El testigo de todo el asunto es usted. Tendrá que elegir si ve esa escena o la otra, si se sienta delante de la reja o detrás o si, más bien, no mira.
También tendrá que moverse. Ir de un cuarto a otro, del sótano a uno más arriba. Son cinco escenas, unas dos horas y la realidad de frente. Porque, se lo dicen sin tapujos, la obra lo va a conmover.
Las personas, señala Julio César Peláez, uno de los directores, son algo así como el fluido. Porque todo tiene que ver con La sangre , como se llama la puesta en escena.
No es sólo una cuestión de violencia, del secuestro, que es lo evidente, sino también de la indiferencia, de la política, de los pactos de sangre, de la familia, de los hijos, del silencio mismo.
La sangre es una obra diferente. Tiene cinco directores, uno por cada escena, sin que deje de haber una globalidad en la historia. Al fin y al cabo, cada momento se relaciona con el otro.
Y cada momento, salvo dos, se realiza en un espacio distinto. Por eso la gente se va moviendo y por eso, también, se puede sentir involucrado, testigo de lo que está pasando al frente. Porque el señor que va a matar a la señora le mira a los ojos y le involucra y habrán ganas de hacer algo y de quedarse callado, también.
"El tema es muy oportuno para el país, porque nos compete", comenta Wílder Lopera, otro de los directores.
De corazón abierto
Un montaje realista, completamente. El espacio como tal es protagonista, sin muchos elementos salvo que se está en una casa, que está desordenada, que tiene varias piezas, un sótano y unas rejas.
"Queríamos utilizar el espacio tal cual está. Darle cierta atmósfera, pero es la realidad, sin maquillaje", añade Julio, mientras el actor John Jairo Torres cuenta que "realmente suceden situaciones. Es una obra de un estilo muy real, que nos obligó a pensar cómo hacerla teatral".
Tal vez por eso haya detrás de todo un juego experimental. Es muy cinematográfica y la imagen habla muchas veces, tanto como las palabras, el silencio y los sonidos. "Cada cosa tiene su razón de ser", explica Julio.
Porque esta obra tiene un trasfondo académico. La realización y producción es un ejercicio de dirección colectiva de estudiantes de la maestría en Dramaturgia y Dirección de la Universidad de Antioquia, apoyados por el teatro Las Tablas y la Facultad de Teatro de la universidad.
Un trabajo de cinco meses donde, agrega Wílder, "el público se siente tocado". Y donde una niña, que es la protagonista, indica Mónica Lanza, una de las actrices, va mirando inocentemente todo lo que pasa. "Todo lo que transcurre es muy natural", añade ella.
Es, en todo caso, un llamado de atención. A la violencia y al silencio cotidiano.
La empleada va guiando al público, mientras limpia la sangre que se queda, "para callar el problema -expresa Wílder-, que sigue y que alguna vez habrá que limpiar".
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