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Óscar Tulio dejó el drama del secuestro en una bolsa

26 de octubre de 2008
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En una bolsa plástica blanca, larga, Julio César Pérez llevaba la parte más oscura en la vida de Óscar Tulio Lizcano.

Eran unos harapos. Una camiseta negra rasgada hasta no identificar las mangas; una sudadera azul oscura, raída por el tiempo; unas botas plásticas empantanadas. Eran los testigos de los ocho años de cautiverio del ex congresista que recuperó su libertad en Chocó.

Julio César fue uno de los paramédicos que le dio el primer vistazo a Lizcano, una vez estuvo en tierra firme en Cali. Lo revisó, chequeó sus signos, lo llevó al Clínica Valle del Lili. Allá pasó su primera noche.

Lizcano arribó a la clínica hacia la 1:10 de la tarde, luego salir del cautiverio, y dar unas primeras palabras que expresaban su libertad. En una ambulancia amarilla, y con una veintena de curiosos que gritaban su nombre como el de un ciclista en carrera, Óscar Tulio llegó a donde se reencontraría con su familia.

"Estoy inmensamente feliz porque estará con nosotros. Lo vi muy acabado, muy triste, cansado. Solo quería hablar con él, volverlo a ver", explicó Mauricio, su hijo mayor y también congresista.

Mauricio fue el primero en llegar a la clínica. Quiso verlo en la base aérea Marco Fidel Suárez, pero no alcanzó. Esperó hasta un par de huecos en sus exámenes para hablar con él.

Antes, Óscar Tulio habló con Martha, su esposa, y con Juan Carlos, su hijo menor. Ellos, junto a otra decena de familiares entre hermanas, sobrinos y allegados, llegaron a la clínica cuando caía la tarde. En las puertas, un mar de fuerza pública esperaba la llegada del presidente Álvaro Uribe Vélez, que había comenzado el día pensando en indígenas y que pretendía terminarlo escuchando la alentadora historia de la caminata de libertad de Óscar Tulio.

"Nos contaron cosas desgarradoras, muy fuertes. Que por ejemplo, para no enloquecerse tuvo que clavar unos palos en medio de la selva, ponerles nombre y empezar a darles clase. Son historias que cuentan lo duro de su cautiverio", comentó su hijo Mauricio.

Julio César, el de la bolsa, apenas es paramédico, no tiene su título en medicina. Pero pudo ver algunas de las enfermedades de Lizcano. Vio que estaba deshidratado en grado 3, grave pero muy tratable. Supo que padecía un problema urinario.

Lizcano le contó que llevaba tres días sin dormir, que le dolían las piernas y parte de la espalda por la posición en que dormía. Y que, tras esa amarga costumbre de vivir por más de 100 meses en el medio de la selva, no creía que ya era una persona libre.

"Me contaba que muchas veces soñó que estaba en una ambulancia, que ya estaba en libertad. Pero que se despertaba y se daba cuenta que era un sueño. Que seguía en el monte. Yo lo tranquilicé, le dije que ya era libre", comenta el paramédico.

Lizcano contó que se desesperaba por su enfermedad, que leía un vademecum, aprendía de sus padecimientos y se automedicaba. Que eso también lo tenía enfermo. A Cali llegó con una descompensación, que al ministro Juan Manuel Santos casi se le desmaya en los brazos, que se sentía débil. Pero que estaba feliz.

Y aunque no dormirá en su cama, esa que dejó hace casi una década, si estará con su gente, con su familia, con los que lo esperaron por años. Atrás quedó el cautiverio. Quedó metido en lo profundo de la bolsa de Julio César.

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