Ha resurgido Milan Kundera de su escondite. El escritor checo-francés que desea pasar desapercibido porque tiene claro que la noticia no es el autor sino la obra, regresó 14 años después, con una nueva novela: La fiesta de la insignificancia.
Salió en francés, claro, idioma que adoptó desde 1994, a partir de su novela La lentitud, dejando atrás el checo materno. Ya pasó a Italia. Sin embargo, si los seguidores de Kundera esperábamos con desespero la publicación de un nuevo relato, nos tocará esperar cinco meses más si queremos leerlo en español. Al parecer, no sintió buen trato por parte de Tusquets Editores, en su publicación anterior, La ignorancia.
En una nota de El País, de España, se dice que "comienza con tintes eróticos y aires de Muerte en Venecia posmodernos, entre la contemplación de un ombligo y la comparación del sagrado símbolo romántico de los senos femeninos con la efigie de la Virgen María".
En la misma nota, Beatriz de Moura, su editora, quien viajó en los últimos días a Francia a convencer al autor de La broma de que publique con Tusquets Editores esta obra, dice que "Están presentes casi todos los temas preferidos del autor y llevados a su esencia: la maternidad, la sexualidad, el poder con sus facetas —desde la crueldad y la arbitrariedad hasta el absurdo y la ternura—, la zafiedad de los falaces…". Todo tratado con ese humor inteligente, que no se desgasta ni con relecturas.
¿Dónde está?
En esa publicación se extrañan de que la editora no revele dónde vive Kundera.
La verdad, la vida de este escritor nacido en Brno, antigua Checoslovaquia, el 1 de abril de 1929, es otra novela. Su padre, Ludvik Kundera, le enseñó a tocar piano, cuando era niño. Cuando el Partido Comunista de su país, del cual era integrante, lo expulsó y persiguió por manifestar ideas sobre la importancia del individuo, que en aquél se niega, asumió una vida clandestina y, para ganarse la vida —ya estaba casado desde hacía un año con Vera Hrabenkova— fue pianista de jazz y, según cuentas, consiguió trabajo en una revista inventando el horóscopo, que firmaba con seudónimo. Inventándolo, claro, porque él nada sabía de los astros y de su influencia en el comportamiento de las personas. Adquirió cierto prestigio por "acertar" en sus predicciones y recibía cartas de lectoras contándole problemas y solicitándole consejos y vaticinios sobre su vida futura.
Hasta que huyó a Francia, en 1975. Ya tenía algunos libros. Allí ha vivido más bien oculto. Haciendo esa literatura poco convencional. En sus novelas, los protagonistas, más que personajes que semejan personas, como suele ocurrir en las piezas de este género, son ideas: la risa, la broma, el amor, la ignorancia (entendida ésta no como el desconocimiento, la falta de instrucción, sino la ignorancia de un país dejado atrás, que se añora y del que nada se sabe).
Y poco convencional también porque la mayor originalidad de Kundera es que sus novelas son también ensayos. Como los ensayistas, propone una tesis e intenta demostrarla a lo largo de una novela. Para ello necesita, obviamente, argumentar y ejemplificar. La argumentación la consigue mediante lo que los teóricos de la literatura denominan "la vida interior", la omnisciencia: esa posibilidad de los escritores de estar en todas partes del mundo creado, en las mentes de sus personajes explicando los cambios, súbitos o no, de comportamiento, llevando la trama como el niño que hala la pita a la que va atado su auto de juguete. Puede ser, más bien, que la argumentación interactúa con la narración. La ejemplificación que corrobora su argumentación es la historia misma, las escenificaciones, las situaciones de los personajes.
En fin, por ahora podemos releer la obra del escritor esquivo y huraño, mientras llega a nuestras manos La fiesta de la insignificancia.
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