"No es otra cosa la amistad que un sumo consentimiento en las cosas divinas y humanas con amor y benevolencia". Marco Tulio Cicerón.
"Dios los cría y ellos se juntan". No sé quién lo dijo (pero tenía razón).
Ahora que estamos en el clímax de los amigos secretos (¡y ah mal que le fue en el "destape" al columnista Ernesto Yamhure!), vale la pena repasar algunos tipos de amistades:
Amigos con historia: los conocemos en el colegio o en la cuadra. Con ellos logramos superar el "no le doy porque mi mamá no me deja" y el inefable "este puesto está cuidado"; les pusimos chicles masticados en la silla del pupitre, y los rechazamos en el pico-monto al jugar por equipos. Seguimos a su lado aunque, a veces, nos unan más los hilos del tiempo y del afecto, que los de las ideas.
Tardíos: los conocemos cuando nos creíamos con el "cupo" (afectivo) lleno. De su mano, conseguimos borrar episodios oscuros de nuestro pasado y dibujar un luminoso futuro.
Ex tempore: somos "íntimos" por 45 minutos en el metro, tres horas en un concierto de rock, u ocho en un vuelo trasatlántico; e intercambiamos teléfonos (que van a parar al basurero más cercano). Sin duda, son la definición del "amor eterno".
Anacrónicos: por la diferencia de edad, con ellos viajamos a épocas pretéritas. Hace días que un amigo anacrónico me reprocha porque no lo acompañé al Festival de Ancón (en esos días, mi mamá no me dejaba salir? de la cuna).
Desterrados: viven lejos, pero cuando regresan es como si apenas hubieran transcurrido cinco minutos. Sus ausencias son un breve paréntesis.
Spam: los desechamos porque los hilos del tiempo, las ideas y el afecto pierden fuerza y se rompen.
"Con derechos": cómplices de nuestros pensamientos más torcidos.
Muertos: inmortales.
Por Facebook: "don't like".
Por correspondencia: las trampas de la imaginación y el poder de la palabra escrita se confabulan para convertir a estos amigos -idealizados- en los más peligrosos del listado.
"Nuevo mejor amigo": así definen los estadistas a cualquier potencial enemigo, a quien más vale mantener "a raya".
Imaginarios: nos acompañan desde la niñez, y tienden a desarrollar con mayor intensidad nuestras perversiones que las bondades. Suelen adoptar las maravillosas personalidades de nuestros fantasmas: desde Caperucita y Mr. Hyde, hasta Ana Karenina o una chica Bond.
Con "otras habilidades comunicativas": maúllan, ladran, trinan? Poco los entendemos, pero ellos nos comprenden como nadie.
Amigos por conveniencia: no aplica. La definición es mutuamente excluyente.
Amigos secretos: lo jugué hasta que mi nombre le correspondió a Esteban París, el caricaturista. En el "destape" me entregó un paquetico con un óleo, diminuto, con unas violetas pintadas por él. Nunca volví a participar en el juego: fue la cúspide del "regalo final".
Pero? ¿qué tan válido resulta tener "amigos secretos" (¿prohibidos?) en contextos diferentes al proverbial juego? El derecho a la privacidad es inviolable; no obstante, si las amistades nos definen en el ámbito social y como seres humanos con capacidad de discernimiento, ¿por qué ocultarlas?
No insinúo que los amigos tengan que ser iguales a uno (¡qué aburrimiento!). Tal vez, si en un "mal día", juntara a los pocos que tengo? podrían ofrecer un espectáculo de circo romano.
Con el amigo, simplemente, caminar.
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