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De perlas y tesoros

26 de julio de 2008
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Décimo séptimo domingo ordinario

"Dijo Jesús: El Reino de los cielos se parece a un comerciante en perlas finas, que al encontrar una de gran valor, vende todo lo que tiene y la compra". San Mateo, cap. 13.

La perlas, obras de arte que fabrican ciertos moluscos, han sido siempre signo de riqueza. Los antiguos romanos afirmaban que eran lágrimas congeladas de los dioses. Los griegos las entendían como el origen de los relámpagos que alumbran los mares. Y en tiempos de Jesús eran codiciadas, con toda razón, por la clases altas de muchos pueblos.

Lo cual sirvió al Maestro para explicar el Reino de los Cielos. Que se parece a un comerciante en perlas finas. Habiendo hallado una de gran valor, vendió todas sus posesiones para comprarla. Que es semejante también a un labriego, que descubrió un tesoro oculto en el campo. Ferió entonces todos sus bienes para hacerse dueño de aquel predio.

El Talmud trae un relato parecido: "Abba Judá guiaba el arado en su labranza y uno de sus bueyes cayó a un hueco, quebrándose una pata. El labrador se hincó en tierra para ayudar a su animal. Entonces Dios le iluminó los ojos, porque allí había un tesoro. Judá exclamó: Mi buey se ha roto la pata para bien mío".

Por medio de parábolas Jesús explica el Reino de los Cielos, ese estado final, donde todas las cosas se ajustarán al plan de Dios. Unas veces insiste en la metodología para lograr ese Reino. O señala que ya está dentro de nosotros, y es necesario aguardar pacientemente su culminación. Identifica además quiénes están comprometidos en la construcción de ese Reino. Otras veces pondera el resultado final de alegría, serenidad, gozo y armonía de quienes lo alcanzan.

Con estas dos parábolas de la perla y el tesoro nos invita el Maestro a poner todo nuestro empeño en conquistar ese futuro Reino.

Alcanzarlo se ha explicado tradicionalmente como llegar al Cielo, salvarse, lograr la vida eterna, y muchas expresiones más. Un programa que a veces se entendía excluyendo de plano los variados proyectos que se nos ofrecen de camino: Un título académico, un viaje, una empresa, formar y financiar una familia, asegurarnos contra innumerables vicisitudes.

Pero la vida cristiana ha de integrar todo lo humano dentro del plan de Dios. Cada uno de nuestros menesteres, si son rectos, forman la infraestructura del Reino de los Cielos.

El poeta Castro Saavedra afirma: "El gran esfuerzo de los hombres no puede ser esfuerzo vano, sólo demencia laboriosa y desatino de la mano". Y san Pablo escribía a los filipenses: "Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable? todo esto tenedlo en cuenta. Y la paz de Dios estará con vosotros".

Después de tantos ires y venires, de tantas preocupaciones y batallas, el emperador Carlos V entró en una fase de reflexión sobre su próxima muerte. Se retiró entonces al monasterio de Yuste, donde los frailes jerónimos cuidaron de él hasta el 21 de septiembre de 1558, cuando falleció, luego de un mes de agonía. Cuenta la historia que se pasaba las horas acariciando su colección de relojes y de brújulas. Y uno se pregunta: ¿Le servirían aquellos para disponer su hora final? ¿Y éstas, para orientar su espíritu hacia el Reino eterno?

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