Mario Mendoza llegó con sus gafas oscuras y redondas. Ellos lo esperaban. Lo llevaban esperando desde junio, cuando les dijeron que él, el señor de esos libros, los iba a visitar. Mario se perdió entre los jóvenes de uniforme y entre los personajes de sus obras, que andaban por ahí.
Libro, La locura de nuestro tiempo. La niña estaba en la silla, con un vestido de pescador y una caña, de la que colgaba un cangrejo. Al fondo, esa pintura de la escena del pescador y el extranjero. Al lado, Juan Camilo Jaramillo, el estudiante de décimo, y su explicación: "Lo que quisimos era recrear una de las escenas. El extranjero le dice al pescador que se le están saliendo los cangrejos y él le dice que no, que porque el que se intente salir, el que está abajo lo jala. Cada libro tiene una enseñanza".
Mario lo escucha, con todos los otros estudiantes que lo rodean, que, incluso, lo alejan de esa postal con vida. Sonríe. Es su obra, en ese pedazo de papel y pintura. Es lo que ellos se encontraron en sus letras.
Lo llevan a la otra postal y a la otra explicación. Le dicen algo. Le cuentan sobre lo que leyeron. Se toman fotos, muchas fotos. Le piden que les firme esa hoja de papel de cuaderno.
"Los muchachos leyeron sus obras —cuenta Hugo Ruda, el profesor—, cogieron los personajes principales y montaron las postales vivientes con personajes de sus libros. También averiguaron sobre la vida, obra y milagro. Fueron unos 60 estudiantes. La palabra es compromiso".
Una hora en esas, más o menos, no había afán, hasta que Gabriela Restrepo Londoño, la psicóloga, la que coordinó la visita en el colegio, la que se puso la camiseta negra que Mario le regaló con el nombre de su novela Lady masacre, la más reciente, dijo, casi gritó, que lo bonito estaba en la biblioteca.
El autor estaba emocionado. "Para mí es sorprendente el trabajo que está haciendo Medellín. La lectura y la escritura son bases fundamentales de la democracia participativa".
El siguiente lugar fue ese, pero en la mitad de la escaleras estaba ese retrato que hizo Steven Arteaga, que está en once, que es buen dibujante. El escritor paró y miró. Steven explicó. "Lo hice de convicción. De él chorrean unas letras y esas letras reconstruyen la obra. A mí me gustó que viniera. Gente que no leía estaba leyendo, porque las obras de Mario se identifican con nosotros, los jóvenes".
La biblioteca
Para Mario estaba lista esa pequeña mesa, en la esquina de la biblioteca. El periodista entrevistó al Mario Mendoza pequeño, al joven y al de ahora. Tanto el niño que hizo de Mario pequeño, como los otros dos jóvenes trataron de hacer la voz del escritor. El escritor, mientras tanto, hizo caras y se rió mucho. Eran sus respuestas, de hace años o de hace no tanto, aprendidas perfectas.
"Nosotros tenemos un seguimiento de Mendoza desde 2007, pero teníamos la ilusión este año", expresa Gabriela. La suerte estaba con ellos. Cuando hicieron la rifa de autores, del programa Adopta un autor, de la Fiesta del Libro, el suyo, el que les tocó, fue Mario. Entonces intensificaron las lecturas y organizaron las ideas: a las postales, al pequeño montaje, se sumaron las preguntas, la canción que compusieron, el no entrar a paro para no posponer la actividad y el libro que Damián Figueroa le llevó de regalo. "Es de poemas del Festival infantil, que yo gané. Se lo quise regalar porque estos poemas son los primeros avances de escritura de nosotros y quiero que sepa que la evolución de estos niños es grande. Esta es una gran oportunidad de conocer a esta persona tan importante. Tal vez es el comienzo de muchos escritores aquí".
Mario, ya sin gafas, miró el libro. Luego le regaló dos de los suyos. En Mi extraño viaje al mundo de Shambalá le escribió: "Para ti Damián, mi afecto, entre colegas".
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