El discurso sobre el estado de la Nación que ofreció en la noche del martes el presidente Barack Obama no fue el de quien entró a su último año de mandato, sino de quien aspira a gobernar a Estados Unidos por cuatro años más. La diferencia entre el candidato y el ahora Jefe de Estado es que muchos estadounidenses no saben si están mejor o peor a como estaban con George W. Bush.
De lo que sí se aseguró Obama ante el pleno del Congreso fue de marcar los puntos sobre los que desarrollará la estrategia política camino a la reelección: empleo, inversión en educación y equilibrio en el régimen de impuestos. La alusión a que Warren Buffett paga menos impuestos que su secretaria no es una acusación contra el multimillonario, sino una crítica ácida y directa a los republicanos, enemigos de gravar más la fortuna de los ricos.
La economía, como era previsible, volvió a ser el énfasis de su mensaje, pero Obama fijó con claridad el objetivo: recuperar la confianza y el poder adquisitivo de la clase media, la más afectada por la crisis financiera que desplomó a Wall Street, principal culpable del estallido de la burbuja inmobiliaria, según el Mandatario.
Los republicanos esperaban un balance de estos tres años de gobierno para decir que no se había hecho nada y que la situación hoy es peor que antes. El Presidente no dijo qué ha hecho, sino qué falta por hacer, y puso el balón en el terreno del Congreso, al que le pidió trabajar sin revanchas partidistas.
No entró en el detalle de las cifras, pero mostró algunas cartas: tres millones de empleos recuperados, de los cinco millones que dejó la crisis; una reducción del gasto por dos billones de dólares; y un sector productivo que comienza a ver más claro el futuro, gracias a los tratados de libre comercio, incluido el firmado con Colombia.
Una y otra vez, Obama pidió legislar en materia tributaria, crear estímulos a la generación de empleo, invertir en tecnología y, en especial, aprobar una reforma migratoria integral que permita que muchos indocumentados que llegaron desde pequeños a Estados Unidos regularicen su estatus y puedan aportar todo su conocimiento y capacidad en la recuperación del país.
Obama volvió a echar mano de su carisma y de su oratoria para despertar ese nacionalismo con que los estadounidenses siempre han superado las dificultades. Tomó como ejemplo de unión y trabajo en equipo el operativo militar que terminó en la muerte de Osama bin Laden para invitar a demócratas y republicanos a trabajar juntos para que las nuevas generaciones puedan soñar con un futuro mejor, sin radicalismos ni discriminaciones.
Habló de la guerra, pero no para mantenerla, sino para abandonarla. Conocedor del espíritu patriótico y del honor militar, Obama demandó crear una política de Estado para ayudar a los veteranos de las Fuerzas Armadas y vincularlos a los grandes proyectos de desarrollo tecnológico y de infraestructura que demanda su país.
Para decir hoy si Estados Unidos es mejor o peor, faltan datos. Es prematuro asegurar que los propios estadounidenses lo saben. Lo que sí es evidente es que este Obama moderado será difícil de vencer a punta de posiciones extremas, como las que están usando los republicanos para derrotarlo, en noviembre próximo.
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