Undécimo domingo ordinario
"Dijo Jesús: La mies es mucha, pero los trabajadores son pocos. Rogad pues al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies". San Mateo, cap. 9.
En un seminario sobre autoestima, esta leyenda presidía el salón de reuniones: "Dios no crea basura". Y el conferencista explicaba que el Señor a cada uno de nosotros nos ha hecho manualmente, con todo su arte y su cariño. Igual que el alfarero modela el barro, dejando sobre cada vasija sus huellas digitales.
San Pablo, en su primera carta a los Corintios, nos habla de los carismas. Esos dones y capacidades que adornan a toda persona. Pero advierte el apóstol que a cada carisma corresponde un ministerio. Es decir, un servicio peculiar en favor de la comunidad.
Cuando Jesús mira la multitud que le sigue, gente desconcertada y necesitada, "como ovejas que no tienen pastor", verifica la urgencia de que muchos le pongamos el hombro a su programa. Por esto añade: "Rogad pues al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies".
Hace un siglo, la Acción Católica convocó a los laicos a desempeñar su responsabilidad en la Iglesia. Hoy existen innumerables movimientos que pretenden lo mismo. Pero entendemos que no es necesario inscribirse en determinada estructura, para cumplir la propia vocación cristiana.
Jesús formó un grupo inicial denominado Los Doce, que remplazaban a aquellos hijos de Jacob, principio y fundamento del pueblo escogido. Al regresar de Egipto Josué repartió las tierras conquistadas según los descendientes de esos patriarcas. Lo cual se mira sobre un mapa de Palestina en tiempos de Jesús. Su geografía se identificó por los nombres de Rubén, Aser, Isacar, Zabulón, etc.
Los tres primeros evangelistas y también el libro de Los Hechos, traen la lista oficial de aquellos elegidos por Jesús. Siempre en el mismo orden y agrupados por parejas.
Fueron ellos gente de carne y hueso, igual que nosotros. Con pequeñeces y defectos. Con grandes fallas también, como la negación de Pedro y la traición de Judas. Pero dos cosas quedaron a salvo: Su adhesión a Jesús a pesar de todo y un compromiso vital con las tareas del Evangelio. En Pentecostés el Señor los transformó y los envió por todo el mundo conocido entonces.
Cuando la Iglesia se volvió del todo clerical, por ciertas circunstancias históricas, a los bautizados les tocaba solamente dejarse salvar. Pero hoy se ha devuelto a todos los seglares su responsabilidad constructiva en la comunidad humana.
Es necesario entonces que cada quien sienta su propia importancia. Es un hijo de Dios, marcado con el bautismo, no solamente mojado con agua en el rincón de un templo. Capaz de transformar su entorno, si comparte sus capacidades y oportunidades con los demás.
Por lo cual, cuando decimos apóstol, no pensamos únicamente en san Felipe o en san Bartolomé. Existen otros muchos enviados por el Señor en las empresas, la universidad, los medios de comunicación, la política, la cátedra, las diversas profesiones.
En cada circunstancia todos podemos empujar hacia delante este agobiado carro de la historia.
Un estudiante de primaria tomó un día su evangelio y, al terminar la lista de los apóstoles, dibujó con tinta roja un asterisco. Y luego escribió al pie de página: A Juangui también lo llamó Jesús.
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