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Iñárritu se tomó el ron de un año en Cartagena

El director mexicano es uno de los invitados del Festival Internacional de Cine de Cartagena. Un hombre amable, con muchas historias para contar.

  • Iñárritu se tomó el ron de un año en Cartagena | Alejandro González Iñárritu, de visita en Cartagena. FOTO AFP
    Iñárritu se tomó el ron de un año en Cartagena | Alejandro González Iñárritu, de visita en Cartagena. FOTO AFP
17 de marzo de 2014
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Los crespos de Alejandro González Iñárritu se desordenaron varias veces cuando conversó. No habla como un señor de crespos muy negros, con gafas negras, muy bien puesto en la silla, muy director de cine gruñón. Habla con las manos, con la voz, con los crespos mismos, como un director de cine con sentido del humor, con anécdotas que lo hacen reír a él y a los demás. Muy mexicano, a veces se le sale el cuate.

Lleva dos días en Cartagena —cuando conversó el domingo en el Teatro Adolfo Mejía, ahora ya lleva tres— y, confesó, "he bebido más ron que en un año".

La conversación fue con Monika Wagenberg, la directora del Festival Internacional de Cine, que se sentó en la otra silla con su vestido blanco y con su bebé en la barriga. Preguntó con tono neutro. Alejandro respondió, con voz fuerte, queridísimo.

— Estar aquí, creo que me voy a echar a perder (risas). Tiene algo muy común con mi país que es la sabiduría de vivir y eso me tiene muy contento. A lo mejor me quedo aquí a vivir.

El público se emocionó desde lo del ron. Hubo carcajadas, no risas, y luego aplausos.

Monika le preguntó por el comienzo.

— Fue todo muy accidentado. Yo pensaba que iba a ser abogado y hubiera sido uno terrible. Hubo dos cosas que creo me hicieron cineasta. Una fue que a los 17 y 19 años crucé el Atlántico en un barco carguero y recorrí Europa y África muy joven y con muy poco dinero. Todo lo que hice fue viajar, aprender, leer, absorber mucho de los países. Curiosamente me di cuenta, y no fue premeditado, que los países en los que he filmado después fueron en esos lugares, como Marruecos, Barcelona. Fueron experiencias que me marcaron mucho como persona. Otra de las razones fue estudiar teatro en México con un director polaco, que me transmitió la gran, sublime y trágica responsabilidad de ser director.

Mientras tanto hizo radio y publicidad. No es fácil, cuenta, vivir del cine, tanto que aún hace un comercial al año, porque a veces, ese solo le ayuda a hacer la película que quiere.

No hay afán en las respuestas. Hay historias, completas. Monika continúa, entonces, por la estructura de las tres primeras películas y él habla de que hay casi una enfermedad en él, "que yo llamo insatisfecho crónico, siempre hay algo que pude haber hecho mejor y hay una cuestión y es tratarme de poner incómodo para sentir la necesidad de resolver un problema".

En esas cintas, sus tres primeras, Amores perros, 21 gramos y Babel, hay retos estructurales, de historias que se cuentan por aparte y luego se juntan. Fue tan extraño, que a su estilo lo llamaron raro, pero gustó. En Biutiful todo cambió.

— La verdad es que, yo siempre presenté Babel como un cierre en esa exploración y ese viaje que tomé al irme del país al país vecino y al mundo. Esa narrativa me parecía que empezaba a ser un lugar confortable. Ya empezaba a conocer y a tener un espacio y una marca, como una identidad y eso me hizo sentir incómodo. Ya había una obviedad, ah, una película de Iñárritu, va a ser contada raro. Me sucedieron cosas extrañísimas en Cannes.

Con Amores Perros, en un festival, el proyeccionista cambió los riles. La gente me decía, esto me parece genial (risas) y yo pensaba, qué raro, qué es eso. Hasta que me di cuenta que había un problema, pero la gente estaba fascinada.

En Cannes, con Babel, soñé un día antes que se cambiaban los rollos y llegué y le pregunté al proyeccionista: "¿Oye, aquí es posible que pase esto?" Se me quedó viendo con una cara de francés (cambia la voz, hace sonidos en francés). "Es como si me estás preguntando si en el Vaticano dan hostias. Aquí no sucede eso nunca", respondió (vuelve a cambiar la voz). Resulta que eran siete riles y estábamos en la presentación de prensa. Sucedió que en el más dramático, estaban dos mil periodistas, de pronto una escena, en la que la chica japonesa está ahí compartiendo drogas, vuelve a salir 20 minutos después. Nadie reaccionó, por qué, porque era una película de Iñárritu. Sí, seguramente ese cuate lo hizo a propósito, dijeron. Eso me molestó, eso ya es ridículo, entonces dije nunca más volver a jugar con estos juegos y esa fue la razón (aplausos).

— Una muy buena respuesta —contesta Monika—, pero no la habrás inventado.

— No, no. Es un trauma.

Casi una hora de palabras, de anécdotas. De que él dijera que el drama y las emociones son universales, que lo más vulnerable del hombre es la familia. De que contara experiencias de su trabajo. De que comentara que ahora está haciendo una comedia, porque quiso ponerse incómodo, nunca lo ha hecho. De que él no trabajaría como un tipo como él y sus actores, todos, lo quisiera demandar (tono charla). "Los trabajos que hago los disfruto. Mi proceso es muy intenso y me exijo y eso le exijo a los demás. Hay una responsabilidad de dar algo muy intenso. Sí hay algo de dictador, pero divertido".

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