Las temperaturas promedio de hoy son superiores a las registradas desde que tenemos noticia del surgimiento de la especie humana. A su vez, la concentración de partículas de dióxido de carbono en la atmósfera es, en la actualidad, de 383 partes por millón, la cifra más alta desde ese remoto pasado. Este fenómeno, que es causa del calentamiento global, es subproducto del proceso de industrialización iniciado en Inglaterra a fines del siglo XVIII. De otro lado, cerca de la mitad de la población mundial vive bajo la línea de pobreza de dos dólares por día; 1.600 millones de personas carecen de acceso a la electricidad. Superar estas situaciones requiere la industrialización de vastas regiones del planeta; o sea, por definición, incrementos sustanciales en el consumo de diversas formas de energía. Si ello ocurriere utilizando las tecnologías convencionales los riesgos apocalípticos se convertirían en realidad.
Para la humanidad es crucial adaptarse, en primer término, al cambio climático y, en segundo, revertir, luego de un período de estabilización, la acumulación de gases de efecto invernadero. Lo que cada una de las sociedades que nos integran haga o deje de hacer, afecta al conjunto de los 3.600 millones de personas que habitan el Planeta, su fauna y flora. Lograr un acuerdo de carácter universal, para ampliar y profundizar el Protocolo de Kioto, es el propósito del Plan de Acción acordado en Bali en diciembre para encauzar las negociaciones que deben concluir en Copenhague a fines de 2009.
De la circunstancia de que todos debamos compartir la responsabilidad, no se deduce que debamos asumirla de igual manera. El daño acumulado durante los dos últimos siglos ha sido causado casi exclusivamente por los países que ya han logrado índices elevados de bienestar, los mismos que continúan siendo actores principales del problema. Mientras los Estados Unidos, por ejemplo, descargan veinte toneladas anuales per cápita a la atmósfera, los habitantes de la India aportan cada uno el 10% de esa cifra. Por último, ellos tienen la capacidad financiera y disponen de la tecnología para la mitigación del cambio climático.
A pesar de precedentes negativos tales como el estancamiento de la Ronda Doha para la liberación del comercio mundial, encuentro motivos de esperanza sobre la conclusión de las negociaciones. En los Estados Unidos, que juntamente con China, son los causantes principales de la expansión de las emisiones, el clima político ha cambiado positivamente desde cuando rehusaron ratificar el Protocolo de Kioto. China, a su vez, experimenta ya en su propio territorio los efectos negativos del cambio climático y tiene conciencia de la insostenibilidad de su modelo de industrialización. Hay ahora mayor evidencia científica sobre la cercanía del abismo y un grado alto, por lo tanto, de conciencia en la opinión pública. Este conjunto de circunstancias determina que el costo político y económico para el país que decida quedarse por fuera del acuerdo que se suscriba en Copenhague pueda resultar insoportable; por ejemplo, viéndose sometido a aranceles suplementarios para sus exportaciones.
Es obvio que Colombia debe hacer causa común con los países en desarrollo. También que tiene intereses específicos que comparte con solo algunos. Me refiero a su condición de país cubierto de bosques, que tan importantes son para mitigar la emisión de CO2; a su biodiversidad -la mayor en el mundo en proporción a su territorio- que la elevación de las temperaturas pone en jaque; a su potencial como productor de biocombustibles, que es una de la alternativas limpias al uso de hidrocarburos; y a su enorme potencial ganadero cuya concreción impone ajustes significativos para atenuar las emisiones de gas metano.
Por estas razones considero urgente la creación de un observatorio ciudadano que haga un seguimiento riguroso al avance de las negociaciones.
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