Dice el Génesis: "en el principio creó Dios los Cielos y la Tierra estaba desordenada y vacía". Pero si este libro no lo hubiera dicho, de todos modos sabríamos que el orden sale del caos.
Y lo sabríamos por los artesanos, los artistas y los cocineros, que tras un proceso de producción desordenada y no necesariamente limpia, sacan un producto limpio y ordenado.
Así, Male Correa se sienta en su taller con "una tierra vacía" por delante, es decir, sin ideas, solamente dotada de su talento, su formación y su sensibilidad.
Lee periódicos, revistas, ve televisión y esos temas que mueven su sensibilidad, como las situaciones adversas que recaen de forma penosa sobre los más vulnerables, las víctimas de la guerra, los desplazados, la población civil en medio del conflicto, por ejemplo, mueven su entendimiento, se complementa con su formación y, gracias a su talento, se transforma en arte.
Pero no así tan fácil como se cuenta. Ella recorta un artículo sobre el tema, luego otro, después una fotografía, más tarde una caricatura y así, sin darse cuenta, pasando los días, está empapelada y con la idea dando vueltas en su cabeza.
¿Quién se ocupa de esa población inerme entre los fuegos? Esta pregunta puede ser la base de un tema. Y por esta vía va haciendo bocetos y apuntes en su cuaderno.
Lentamente, "porque no quiero caer en el panfleto", va saliendo la idea de la ayuda humanitaria. Y de tanto leer, dibujar, documentarse, tener en la mesa de trabajo un papelerío sin cuento, en los que se confunden sus rayones y dibujos con "lo ajeno", encuentra que sus creaciones van mostrando que esa acción tiene mucho de humanista y de abyecta a la vez. Humanista, porque es preciso llevarles comida a esas personas. Abyecta, porque en ocasiones es arrojada desde los aviones, lo cual recuerda la enseñanza que las madres dan a sus hijos de que las limosnas no se lanzan sino que se entregan (a pesar de que esto se explique en el hecho de que la misma batalla impide el acercamiento de los dadivosos), y porque en esa ayuda humanitaria también se está entregando la cultura y la ideología de quien ayuda. Por eso tiene pintados aviones desde los que caen perros calientes y hamburguesas. Este trabajo hará parte del Salón regional de Artistas.
Lámparas, flores y señoras
Por su parte, Hamilton González Rodríguez, un quibdoseño que trabaja la damagua y el cabecinegro, una fibra y una corteza, ambas de palmas chocoanas, extiende los cortes en la sala de su casa en Castilla, luego de lavarlos en el lavadero y teñirlos con tinturas, con las que embadurna el suelo de cerámica, corta los pedazos que requiere para las faldas de sus muñecas, las pantallas de sus lámparas, los rectángulos de sus bolsos y los pétalos de sus flores.
Y esos residuos que van quedando los empaca en costales para cuando necesite hacer los cálices de las flores, especialmente de las margaritas, en los que aprovecha esos fragmentos. Vacía esos talegos en media sala, forma montañas con ellos y con ayuda de su esposa, Rosina Paz, escarba hasta que halla los trozos ideales. Les da forma con las manos y de una vez los va pegando en el centro de los pétalos con su pistola de silicona.
Y esos objetos terminados los lleva a su puesto de venta, el número 23 de San Antonio o a San Alejo. Y quien ve a esas damas elegantes, unas vendedoras de frutas, otras ataviadas de bolso, quietas sobre su mesa de exhibición, nadie se imagina que tienen un origen tan desarticulado.
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