La imagen de un coronel de la Policía empuñando un delicado ramo de rosas, a la entrada de un banco que está en medio de una toma de rehenes, no tiene antecedentes cinematográficos.
Del otro lado de la vía, invisible a la muchedumbre, hay un francotirador. Desde adentro, un suicida se apunta a la cabeza con un revólver calibre 38, que minutos antes le arrebata al celador.
El hombre es de ojos amplios y diáfanos, pero se le percibe una mirada desorbitada, de loco, dicen muchos. Dos policías del Gaula, suben las escalinatas vestidos de sacerdotes. En la mano, visible a los ojos del público, llevan el arma con la que piensan persuadir al transgresor: la Biblia.
Una película de este corte, pudo haberse filmado el 2 de septiembre pasado en la sede de Confiar, en San Javier, sin la necesidad de extras o maquilladores. Los personajes no tuvieron tiempo de ensayar sus papeles.
Todo comenzó antes de las 2:00 p.m. Quien estaba originando la situación en crisis era Francisco Cartagena, un ex vigilante que aducía estar despechado.
"Le pedí a un funcionario del banco que me comunicara con él por celular. Luego, comencé a interrogarlo. Necesitábamos saber sus exigencias", recuerda el coronel Luis Eduardo Martínez, comandante de la Policía Metropolitana.
Aunque hubiese podido hacerlo, este oficial con 29 años en la institución no delegó en sus subalternos la negociación. Luego de transcurridas dos horas, Martínez ya había logrado que Cartagena dejara salir a las siete personas que aún quedaban adentro. "Trajimos unas flores que pidió, pero recuerdo que me dijo que le parecían muy chichipatas", agrega.
Que al lugar se hiciera presente su amada, era otra de las exigencias. Se cumplió, aunque ella declarara que eran solo amigos. Cuatro horas después y en una maniobra de paciencia y agudeza mental, Martínez logró entrar y recuperar el arma, valiéndose apenas de la palabra. No se disparó un solo tiro y la vida de Cartagena tuvo otra oportunidad.
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