Cuando estaba en el colegio había una frase recurrente entre los profesores, los de primaria y los de bachillerato: ustedes tienen que vivir con el policía al lado.
Bastaba con ver a un profesor haciendo guiños para salir del aula -aunque sea un segundo- y ya todos teníamos pequeñas sobras de tiza en las manos, papeles hecho bolas, cauchos con ganzúas o lo que sirviera para lanzarnos entre todos.
Incluso recuerdo que alguna vez hasta ojos y cerebros de vaca que usamos para disecciones en clase de laboratorio de biología terminaron siendo proyectiles dentro del aula. Se armaba una guerra de todos contra todos hasta que alguien gritaba "¡Ahí viene el profe!" y todos tomábamos nuestros puestos y un silencio sepulcral se tomaba el salón de clase como si nada hubiese ocurrido.
Hace algunos meses, ya muchísimos años después de haber salido del colegio, me empezaron a llegar un sinnúmero de correos en los que me advertían cuál iba a ser la ubicación de cada una de las cámaras para vigilar la movilidad en Medellín.
Imagino que las Farc y los narcotraficantes harán lo mismo con los retenes del Ejército.
Desde sus BlackBerry se enviarán mensajes diciendo: "tengan cuidado que hay retén de policía en tal carretera". O se inventarán la forma de violar estos controles en una cadena de mensajes que no tiene sino el fin de colaborarse entre ellos. Colaborarse para delinquir.
Llegué una vez a contar cuántas cámaras, con su respectiva ubicación, incluía uno de los correos y fueron algo más de 70, lo cual me llevó a una conclusión: es muchísimo más fácil cumplir siempre con las normas de tránsito que desgastar mi memoria en 70 direcciones.
Habrá quien no piense así, pero si lo hay, aconsejo hacer ejercicios de estiramiento facial y de extremidades superiores, ya que en caso de fallarle la memoria tendrá que sonreír para cámara escondida y sacar su billetera en la Secretaría de Tránsito.
Hoy, algunos meses después de la instalación de la primera cámara, a pesar de las críticas de los detractores y que la norma es más estricta de lo necesario en vías como la Regional (avenida del río), poco a poco las velocidades no parecen tan bajas para una ciudad con un casco urbano de menos de 30 kilómetros de norte a sur, hay mayor voluntad para el paso de peatones, no se percibe tanto agobio y ruido de un tránsito sin control.
Se siente una ciudad más calmada en cuanto al tránsito. Un poco menos tensa. Y, seguramente, con un grado de accidentalidad y violaciones normativas mucho menor; cosas que no serían posibles sin que se tomen medidas para que haya conciencia vial, construcción de una sociedad y una mejor ciudad.
Y todo, porque desde chiquitos no nos sabemos comportar si no tenemos un policía al lado.
* Del Programa Jóvenes Pioneros de EL COLOMBIANO.
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