"México se está pareciendo a como se veía Colombia hace 20 años"; "hace 20 años casi el 40% del país en un momento u otro estaba controlado por los insurgentes, por las Farc".
El anterior comentario fue de la Secretaria de Estado de los Estados Unidos, Hillary Clinton.
Para algunos ese fue un desatino que levantó roncha, tanto en México como en Colombia.
Si somos conscientes de nuestra historia, antes que molestarnos debemos reconocer que esa era la realidad que muchos de nosotros nos negamos a ver en su momento y, que además, nos incomodaba en gran medida que los gobernantes mexicanos expresasen en sus declaraciones, que no permitirían que su país se colombianizara.
Más de una opinión en este sentido fue emitida por los medios y por nuestros indolentes gobernantes de esa época y anteriores.
Nosotros, en vez de enfrentar el problema, nos dedicábamos a lamentarnos de "la mala prensa" y de la distorsión de la realidad, que hacían los corresponsales que enviaban esas informaciones a las agencias internacionales de prensa.
Llegó a tal punto nuestra ingenuidad que elegimos un presidente farandulero que, con un abrazo con el jefe de los terroristas, vendió gran parte del territorio nacional para que estos facinerosos hicieran de las suyas durante más de tres años.
De los anteriores a este personaje es poco lo que hay que decir al respecto, puesto que sus mandatos no traen recuerdos diferentes a paquidermos, catedrales, oportunismos y rencores viscerales que antes que construir han destruido.
Los colombianos tenemos una forma muy extraña de afrontar los problemas, puesto que en vez de reconocerlos y saber que existen, pretendemos hacer la del avestruz, según me enseñaron en primaria, aunque parece que esta teoría está revaluada; esconder la cabeza creyendo que así desaparece el peligro.
Hace 20 años y en época más reciente, creíamos que a los señores de las Farc se les convencería de la inutilidad de su accionar con conversaciones, halagos, concesiones y permisividad; lo que logramos fue alimentar el monstruo que creció y creció hasta el punto de tener que destinar gran parte del presupuesto nacional para defendernos de sus aberrantes e inhumanos ataques.
Como es nuestro talante, le dimos largas al asunto, dejamos crecer el problema y permitimos que su accionar fuese apoyado por gobiernos extranjeros.
No teníamos diplomacia para contrarrestar la infiltración de esos individuos; parece que teníamos miedo de denunciarlos y denunciar a quienes los ayudaban. Cuando nos llenábamos de valor, salíamos con chorros de babas que dejaban un sabor amargo.
Hasta que alguien cogió el toro por los cachos y demostró que son atacables, vencibles y que su ideología es comprable y falsa.
Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
3 y 4