En la baranda del puente Alejandro III estaba Rafael Nadal esperando a la prensa. Pletórico de entusiasmo, no ocultaba sus ganas de espetarle, no digo ya a Federer, sino al mundo, y muy especialmente a París, el 6-3, 6-1, 6-0, que cobró en el Roland Garros. No poca cosa.
Un poco más allá, en un restaurante italiano de Concorde Lafayette, varios argentinos escrachaban al ex ministro de economía más joven y más breve que ha tenido esa nación. Se llama Martín Losteau, tenía 35 años cuando asumió el Ministerio, y duró 4 meses en el cargo. Era la carta joven de un gobierno que da tumbos, el de Cristina, y le había tocado suceder a una mina que tuvo que salir en volandas de otro gobierno, el del marido de Cristina, porque encontraron en su baño una bolsa llena de guita, que, al parecer, representaba la evidencia de poderosas coimas. Hora de explicar los argentinismos: escrache: forma de protesta ciudadana que se ejerce contra funcionarios públicos que han defraudado la confianza de la sociedad. Mina: mujer, Guita: plata. Coima, no es argentinismo sino americanismo. No hay necesidad de traducirlo. Y aunque se ve que en materia de corrupción y coimas también por allá llueve, no me pienso referir a las de acá. Sino al tema del escrache, vivido por arte del azar, en esta fiesta luminosa que es París, donde reinan Sarkozy y su hermosa mina Bruni.
La forma de protesta que se conoce como escrache se la inventaron los argentinos, ya lo dije, poco después de haber sido restituida la democracia. Y se usó, inicialmente, para poner en evidencia a los militares de la dictadura, que en virtud de la ley de punto final que había promulgado Menem, aún quedaban en libertad. Escrachar, es por lo tanto, un argentinismo que significa lo que vengo diciendo, y la acción de este verbo, que no se lo inventaron los argentinos, pues es castizo y significa pegarle reiteradamente a alguien, se ejerce gritándole cosas (no precisamente laudatorias) a quienes son objetos del escrache.
Esta forma de protesta tuvo su mayor auge cuando los funcionarios supérstites de la nefasta dictadura, eran nombrados en cargos oficiales en los posteriores gobiernos democráticos. Entonces el cinismo cobraba su mayor esplendor. Quienes habían colaborado o habían sido directamente responsables de actos de barbarie, no tuvieron el mayor empacho en aceptar cargos públicos, y fungían como defensores de la libertad y la civilidad. La sociedad reaccionó y fue el escrache el instrumento que les permitió salvaguardar la dignidad que aún les quedaba, y que hoy sigue siendo una original forma de protesta que en aquella gran nación ha servido para defender la cohesión social en momentos de crisis. De la mano del escrache se ejerció en la crisis del 2001 el cacerolazo, y fue cuando las mujeres salieron a reemplazar a sus hombres en la lucha por los derechos que les eran negados. No dejaron tranquilos un solo día a quienes defraudaron la confianza pública y atentaron contra la vida de tantos, en la nación del sur. El escrache pudo más que las leyes, que los perdones y olvidos, que los infames puntos finales y los oscuros pactos en la sombra como el de Olivos. Hay que reconocerle a Kirchner que hizo algo por la memoria de las víctimas devolviéndole al pueblo la Esma (Escuela de Mecánica de la Armada, que fue un centro de torturas durante la dictadura).
No anda bien la economía argentina en el comienzo del gobierno de la señora Fernández, y yo no sé si se deba a esto exactamente el escrache de París al ex ministro yuppie. Pero en el improbable caso de que a ello no se deba, me interesa consignar aquí la costumbre argentina, por si algo de ella podemos aprender los colombianos.
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