Esto está que cambia. El país, el continente y el mundo parecen no resistir más la estupidez rampante bajo los cielos. Una mutación se aproxima, no porque un líder o una organización hayan estructurado un fuerte movimiento transformador, sino por simple cansancio, por acumulación desesperada de hastío.
Hace 19 años sucedió algo semejante, cuando cayó el Muro de Berlín y más adelante el comunismo, sin que nadie moviera un dedo en ese exacto sentido. El régimen de acero se derrumbó en los países con cortina de hierro, sencillamente porque la humanidad no aguantó tanto metal obstruyendo las fronteras.
Muchos cantos se habían cantado, innumerables flores se habían blandido, tantas sandalias habían aireado los pasos de las nuevas generaciones, que los jerarcas se defenestraron por sí mismos.
Hoy una similar indignación barre al mundo. Los mandatarios superpotentes han erigido al odio y al miedo como argumentos para gobernar a las pacientes mayorías. La guerra ha sustituido a la palabra, a la política y a la comprensión, y se ha convertido en el inmediato músculo para resolver las diferencias por la vía del arrasamiento de los diferentes.
El pobre planeta rico que nos ha correspondido en la repartición celeste de las moradas está siendo arrasado por la compulsión del consumo. No hay hielo donde por siempre lo hubo, no hay árboles en el lugar de los bosques, mueren las especies que plácidamente se habían multiplicado durante milenios.
Por todas partes, en reacción, se levantan tímidos los clamores de los laboriosos y festivos ciudadanos del país y del mundo. Una nueva piel les ha brotado a las más recientes hornadas de seres, una apreciación fina, un olfato acerca de lo que debería ser y lo que no debería permitirse más. Silenciosa, pausada, una turba airada empuja hacia otro estado de cosas.
El globo volante parece pensar, así ese pensamiento no se exprese en categorías asimilables a las del cerebro del hombre. La naturaleza se queja con una sensibilidad percibida más agudamente por las mujeres y los niños. Se fragua una alianza inédita entre cultura y cosmos. Un resultado sorprendente asciende desde el centro ígneo terráqueo y tiende a coronarse en la cresta que sueña y que sabe de la muerte.
Unos pocos días más, y esto será otro.
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