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Las balas que segaron vidas en la tierra de los acordeones

En el Cesar, grupos paramilitares sembraron el terror a lo largo y ancho del departamento. Su estrategia era consolidar una región con líderes políticos puestos por ellos. Pero la estrategia se desbordó y cobro miles de víctimas inocentes.

31 de agosto de 2013
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Lo que más recuerda Gloria Navarro de su esposo Emiro Araújo Arzuaga y de sus hijos Cesar Augusto y Luis Alejandro, es el ímpetu para asumir el trabajo y el arrojo para enfrentarse a duras situaciones. Eso los mantiene vivos, por lo menos en su memoria, 13 años después de que los paramilitares  los asesinaran en una finca en San Diego, Cesar.

También azuza el recuerdo un retrato de los dos muchachos y su conyugue, colgado en la sala de la casa donde solo una nevera ocupa un rincón del vasto espacio de paredes grises, salpicadas por el polvo llegado de la calle en bocanadas de un aire caliente que se pega a la ropa adherida a la piel por el calor insoportable.

Aunque las palabras salen de la boca de Gloria, sus manos negras de piel templada y brillante parecen que hablaran. Cada recuerdo lo matiza con el movimiento de sus dedos, hasta que la voz se quiebra y se le escapa por el patio de su casa,  perfumado por un olor a limpio, de jabón de cebo, esparcido por la ropa recién lavada en un platón. Las gallinas corretean el maíz y un gato duerme en la estancia, junto a un árbol proveedor de sombra para su descanso.

---A la finca llegaron varios hombres armados al amanecer. Esperaron a que terminaran de ordeñar y los reunieron. Los amarraron con las manos atrás del banquito donde se sentaban a sacar la leche y ahí los mataron. Los dejaron irreconocibles ---dice Gloria, evocando los pormenores de ese 8 de septiembre.

Desde ese día comenzó su suplicio. Con el tiempo llegaron las amenazas y con las amenazas el desplazamiento. Se fue a Bucaramanga a lavar ropas ajenas hasta que se le reventó su espalda de ébano, y entonces decidió volver a San Diego. Hoy vende boletas por las calles calurosas que, según ella, le dejan 30 mil pesos semanales con los que debe comer y pagar servicios mientras espera una reparación del Estado que no llega.

La historia de Gloria se repite en cada centímetro de este territorio enmarcado por las escarpadas montañas de la Serranía del Perijá y la Sierra Nevada de Santa Marta. La carretera que lleva de Valledupar al municipio Agustín Codazzi guarda entre el asfalto y el canal que la separa de los pastizales, historias de labriegos ejecutados a bordo del camino por las autodefensas. Y a bordo de camino están las víctimas.

Y a bordo de camino está Luz Mery Garcés, ganándose la vida, cocinando en ollas grandes sopas de hueso que vende en platos plásticos a dos mil pesos a “cuánto cristiano se atreva a venir por estas tierras de calores infernales”. El plato lo acompaña de una limonada color ocre, envasada en un frasco de vidrio y servida en un vaso, también de plástico.

---Yo vivía en el bajo Sicarare. Pero entonces comenzaron a llegar el Ejército y los otros grupos, tú sabes, los que había antes, y los que llegaron después y se armaban tremendas plomaceras. Yo agarraba a correr por el río con mis hijos porque yo decía tengo que salvarles el pellejo ---cuenta Luz Mery, tragándose la s, con el acento particular costeño.

---Perdimos unos puerquitos, unas gallinitas y unos chivitos. Al lado de la casa había un caño y se metió y se la llevó. No tenemos nada.
Luz Mery tiene ocho hijos que alimentar y su comedor improvisado bajo los árboles de mango, donde al caer la tarde, se ven pasar los camiones, vehículos de carga y  traficantes de gasolina a una velocidad que hace temblar las ollas puestas sobre las piedras del fogón humeante e improvisado.

La expansión paramilitar
Antes de la llegada paramilitar al Cesar, las guerrillas del Eln y las Farc dominaban el territorio. La cercanía a Venezuela y lo agreste de las montañas de Perijá y la Sierra Nevada de Santa Marta hicieron del territorio el sitio preciso para su asentamiento. En el municipio de Copey, se fundó el frente 6 de diciembre del Eln y “Simón Trinidad” llegó a comandar las Farc.

---Acá todo lo resolvían los guerrilleros. Si un man le pegaba a su mujer ellos mediaban.  Mediaban en conflictos de límites de fincas o si había que cobrarle a alguien alguna plata o alguna deuda ---cuenta un habitante de Copey.

Pero las ideas del Eln y las Farc eran descentralizar la política y por eso buscaron tomarse las alcaldías de los municipios del Cesar. “Permearon algunos movimientos y comenzaron a reclutar simpatizantes con sus ideas”, explica un investigador social que pidió reserva de su nombre por seguridad.
A principios de la década del 90, los grupos guerrilleros estaban tan metidos en la población que hasta algunos comandantes vivían en los pueblos y caseríos.
Este permitió, como lo explica la periodista Mildreth Zapata, que los grupos de las autodefensas llegaran con tanto odio y se ensañaran con algunos municipios.
Los desmanes de los guerrilleros se hicieron presentes y comenzaron a extorsionar y a secuestrar. Según cifradas estimadas de la ONU, tan solo en Valledupar hubo alrededor de 200 plagios en el 2001.

