La religiosidad popular es un tesoro. Un tesoro es para cuidarlo. Cuanto más lo cuido, más descubro la maravilla que es. Como pasa con los cinco sentidos, que son un tesoro invaluable.
Un tesoro se cuida por tres motivos. Primero, por el gusto de existir.
Segundo, porque llena de luz y fortaleza todo lo que circula en torno a él.
Y tercero, por ser la compañía que merece la máxima solicitud.
La religiosidad popular es el instinto de lo divino. Tan natural como ver para los ojos, oír para los oídos, tocar y acariciar para las manos, pisar y caminar para los pies.
Es la forma de ser del corazón, vivir en relación de amor con el ser divino, sentirlo en cada palpitación con naturalidad.
La religiosidad popular le da al ser humano su verdadera estatura, la de vivir derretido de amor.
Amor a sí mismo, amor a los demás, amor a todos los seres de la creación, fruto del amor a Dios, de donde viene todo amor. El misterio como la más entrañable realidad.
Para Azorín, tener estilo es no tener estilo; un escritor escribe tanto mejor cuanto más sencillamente escribe.
Jesús tenía una mirada penetrante de las personas y las cosas, y así lo expresaba en las parábolas, fotografías verbales de la vida real.
Para Ernesto Renán, en las parábolas, como en las esculturas griegas, el ideal se deja tocar y amar.
Para los presocráticos todo está lleno de dioses. Y saludaban con gusto exquisito: "Entrad, también aquí hay dioses".
Una capacidad de acogida digna de toda admiración. El instinto maravilloso de lo divino los llenaba de cordialidad.
Como cuando Catalina de Génova decía: si como, si bebo, si me muevo, si hablo, callo, duermo, velo, veo, oigo o pienso, si estoy enferma o sana? todo en mí es para Dios, y para el prójimo por amor a Dios".
Cuidemos en el niño su religiosidad elemental, su instinto maravilloso de sentirse amado de Dios y de amarlo a la vez.
* Monticelo, Centro de Mística.
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