A las 10 de la noche, en mi casa ubicada en el barrio San Javier, mientras leía el nuevo libro de Gabriel García Márquez, a lo lejos, pero a la vez muy cerca, escucho una mezcla de sonidos que mis oídos “poco entrenados” no logran diferenciar de qué se trata. Sin advertir que faltaban dos horas para iniciar el tan esperado mes de diciembre, asumo que ese no identificable pero cotidiano ruido de balas que interrumpen las horas de sueño y tranquilidad, no es más que el efecto de la violencia y el conflicto que se ha convertido, desde hace unos meses en “melodía” nocturna y natural en este hermoso lugar donde resido, la comuna 13.
Transcurren los minutos y, en medio del sueño y los desvelos, los sonidos y los estallidos continúan. Ante mi preocupación, elevo una oración al cielo para pedirle a Dios que cese la violencia y especialmente, que aguarde a los niños y jóvenes de mi comuna que no tienen nada que ver con el conflicto, pero sus vidas son las más comprometidas en medio de las balas.
Pero mi oración termina cuando faltando cinco para las doce, estos sonidos de “bala” se aumentan atronadoramente formando una gran melodía espacial, anunciando la llegada de diciembre con su alegría, mes de parranda y animación.
Cuando descubro que aquel sonido entrecruzado desde las 10 de la noche era el preámbulo a la Navidad 2010. Mi corazón quiere estallar pero de alegría, me asomo a la ventana y ante la mezcla de colores y sonidos en el firmamento, mis ojos brillaban mientras mis palabras se combinaban con la pirotecnia.
Que viva la tradición, la navidad, la natilla, los buñuelos, los villancicos, las novenas, los parranderos. Quería que amaneciera para coger el bus y mientras llegaba al trabajo escuchar “El apachurrao” y todos los parranderos que suenan a todo volumen en los buses de la ciudad, desde ya hace varias semanas.
Ojala todas las balas que escuchamos en las comunas de Medellín no fueran para dar muerte, sino para anunciar la llegada de la alegría de la navidad, de la unión, de la paz.
Aunque estas prácticas pirotécnicas tampoco pueden convertirse en generadoras de violencia y en cobrar más víctimas quemadas. Es un llamado en medio de la alegría, también a la prudencia con la pólvora y la responsabilidad, principalmente con los menores de edad.
Así, todavía con aquel maravilloso sonido, no identificable inicialmente, concluyo esta historia en la primera hora del mes de diciembre.
No era bala, no era muerte, era pólvora, era alegría, era diciembre.