“La gente no aguantó más y entonces buscaron a Salvatore Mancuso, sobre todo los de la élite quienes veían en los desmanes de la guerrilla las amenazas de sus intereses”, cuentan investigadores de las Fuerzas del Estado.

---Mancuso alquiló dos pisos en un hotel del centro y por allá desfilaron las élites de Valledupar. Con él hicieron acuerdos y entonces trajeron a Jorge 40 para que mandara en la zona ---dicen investigadores de Justicia y Paz.

Con la llegada de Jorge 40 y la creación de los grupos paramilitares se buscó consolidar un proyecto político para dominar toda la región que según investigadores sociales y defensores de derechos humanos aún no se ha desmontado. “Entonces llegaron los asesinatos de presidentes de Juntas de Acción Comunal, alcaldes y concejales que no comulgaban con las ideas paramilitares o que simplemente le estorbaban en sus intereses políticos”, dice el investigador.

Fueron asesinados dos alcaldes de Copey, un concejal, el alcalde de Aguachica Luis Fernando Rincón, y fueron amenazados dirigentes que buscaban una renovación política.
Entre esos casos está el de Juanita Ramírez, una mujer del movimiento MRL con grandes aspiraciones al Congreso de la República. Ante la renuncia de Víctor Ochoa para llegar a la Cámara de Representantes los votos que este arrastraba se perderían según investigadores, para las aspiraciones paramilitares, entonces ella aspiró a ese puesto, en contravía del deseo de las Auc. Jorge 40 secuestró a Ochoa y obligó a Ramírez a ir a sus campamentos.

---Allá me cortó mis aspiraciones políticas. Me dijo que tenía que renunciar porque no me quería hacer daño y que él me podía hacer daño en cualquier parte.
Cuenta Ramírez que en esa época la democracia estaba secuestrada por los paramilitares. Según la mujer, el Estado no funcionaba como ente regulador de las relaciones y estas eran reguladas por personas vinculadas a grupos al margen de la ley que mandaban en todos los aspectos en lo económico y en lo social.
Ese mando lo sembraron con una de sus armas más poderosas, el terror. Las masacres fueron parte de esta estrategia.
 
 
Pueblos fantasmas y zombis
Los gritos de Marcela fueron escuchados por toda la comunidad de Los Brasiles aquel mes de junio de 2002, pero nadie acudió en su ayuda. A su casa entraron los paramilitares una noche en búsqueda de su hermano, acusado de auxiliador de la guerrilla.

---Ellos tumbaron la puerta. Lo sacaron de la pretina y un negro alto lo tiró a una volqueta. No volvimos a saber de él.

En la estancia de su casa, Marcela sigue a la espera de información que la lleve, por lo menos, a saber del cadáver de su hermano. A veces se sienta a esperar, y se mece en su silla hasta que los últimos rayos de sol tocan su techo de paja. Frente a su casa, los muros de las viviendas desocupadas han sido invadidos por la maleza, y las puertas y ventanas se cayeron, insostenibles ante el paso del tiempo.

En el corregimiento Los Brasiles se perpetró una de las  123 masacres registradas por la Unidad de Justicia y Paz en Cesar que dejaron 605 personas asesinadas. En cinco aos fueron asesinadas 85 personas. Cuenta Jhony Alfaro, un defensor de derechos humanos de la región, que ese día los “paras” llegaron a la comunidad y se llevaron los campesinos.
“Los tendieron en la carretera. Eran como seis y a todos los mataron con fusil”, cuenta.

El miedo a esta masacre y a otras como la de cuatro indígenas kankuamos se metió entre los pobladores de Aguachica, San Diego, Bosconia, La Paz, Agustin Codazzi y otros municipios. Entonces la gente comenzó a resguardarse en sus viviendas, sintiendo el temor de que en la noche llegara “la mona”, un martillo grande con el que tumbaban las puertas para sacar a la gente.

---Esto se volvió tan duro que si a usted lo acusaban de ser guerrillero, sin serlo, esa gente lo mataba. Mejor dicho, mataban hasta por una botella de ron ---cuenta Luis, habitante de Aguachica.

Entonces el insomnio también hizo de las suyas y los pueblos además de convertirse en fantasmas después de las seis de la tarde, albergaban a las personas que no dormían en las noches por miedo a ser las próximas víctimas. “Parecíamos zombis”, agrega Luis.

El temor llegó al extremo que si alguien veía a una persona con un papel creía que era una lista de los paramilitares y comenzaba a esconderse. Cuando así era, los cadáveres de los profesores, amas de casa, periodistas, capataces, pescadores eran arrojados al río, descuartizados, sepultados en fosas e incluso en pozos sépticos.

“Uno veía a esa gente que pasaban con gente en bolsas y las metían en el cementerio sin nombres ni nadas”, relata Jorge, habitante de Bosconia.

Ahora los habitantes del Cesar hablan de tensa calma. Las heridas del pasado duelen, pero no sangran. Aun así, el miedo ha vuelto a aparecer en las noches calurosas del valle. El rumor de un rearme les roba el sueño, como la época no lejana en que la violencia segó la vida en la tierra del acordeón y el vallenato.

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