En este aspecto debemos comenzar por decir que en la primera mitad del siglo XX todos los elementos de la casa tenían un uso, es decir, nada de accesorios inútiles. Esta premisa incluye la vestimenta. Es decir que no existía esa necesidad imperiosa de algunas mujeres de la actualidad, de comprar cientos de pares de zapatos y prendas de cada color, aún cuando no vayan a usarse.
En aquel momento no había mucha ropa, solo la necesaria. De acuerdo a las costumbres existían convenciones para los colores. Una viuda, por ejemplo, debía estar toda su vida de luto o medio luto, mientras que las demás personas usaban colores pasteles.
Aquellos tonos más vivos estaban reservados para las prostitutas y era toda una deshonra atreverse a llevar, por ejemplo, un vestido rojo.
Los colores diferentes a los pasteles también servían para identificar a las personas de clase alta, cuya ropa importada traía detalles que los diferenciaban de los demás.
Hay normas esenciales del lavado para las telas de la época. Nada de restregar rápidamente, cada prenda era sometida a un cuidadoso ritual de lavado y almidonado por parte de las mujeres. Si alguna camisa se manchaba por su exposición al sol, no había más remedio que repetir el lavado una y otra vez.
Incluso, para aquellas personas que trabajaban en el campo o actividades que implicaran ensuciar mucho la ropa, tenían preparadas en casa sus prendas limpias y suaves para ir a misa o a encuentros sociales.
No podemos descuidar la orden incuestionable de no mostrar piel. Los escotes actuales, las llamadas ombligueras o los jeans descaderados hubieran sido la mayor vergüenza para cualquier familia. Ni siquiera los pantalones anchos estaban permitidos para las damas.
En este orden de ideas: los guantes eran imprescindibles, así como un manto o sombrero para cubrir la cabeza y las enaguas para evitar que se subiera la falta. El empeine del pie podría ser una parte del cuerpo potencialmente sensual e incitadora para los hombres, por lo que era necesario taparlo a como diera lugar.
En el campo, generalmente no había forma de cubrir los pies. Los zapatos no eran precisamente un bien de consumo masivo o primera necesidad. Aun así, cubrirlos con alpargatas de lino, solucionaba el problema de la seducción con los pies.
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