León Andrés, hace cuatro días tu padre, Horacio, estuvo en la redacción de este periódico y nos dijo que ya se iba ajustar un mes, tras el anuncio del Eln de tu liberación, y nada que llegaba el día. En ese momento sumergió la cara entre las manos y se puso a llorar. Esperaba que el operativo que te traería de vuelta por fin se lograra, pero el abrazo que te está dando justo ahora, cuando te zafaste de las manos de los comisionados del CICR y saliste a correr, se demoró más de lo esperado.
Como luego se supo, hubo varios intentos. En doce días se dijo que un jueves, que un martes, que un miércoles, que un viernes, que un sábado y al fin que hoy, este domingo en el que don Horacio y tu madre, doña María Isabel, te abrazan entre lágrimas y alegría.
Anoche, ellos dos no se movieron del hotel en Caucasia, evitaron hablar por celular, decir más de la cuenta para no echar a perder el operativo. En estos dieciséis meses han aprendido del conflicto armado lo que nunca en la vida. Aprendieron que la suerte de su hijo estaba en manos del Comando Central (Coce) del Eln y que esa guerrilla ha casado una pelea ya muy vieja con las multinacionales, secuestrando a sus empleados, como a vos, y de esa manera presionarlas para que abandonen el país. Conociendo esas características del Eln, prefirieron quedarse encerrados.
—Búsqueme mañana mejor —dijo hermético don Horacio, cuando lo llamamos el sábado para saber si había alguna noticia sobre tu soñada libertad.
Prefirió no dar referencias de lo que estaba pasando. En silencio te cuidaba, no quería ver el operativo por el suelo.
A las once de la noche don Horacio por fin, vencido por el cansancio del viaje y de la espera, se quedó dormido, pero el sueño, igual que a doña María Isabel, le duró poco. Entre la una y las dos de la mañana se despertaron, se quedaron en silencio, esperando que la mañana te trajera en ese helicóptero azul de la Cruz Roja Internacional.
El ocho de julio pasado el presidente Juan Manuel Santos estuvo en San Francisco haciendo una restitución de predios urbanos para los municipios del Oriente antioqueño. Estaban todos los alcaldes beneficiados y el esquema de seguridad de la Casa de Nariño, y por allá, sentados al lado de la iglesia, en unas escalas que llevan al atrio, al lado de la oficina de la Unidad de Víctimas del pueblo, estaban sentados tus papás. Como pudieron, cuando el presidente se escabullía entre la multitud, se le aparecieron de frente y él les sonrió, les levantó la mano en forma de saludo y se la llevó al pecho, como diciendo los llevo en el corazón, o al menos así lo interpretó don Horacio. Ese día, luego de la histeria, tus padres me contaron que el Presidente estaba trabajando en tu liberación.
La espera de Sofi
Faltaba poco para que cumplieras un año de secuestro y en la casa de El Peñol tu perrita labrador chocolate, Sofi, empezaba a enfermar de gravedad. Todo ese año estuvo inquieta, se metía en tu cuarto, se escondía debajo de la cama, se hacía encima de ella y doña María Isabel la regañaba, la sacaba, pero ella era terca y lloraba mientras te esperaba; y se le sobrevino una depresión que a veces ni quería comer, solo se echaba con sus orejas cafés caídas. Empezó a enfermar, y de pronto tuvo unos cólicos muy fuertes y la operaron, al fin, de una infección en la matriz.
—Eso fue muy raro, de tristeza lo más seguro. Pero vea, desde que el Eln anunció que iban a liberar a mi muchacho, yo no sé si porque nosotros también cambiamos el semblante, esa perrita se puso contenta. Ha cogido unos bríos ese animal —nos contó don Horacio en la pista del aeropuerto de Caucasia. Justo en ese momento nos confirmaron que ya el Eln te había entregado a la comisión humanitaria.
Fue el trece de agosto que a la redacción nos llegaron unas fotos increíbles de amigos tuyos en diversas partes del mundo. Para darte un ejemplo, uno estaba en la muralla china —cargaba un letrero que decía "en todo el mundo pedimos la libertad de León Andrés Montes ", y que vestía una camiseta blanca con tu foto— y otra parada en las afueras de la Casa Blanca, en Washington, con el mismo cartel, exigían al Eln que te liberara.
Por esos días, como si se tratara de una conspiración de amigos, en Medellín aparecieron carros con tu foto en el vidrio trasero. Todos, viendo que pasaba el tiempo y el Eln liberaba a ciudadanos canadienses, peruanos y alemanes, insistieron en tu liberación.
Ahora nos dice doña María Isabel que sí se sintió muy decepcionada cuando el Presidente dijo que para empezar un proceso de paz con el Eln tenían que liberar primero a todos los ciudadanos extranjeros que estaban secuestrados. Fue una tristeza, dijo, aunque después el Presidente dijera que no solo a los extranjeros sino a todos.
Hoy, justo a las diez de la mañana cuando el CICR envió un comunicado por correo electrónico anunciando que ya estabas en manos de la comisión humanitaria, estaba hablando con tu hermano David, el matemático, al que le llevas cuatro años y con el que, recordó, tuviste las peleas y los juegos de la infancia, la complicidad de cuando se crece.
Justo hablábamos y le dije que acababa de llegar el comunicado y su voz fue un silencio en la línea, qué alegría, dijo, qué alegría, y la voz se le quebró. No supe qué decir y colgamos.
A las 10:32 a.m., Carolina, tu novia, viajaba de El Peñol y trataba de decir —dijo— que estaba muy feliz, que la espera fue muy larga, pero la señal estaba muy mala.
A las 10:35 a.m. ya el helicóptero daba una vuelta sobre el aeropuerto de Caucasia. Desde una valla te vimos bajar del helicóptero, tan diferente a la foto de supervivencia que envió el Eln en enero; te veías con el pelo largo, con una barba espesa, y después te soltaste de los comisionados y vino ese abrazo. Qué conmovidos estábamos. Ese abrazo duró unos siete minutos y desde allá gritaste durísimo: ¡Qué viva la libertad!
Desde Medellín el profesor Guillermo, que te enseñó climatología e hidrología en la Universidad Nacional, seguía tu liberación.
En todo este tiempo recordó varias cosas: La vez que, un mes antes del secuestro, lo buscaste en su oficina y le contaste de tus proyectos futuros, de las ganas de casarte con Carolina; recordó que cuando presentaste las pruebas del Estado Ecaes, fuiste el más brillante ingeniero forestal en el país, y que tu tesis fue laureada; no olvidaba que no pudiste hacer un posgrado, como todos querían, porque la situación en la casa no era la mejor y ahí vinieron los seis años en La Sierra, la empresa chilena.
Nos dijeron tus padres que para este día de felicidad no había nada planeado, que se iban a dejar llevar por esa marea de felicidad que se les venía con tu regreso, la cura a esa terrible ausencia que duró 489 días.
Y cuando nos hablaste, ellos no se te querían desprender, como el olor de un recuerdo se te pegaban del cuello, y de ese momento se me quedó en la memoria, definitivo, eso que dijiste: "No hay rencor". Y ya te fuiste, libre de esa cadena.
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