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Inventores de persecuciones

06 de junio de 2008
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Los demagogos son siempre maestros del miedo y el juicio elemental, intuyen una reacción primaria y se dedican a alentarla con advertencias sombrías y juegos de remordimiento. Argumentan detrás de la ventanita del confesionario y prometen milagros o plagas. Las reuniones de padres de familia son su más grande inspiración y les encanta el tono de reproche definitivo de los curas y los médicos. Su imaginación está dirigida sobre todo al sometimiento de lo que consideran desordenes insoportables. Las prohibiciones son su única moneda de uso y la policía su primer recurso.

El congreso y los concejos municipales están plagados de estos inventores de persecuciones, vendedores de salvaguardas y técnicos en el manejo de prejuicios. En la última semana aparecieron dos ejemplares que a pesar de lo abundantes vale la pena reseñar.

La primera trabaja en el Congreso de la República, se llama Gina Parodi y, cómo no, tiene en su cartera un proyecto de ley para proteger a los niños. Quiere prohibir en toda Colombia la venta de pólvora y dejar su uso en manos de profesionales. O sea en poder de algún centro comercial y de uno que otro alcalde con necesidad de estruendos. La senadora descalifica el proyecto de su colega Venus Albeiro Silva, quien busca que la pólvora se venda de manera regulada como se hace en algunos municipios del país, porque supuestamente lleva detrás los votos y la plata del gremio polvorero. En cambio lo suyo es una lucha por los niños, que no tienen plata ni ponen votos. Efectismo burdo y populista, chispitas mariposa para seguir el camino de los sondeos de opinión. Un buen ejemplo de cómo la supuesta causa más noble resulta más torpe y más interesada. Por mi parte prefiero al político que usa a los dueños de la pólvora negra que al que se beneficia del miedo de los padres y las llagas de los quemados.

Siempre he comprado pólvora en medio de azares y susurros, con las precauciones del traficante, y por qué no decirlo, con su cinismo frente a la prohibición. Pero no se alarmen, ha sido simplemente para acompañar globos y buñuelos. En los primeros diciembres la compraba en una ventana que decía vender cremas y que era atendida por alias el poeta. Luego en una legumbrera de renombre, los tacos entre las arracachas y las luces acompañadas de los espárragos. Más tarde en una fonda en la que encimaban la gruesa de papeletas por la compra de una botella de aguardiente.

Según mi experiencia la prohibición de la pólvora ha servido para que sus vendedores la arrumen en la trastienda y guarden sus existencias a unas cuadras de la ventana de expendio, en la casa de la suegra por decir algo; y para que los policías consigan el aguinaldito. Al final, en la noche, un traqueteo universal se encarga de acompañar la farsa. Y en la mañana un jefe de estación ahoga el remanente de voladores en unas canecas con agua, frente a las cámaras y las leyendas de la navidad segura.

El segundo ejemplar se llama Carlos Orlando Ferreira, representa a Cambio Radical, se sienta en el concejo de Bogotá y acaba de presentar un proyecto de ley para "garantizar la asistencia a clase de los estudiantes del Distrito". Propone el intuitivo concejal que los estudiantes sorprendidos por fuera de la clase de comportamiento y salud, por decir algo, sean conducidos a una comisaría de menores. No llega a proponer los trabajos forzados por reprobar educación física porque no ha madurado su iniciativa. Entregar las potestades de profesores y rectores a los policías es sin duda un despropósito, sobre todo sabiendo lo que se puede aprender en una comisaría de menores. Pero la disciplina y la rigurosidad enfrentadas a los vicios de la calle y las maquinitas en las esquinas, pueden formar un estribillo vendedor, un remedio atractivo contra la insolencia.

Es muy posible que los legisladores no se arriesguen a negar las propuestas purificadoras, saben muy bien que es más fácil acogerse a las mayorías temerosas y llamar a la policía que intentar una explicación en forma de discurso. Temen contradecir el sin sentido común. Y conocen la frase de Christopher Hitchens: "La gente como masa o conjunto tiene muy a menudo una inteligencia inferior a la de sus partes integrantes. De no ser así la palabra demagogia no tendría ningún sentido".

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