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El efecto reparador de una buena mentada de madre

04 de agosto de 2009
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Siempre sucede. Al martillar un clavo, el martillo golpea el índice y mientras el dedo parece estallar, la señora le pregunta si se machacó, a lo cual uno, pensando mil palabrotas, le dice que no, que sólo miraba si la herramienta funcionaba. O se levanta y con el dedo pequeño del pie golpea la pata del mueble, preguntándole el hijo si se aporreó, mientras que uno, aguantándose las ganas de gritar la que sabemos, le dice que no, que es que acaba de ser admitido en el club de pateadores de camas.

Mentar la madre o gritar ciertas palabrotas no es tan malo, aunque siga siendo mal visto. Un estudio liderado por Richard Stephens, de Keele University en Inglaterra, publicado hoy en el journal NeuroReport acaba de demostrar que quienes expresan tales palabras cuando sufren dolor, sienten alivio. En inglés a tal explosión se le denomina la f-bomb (fuck bomb) o f-words.

La expresión de las llamadas palabras sucias para liberar ciertos sentimientos no es bien vista por algunas personas, pero los científicos comienzan a mostrar que no son tan malas.

En el experimento, 67 estudiantes metieron sus manos en un cubo con agua helada. Podían decir la grande u otra expresión fuerte o simplemente una palabra neutral. Aquellos que eligieron la primera opción sintieron menos dolor y además aguantaron 40 segundos más, en promedio, que los otros.

Decir a toda hora esa clase de vocablos es una muestra de pobreza verbal, que deriva en falta de ideas, algo común hoy en los jóvenes, e incluso en ejecutivos lampiños incapaces de evitarlas en más de dos frases continuas en conversaciones de amigos.

Decirlas en ciertas situaciones, pese a que se trate de desfogar la rabia, resulta peligroso, por la connotación, incluso entre quienes las usan de seguido. Vaya grítele a un hincha furibundo algo, o a cierto tipo de conductores, para que se atenga a las consecuencias. Proferir una palabra sucia es más que agresión, en opinión de Timothy Jay, psicólogo del Massachusetts College of Liberal Arts, quien ha estudiado el uso de estas expresiones durante 35 años. "Nos permiten expresar rabia, gozo, sorpresa, felicidad". Es, explica, como el pito del auto: usted puede hacer muchas cosas con él.

Pese a estas explicaciones, así las haya pensado la anciana cuando se quema el dedo con una olla, o el religioso cuando se sienta en la tachuela que dejó suelta el sacristán, siguen sin ser aceptadas.

No se sabe cómo esas expresiones alivian el dolor físico, pero científicos especulan que en el hecho están involucrados circuitos cerebrales relacionados con las emociones. Estudios han mostrado que a diferencia del lenguaje normal, que reside en los milímetros exteriores del hemisferio izquierdo del cerebro, las palabrotas están enraizadas en antiguas estructuras que evolucionaron muy adentro en el lado derecho.

Estudios de Diana Van Lancker, autoridad mundial en el tema, demostraron que en personas con desórdenes mentales por golpes, derrames o lesiones vertebrales, estos vocablos son el único patrón del habla preservado cuando fallan las otras funciones de comunicación. Aprender estas palabras es, indica, parte natural del desarrollo del lenguaje, siendo aprendidas muy rápido por los niños.

¿Qué sucederá con el famoso dolor de cabeza de las mujeres? Tal vez si lo cambiaran por un decente #*%&"/+' todos andarían más contentos.

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