El Polo Democrático ha sufrido ataques injustos desde la política de comunicados y populismo armado de presupuesto que practica el gobierno los sábados en la mañana. Uribe intenta responder a los cuestionamientos actuales de sus contendores leyendo un manual de historia patria. El presidente sigue pensando que muchos de sus adversarios legítimos no son dignos de referirse a su obra de gobierno. El corazón grande tiene también un caparazón duro que prefiere la descalificación a la discusión. Vestir los agravios con el traje de los argumentos es una de las habilidades preferidas de Álvaro Uribe. Y están por supuesto las aversiones ideológicas instigadas por un converso, José Obdulio Gaviria, uno de esos hombres absolutamente seguro de sus nuevos prejuicios políticos.
Pero es más útil mirar los arqueos de caja del Polo de hoy que las hazañas armadas del ayer de algunos de sus miembros. La reciente y muy tardía discordia al interior del Polo por las cuentas de las campañas regionales de octubre de 2007 deja algunas malicias preocupantes.
Primero por el hermetismo digno de soviet supremo que rodeó todo el incidente. Lo que podía ser un malentendido corriente en cuentas electorales fue convertido en episodio de intrigas y silencios conspirativos. Nada que extrañar en un partido donde las decisiones las toma un cuerpo colegiado de 38 miembros, una especie de politburó que convierte todas las reuniones en congresos extraordinarios. El partido que preside Carlos Gaviria demostró estar acostumbrado a pedir cuentas pero no a que se las pidan.
La segunda inquietud tiene que ver con las habilidades administrativas del Polo. Intentando explicar la pequeña gresca Carlos Gaviria dijo una frase perfecta: "Cuando un partido se proyecta con vocación de poder, con posibilidad de asumir el poder y administrar el Estado, es necesario que sea creíble y por tanto que tenga la casa en orden". Pero sucede que luego de esa operación de limpieza se notan algunas cuzcas debajo de los tapetes además de un ambiente de celos y desconfianza entre sus habitantes. La casa del Polo Democrático tiene problemas pagando la cuenta de servicios y buscando un acuerdo sobre dónde invertir las cesantías. Entonces uno se pregunta, si eso pasa con el manejo de sus sedes de campaña, qué pasaría si dispusieran de la cartera de Hacienda. Hay que recordar que a Lucho Garzón le tocó dejar de ser un hombre de partido para poder gobernar en Bogotá. Al comienzo el Polo Burocrático amenazaba con hacerlo naufragar.
La tercera inquietud tiene que ver con la observancia de las normas electorales. El Polo aboga porque la financiación de las campañas sea asumida en su totalidad por el Estado. Y acto seguido se brinca los topes dispuestos por el Consejo Nacional Electoral. Jugando así a quien pide garantías extremas y no cumple con las reglas más simples.
El último de los sobresaltos surgido con la renuncia del secretario general del partido, un nombre con resonancias entre macabras y caricaturescas, tiene que ver con las categorías sociales y los prejuicios ideológicos que marcan algunas de las decisiones de nuestra izquierda. Buena parte del debate se dio por los gastos de publicidad en los canales privados de televisión. La versión de Daniel García-Peña es reveladora: "se suscitó un debate desde un comienzo entre quienes me criticaban por contratar a RCN y Caracol que son empresas de la burguesía, y yo fui muy claro en decir que si una campaña quiere llegar a los electores pues tiene que utilizar los medios de comunicación a su alcance". Queda la impresión que algunos dirigentes del Polo ven a los canales privados con los mismos ojos con los que Chávez ve a RCTV en Venezuela. Esos recatos infantiles a pautar en las "empresas de la burguesía" hacen pensar que el Polo estará siempre en manos de viejos pregoneros. Ojalá me equivoque.
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