La dolorosa situación de Bolivia y la expulsión de los embajadores de Estados Unidos por parte de los gobiernos de Venezuela y de Bolivia es una demostración de la grave crisis que vive el área andina desde hace varios años y de las agudas tensiones que enfrentan a varios gobiernos de la región con el país del norte.
En los años setenta la crisis de América Latina estuvo en el Cono Sur, donde feroces dictaduras derrumbaron democracias y produjeron una violación masiva de los derechos humanos con el apoyo de Washington. Dejaron una herida que apenas ahora se está cerrando con el juicio y la condena a los responsables y con la verdad y la reparación para las víctimas.
Luego la crisis se trasladó a Centroamérica, donde se desataron dramáticos conflictos armados entre Estados y guerrillas en los años ochenta. La solución vino de la mano de complejos procesos de paz en los cuales tuvo presencia la comunidad internacional. Estados Unidos, que había intervenido de manera decisiva en las confrontaciones, fue crucial en las negociaciones adoptando una posición favorable a la salida pacífica.
Ahora la crisis está en la zona andina y tiene ingredientes no menos complicados que los del Cono Sur y Centroamérica. Acá se dan cita el procesamiento y tráfico de cocaína, la persistencia del conflicto armado en uno de los países, la inestabilidad política y la concentración de la producción de petróleo de la región.
Los principales factores de la crisis se encuentran en Colombia. Buena parte de las tensiones de los últimos años han tenido su origen en nuestra guerra interna y en la producción de cocaína en nuestro suelo. Pero la disputa entre Venezuela y Estados Unidos, que tiene como trasfondo el petróleo y como elemento visible las diferencias ideológicas, es también un factor determinante.
Abundan los motivos para desatar tormentas diplomáticas. Pero el de Bolivia es un tema serio. Está en juego la unidad nacional de ese país. La rebelión de cinco provincias (Beni, Pando, Tarija, Santa Cruz y Chuquisaca) contra el gobierno de Evo Morales y el reclamo de autonomía plena es una carga de profundidad que no se puede solventar fácilmente.
Evo Morales, en una demostración de apego a las reglas democráticas, citó a un referendo para dirimir la controversia y se sometió al veredicto de las urnas. Ganó el pulso con una votación más alta que la obtenida en la victoria cuando ganó las elecciones presidenciales. Pero la oposición no sólo no declinó las banderas sino que arreció sus ataques hasta hundir a Bolivia en manifestaciones y violencia.
En el fondo de la confrontación está la inconformidad de las élites blancas y mestizas que han sido desalojadas del poder por un movimiento indígena y popular y también la lucha por la utilización de los ingresos de la producción de hidrocarburos. La vieja dirigencia de Bolivia no se resigna a que los escasos recursos de un país pobre y humillado se utilicen para distribuir beneficios entre los más necesitados. Es una pugna clasista y racial con un ropaje nacionalista.
Las noticias dicen que el embajador de Estados Unidos tomó abierto partido por los gobernadores que encabezan la rebelión y se encargó de promover disturbios y a eso obedece su expulsión. Chávez ni corto ni perezoso aprovechó la oportunidad para mostrarle otra vez los dientes a Bush y produjo de inmediato la salida del embajador en Caracas utilizando palabras de grueso calibre contra los americanos.
Mucha agua ha corrido bajo los puentes de los años setenta hacia acá y la crisis de América Latina amerita otra mirada. Quizás la solución venga de actitudes parecidas a las adoptadas en Centroamérica. Tal vez acá y ahora es necesaria una coalición de países del sur que, encabezados por Brasil, se le jueguen a buscar una estabilización del área andina, una solución al narcotráfico y una salida negociada al conflicto armado colombiano. Pero esto no es posible si Washington no cambia también radicalmente la actitud, si allí no se gesta una conducta de respeto a la soberanía y a la integridad de estos países y una posición genuinamente pacifista.
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