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La exquisita minoría

09 de julio de 2008
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Quienes integramos esa minoría que no eligió ni reeligió al presidente Uribe vivimos momentos incómodos. En todas partes nos discriminan. Somos personas no gratas. Nos miran como a un taxi vacío, para decirlo con Gómez de la Serna.

Nos han decretado el olvido. Nos retiraron el saludo y la mirada. Si nos dan la mano, solo nos prestan fugazmente las punticas de los dedos. Nos ven de lejos y cambian de acera.

En los almuerzos nos sirven la presa más chiquita. El trago es aguado a morir. Si nos vamos de corrientazo o almuerzo casero, se niegan a cambiarnos la sopa por huevo. Tenemos que llevar la sal.

La gente nos mira con perversa ironía. Meseros y taxistas furibistas nos echan clavija. En la homilía dominical, el cura nos pone mil kilómetros luz a la izquierda de Dios Padre. (Menos mal Dios no tiene presa mala).

Después de la aséptica operación Jaque que recuerda la "Siempreviva" o la "Inmortal", partidas maestras del ajedrez, nos preguntan: "¿Y cómo les quedó el ojo?".

Nos impiden berrear a moco tendido de alegría cada vez que la televisión repite las imágenes del espléndido conejo libertario que le puso el Ejército a las Farc. Los uribistas se reservan el derecho a llorar solitos en un país que es una sola lágrima de felicidad. Adoptaron a Íngrid y su combo como sus ositos de peluche.

La controversia ha puesto en peligro el croché familiar. La parentela nos ve como desertores. Todo porque queremos cráneos nuevos en los carros oficiales.

Abundan los madrazos por Internet. Para estar seguros de que el insulto llegó, lo repiten por fax. O dejan el mensaje en el contestador automático.

Son los nuevos dueños de los liberados. Y del presidente, a quien miman como si fuera un lote de engorde. El gobernador de Caldas, proclamó que Uribe es más audaz que el putas de Aguadas. Y le sopló la máxima condecoración de la ciudad.

Quienes no comulgamos con ruedas de molino uribista, hemos tenido que reducir las salidas a la calle. (Les pediré a mis contemporáneos que no se mueran por estos días. Se perderían pésame y gladiolos).

En agradecimiento con Uribe, sus hijos Tomás y Jerónimo agotan bolsos y sombreros vueltiaos. En los bares, no les cobran el trago ni los preservativos. "Uribito", el muñeco que pone al presidente al alcance de todos, se agota en los semáforos. (Soy mejor que el muñeco porque mis pilas no se acaban, proclamó Uribe que está que hace milagros, como el padre Marianito, a quien visitó en Angostura para pedirle que le mantenga el sobregiro de positivos).

Muchos caminamos raro para que no nos reconozcan. Nos ponemos ropa olvidada en el clóset y usamos gafas oscuras para pasar inadvertidos.

Los furibistas están impidiendo el libre desarrollo de nuestra personalidad. ¿Quién podrá defendernos?

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