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Con temblorosa esperanza

12 de julio de 2008
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Décimo quinto domingo ordinario

"Jesús les habló mucho rato en parábolas: Salió el sembrador a sembrar y parte de la semilla cayó al borde del camino. Otra cayó en buena tierra y dio hasta ciento por uno". San Mateo, cap. 13.

"Cuando el hombre, apunta un autor, tuvo la idea de escribir comenzó a pintar". La casa, el árbol, un animal dieron origen a los primeros signos alfabéticos. Aquí descubrimos el secreto de las parábolas. Las de Jesús y las de otros muchos. Se trata de dibujar las ideas, para llegar a la imaginación y al corazón de los oyentes.

Dice san Mateo que ese día el Maestro predicaba desde una barca. Y les hablaba en parábolas. Con ellas empujaba a sus oyentes de lo visible a lo invisible, de lo ordinario a lo eterno.

De pronto el Maestro señaló hacia la colina de enfrente, donde un labriego regaba su semilla según el método de entonces: Recorriendo la era, mientras arrojaba el grano en derredor.

Por lógica una parte caería junto al camino, otra en terreno pedregoso, otra más entre zarzas. Sin embargo, alguna alcanzaría tierra fértil. Detrás de esta labor alentaba la expectativa del sembrador: ¿Cuánta cosecha me devolverán estos surcos?

De las parábolas que presenta el Señor muchas son de su propia autoría. Tomadas de la vida cotidiana y comprensibles para el auditorio. Otras ya circulaban entre el pueblo, pero Jesús las adereza hacia los objetivos de su predicación.

Que un campo de trigo o de cebada produjera el ciento por uno, era utópico aún en las colinas de Galilea. Comentan los biblistas que en algunas parcelas muy abonadas, si acaso se lograba un 35 por ciento de cosecha. Pero a Jesús le interesaba exagerar el beneficio de la buena tierra para motivar a sus oyentes.

Esta comparación de cada vida humana con una era, la encontramos en todas las literaturas. Así hablamos de frutos intelectuales, económicos, sociales. De buenos resultados en la amistad y en el amor. Pero los diversos espacios donde cae la semilla condicionan el rendimiento de la cosecha.

En cualquier ciudad del mundo pudiera llevarse a las tablas esta parábola, con personajes de nuestra sociedad, de nuestro entorno.

Se abre el telón y a la derecha, un sembrador tiende sus brazos con temblorosa esperanza hacia el escenario, que está adornado de zarzas y gavillas. Música suave invita a estar atentos.

Un primer grupo de jóvenes y adultos nos expresa: Somos aquellos a quienes lo religioso no interesa en absoluto. La palabra de Dios llega a nosotros, como el grano que cayó junto al camino.

Somos los prisioneros de la cultura light, dice un segundo grupo. La superficialidad nos esclaviza. Nada serio, ni personal ni comunitario, podría arraigar en nosotros.

Un tercer grupo indica: Somos los ocupados hasta el exceso. Todas nuestras intenciones de vida cristiana se ahogan entre múltiples quehaceres y un continuado estrés.

Viene al final un alegre y nutrido grupo: Solamente nosotros podemos ofrecer buena cosecha. Porque cada día procuramos ser buena era para el Señor.

La Editorial Larousse presenta un emblema, en el cual una joven sopla un manojo de semillas, junto a esta leyenda: "Yo siembro a los cuatro vientos". Una divisa que Jesús podría apropiarse para su tarea de salvación: "Yo siembro en todos los corazones".

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