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La carta de Takenori

  • La carta de Takenori | Juan José Hoyos.
    La carta de Takenori | Juan José Hoyos.
19 de marzo de 2011
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¿Por qué los japoneses no pierden la serenidad en medio de las catástrofes? Esa fue la pregunta que se hizo el padre Hugo Enomiya Lasalle el 6 de agosto de 1945, cuando estalló la bomba atómica en Hiroshima. Él nació en Alemania y estaba en Japón desde 1929. Era el párroco de la iglesia de la Compañía de Jesús en esa ciudad. En sus memorias, el padre Pedro Arrupe cuenta que lo conoció en la cumbre del monte Fujiyama celebrando una misa antes de la guerra. Lo acompañó en sus cantos tocando el violoncelo.

El escritor argentino Tomás Eloy Martínez habló con él cuando fue a Japón a hablar con los sobrevivientes de la bomba, veinte años después. Ese verano, el padre Lasalle tenía 47 años. Durante la primera semana de la hecatombe pasó casi todo su tiempo rezando, mientras andaba entre los heridos y los muertos. "No necesité perdonar porque ya había perdonado en el momento mismo en que mi espalda quedó rasgada por quince astillas de vidrio, la mañana de la explosión", dijo recordando ese día.

El padre Lasalle no sintió nunca indignación por tanto espanto. "Sólo piedad por los que murieron y piedad por los que mataron". Martínez cuenta que su voz sonaba oscura, calmada, como si saliera de un tubo: "Con esta misma voz lloré el lunes 6 de agosto". Después de eso, resolvió quedarse en Japón, vivir como un japonés, y cambió su nombre. También decidió convertirse en ciudadano japonés. Con la ayuda de miles de católicos de todo el mundo, construyó en Hiroshima la Catedral de la Paz. En busca de una respuesta a su pregunta se inició en el camino del Zen. Vivió varios años en un monasterio. Recibió el título de roshi. Sin embargo, continuó siendo cristiano. Su vida y sus libros se convirtieron en un puente vivo entre Oriente y Occidente.

Recordé al padre Lasalle leyendo una carta que les mandó a sus amigos Takenori Hoshiko, un muchacho japonés que vivió en Colombia varios años. El día que tembló la tierra en su país, él estaba en Tokio. "Yo les cuento la verdad..." dice Takenori. " Cuando vino el terremoto grande por segunda vez, estaba en el parque del templo... y estaba acostado sobre el suelo... Vino el terremoto con sonido de go go gO gO GO GO... Temblaba bastante y alguna gente gritaba. Pero yo tenía un sentimiento muy profundo, demasiado profundo de la vida... Sentí que la tierra está viva... Sentí que la tierra tiene mente, corazón y espíritu. La tierra es independiente de nosotros. Nosotros sólo estamos viviendo en ella, no más. Hace 72 horas está temblando? Ahora, una catástrofe nuclear también puede ocurrir y sería muy peligroso para todos... No quiero que llueva, pero va a llover de pronto... Mucha gente de Tokio y las cercanías ya se escapó a la montaña para estar más lejos de la playa. Yo me quedé en Tokio porque aquí tengo a mi familia y a mis amigos. No estamos seguros en ningún momento, pues hay posibilidad de que llegue otro nuevo terremoto grande, pero no quiero dejarlos, solo voy a escapar con ellos si llega a ocurrir otro nuevo. Qué disciplina la japonesa: cuando ocurrió el primero, mucha gente estaba caminando por la calle Shinjuku, en el centro de Tokio, donde hay más gente, igual que donde vivo. Había mucho tráfico, pero nadie estaba gritando ni corriendo como locos, todos estaban cuidando unos de otros. Ahí vi el círculo japonés de verdad y sentí mucho orgullo de mi pueblo. Resucitaremos con el corazón japonés, con espíritu de samurai y con la energía de todo el mundo".

Después de los estallidos de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, el imperio japonés se rindió. Una de las cláusulas del tratado que puso fin a la guerra obligó al emperador a dirigirse a sus súbditos por la radio diciendo que él no era Dios. Japón dejó de ser un país donde la religión presidía la vida nacional. Se volvió un país secular, pero no abandonó su culto a los muertos. Un culto en el que los muertos necesitan de los vivos. Un culto en el que no existe la palabra "víctima". En japonés se dice "hibakusha": persona afectada por una explosión o un desastre. Y aunque llegó a ser la segunda economía del mundo y un gigante de la industria electrónica, en Japón continuaron con vida los altares budistas.

Pienso que en esos altares y en los rituales para cuidar de los espíritus de los que murieron está la respuesta a la pregunta sobre el comportamiento de los japoneses que asombró al padre Lasalle el día que estalló la bomba de Hiroshima. El sentido del Zen: redescubrirnos nuevamente cada día, en esta vida en la que cada día es el primero de todos. Erigirnos sólidamente sobre nosotros mismos, apoyándonos firmemente en lo único en que podemos apoyarnos: nuestros pies. A miles de kilómetros de distancia, yo también he visto el círculo japonés, aunque no sé qué significa. Pienso que es el mismo círculo que descubrió en Hiroshima el padre Lasalle.

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