaria.
Clara se sienta derecha, sosegada, con las buenas maneras de una señora con clase, sin la afectación del protocolo social.
Clara no tiene encima un asomo de alta costura ni bisutería de vitrina, pero bien resuelve los detalles que no escapan a la tiranía de la observación femenina: no se le ven las canas, manos arregladas, y un maquillaje tan sutil como el olor limpio de su perfume.
Clara lleva en el cuello un ejército. La Virgen de Covadonga, una medalla de otra virgen (¿será la misma?) y más soldados de una legión divina que soy incapaz de reconocer.
Clara tuvo intereses políticos y hasta creyó saber sobre la guerrilla. Vivía con la dulce inocencia que entrega la academia, y que cifra la verdad en la teoría y en los libros.
Clara sonríe por ciclos, cuando saluda, cuando agradece. La sonrisa espontánea y la carcajada estrepitosa, siguen encadenadas.
Aunque Clara recibe abrazos de desconocidos en la calle, se comporta como lo que es: una de las miles de madres solteras que hay en Colombia. Madruga, baña a su niño, le da el desayuno, lo lleva a estudiar, y lo acompaña a terapia para su mano. Y a trabajar. Como toda madre, sabe que criar duele.
Clara tiene unas venitas en los ojos que se tornan rojo intenso cuando recuerda el día en que, en mitad de la selva, un tipo le dijo: "nos vamos a llevar al niño"? todos sabemos el cuento: el 23 de febrero de 2002 su vida cambió. Y el 10 de enero de 2008 volvió a girar.
La esfera de lo público y lo privado es una de las tantas piedras en el zapato del periodismo. Durante más de una semana, me persiguieron voces: "hacele la pregunta de oro". Hace dos días, nuestra conversación, más que clara, fue transparente.
Mi silencio frente a su transparencia no obedece a la falta de curiosidad ni al seguimiento de un manual de ética, es algo más simple: yo no nací periodista, pero sí nací mujer. Y aunque no baste una vida para aprender a ser lo uno y lo otro, existe una solidaridad de género y de 'especie' (madre) que me obliga a respetar un pacto nunca firmado.
Clara publicó una obra testimonial (cuya calidad de contenido no es mi asunto de discusión) que algún día leerá su hijo. La escribió por él. Sólo ese lector guía todo lo que el texto dice. Y todo lo que calla.
Clara no tiene la pose altiva de la heroína.
Clara no tiene la habilidad narrativa del juglar.
Pero su relato es épico y merece ser contado de pueblo en pueblo.
La historia de Clara termina como la de cualquier mortal. En su casa, en su cama, mirando al techo.
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