Cartagena se lleva en el corazón, lo comprueban dos lectores: Betty Diessner que quiso que su marido inglés la conociera, y Miguel Álvarez, esposo de cartagenera, que lleva cinco años visitándola, comparándola con otras y planea vivir allí sus días de retiro.
Ambos lamentaron lo que vieron: una ciudad sucia, desordenada, cara y sin infraestructura turística. Como pasa con los seres que se quieren mucho, los defectos no merman el amor pero tampoco callan el desconcierto.
Autoridad turística de la ciudad se pronunció sobre las quejas, dio explicaciones y propone vías de solución.
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