Dos recientes casos de corrupción en Estados Unidos ilustran la complejidad de la lucha contra este fenómeno universal.
El primero se refiere al descubrimiento de varias empresas de papel, quienes lograron estafar a un número indeterminado de inversionistas, mediante una estrategia que nunca falla: tentar la codicia de las personas. Estas empresas hicieron anuncios en los medios de comunicación informando acerca de enormes contratos que habrían obtenido para participar en las labores de limpieza del derrame de petróleo en el Golfo de México. A continuación contactaron posibles víctimas para ofrecerles paquetes de acciones o de bonos de sus muy rentables empresas, con la disculpa de necesitar capital de trabajo para la ejecución de esos contratos.
Confundidos por las noticias sobre el derrame, muchas personas creyeron que esta era una muy buena oportunidad para hacer dinero fácil y decidieron poner su capital en empresas de las cuales no tenían más información que lo que ellas mismas publicaban. De nuevo, el fraude se perpetró a los ojos de todos, incluidas las autoridades encargadas de regular a los operadores del mercado de valores, quienes insisten en recomendar que antes de invertir en una empresa, se estudie su capacidad financiera y su actividad industrial o comercial.
El otro caso se relaciona con el hallazgo de un importante número de contratos fraudulentos y de pagos ilegales, hechos por las personas encargadas de administrar las astronómicas sumas de dinero que el gobierno de Estados Unidos invierte en su operación bélica en Afganistán. Escondidos entre los miles de contratos ejecutados en medio del caos de la guerra, funcionarios sin escrúpulos se las ingeniaron para falsificar órdenes de compra, contratos de suministros y órdenes de trabajo por valores que hasta ahora están siendo cuantificados, en una operación sistemática de saqueo que conmocionó al gobierno y abrió un debate más agrio sobre la conveniencia de continuar con dicha intervención en le país asiático. Como puede apreciarse en ambos casos, los dos factores contribuyentes al éxito de los fraudes resultan recurrentes. En el
primero, la codicia y el afán de dinero fácil empujaron a las
víctimas hacia las redes de los delincuentes. En el segundo,
la discrecionalidad para tomar decisiones a favor de terceros abrió la ventana para que personas indignas de confianza
se aprovecharan de la autoridad que se les concedió.
Se espera que los codiciosos y los incautos aprendan de sus amargas experiencias, algo que no siempre sucede; en tanto que las organizaciones deberán estar en constante lucha contra los excesos cometidos por el personal de confianza.
Al contrario de lo que se espera en Afganistán, esta guerra nunca acabará.
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