Todos los domingos Beatriz González mira el periódico. Y entre tantas fotos, hay unas que de pronto le llaman la atención.
"Esas las corto y hago un archivo. Antes estaban revueltas, metidas en una caja. Ahora las tengo ordenadas por temas. Inundaciones, que es lo que estoy trabajando. Tema de indígenas, de violencia o paras".
Suelta una sonrisa. Beatriz González, de frente, no se parece a la pintora seria que aparece en las fotos. El humor está siempre. Julián Posada lo define: "Santandereano duro". En eso se parece a su mamá, dice ella. "Tenía un humor tremendo. Muy fino".
Detrás de la artista están sus obras. Muchas de las que ha pintado desde hace 62 años y que le dan forma a la exposición La comedia y la tragedia. Retrospectiva 1948-2010.
Los que estuvieron ahí pueden quedarse con la imagen de una Beatriz emocionada, cuando vio en el Museo de Arte Moderno, colgada en toda su dimensión, que es casi de todo el alto, el Telón de boca para un almuerzo . Hace días no la veía completa.
"Está sorprendida. Es una exhibición -añade Posada (uno de los curadores)- que ocupa todo el museo, que te puedes pasar una mañana entera y vas a ver mil cosas".
Fueron 59 coleccionistas e instituciones y cerca de 200 piezas, realizadas por la maestra durante toda su carrera. Desde cuando supo que no se podía quedar pintando a Vermeer y Velásquez, pero tampoco empezaría de cero: es una pintora de imágenes que ya existen, y que transforma.
Las mezcla, las desordena, como en esos cuadros en que aparecen las sillas que vio en otra imagen y no con los señores que llevan los ataúdes y van a enterrar las fotos y no a la gente. "Es la versión de ella", expresa Alberto Sierra (el otro curador).
Están obras de hace poco, 2009, 2010. "Las obsesiones son las mismas. Repite esa idea de la repetición", señala Julián. Camina. No posa. Conversa. Tiene historias y anécdotas por montones.
"Son muchas fotos y yo soy tímida". Mira para otro lado. "Por la noche voy a tener que pedir un psiquiatra". Otra risa y queda congelada.
La artista
Si para todos La comedia y la tragedia es una muestra para recorrer a Beatriz González, para leer su mirada sobre el país, para ella sí que es devolverse. Quiere cerrar los ojos.
Entra a esa sala donde están sus obras del principio y ve que el color no era tan fuerte como pensaba. "Siento una secreta admiración por la técnica, ¿cómo pude hacerlo?". Se siente feliz con lo de Turbay. "Quería denunciar". Luego viene esa época dolorosa, "que es lo que hago ahora". Se mira en retrospectiva: "Cómo uno se comporta de una manera tan rara".
También fue reencontrarse con pinturas que no veía hace tiempo. A ella le gusta Medellín y no porque se sienta paisa. "Los grandes coleccionistas míos están en Medellín. Aquí mi obra encontró eco. Mario Arango, por ejemplo, me compró cinco, cuando yo las regalaba, porque nadie las quería". De las de él volvió a ver una que se llama Calarcá . Se alegró. Hay unas que le vuelven a doler.
"Me dio duro las que no pudieron venir porque las dañaron y otras se perdieron. En Bucaramanga regalé un dibujo maravilloso de la familia de Turbay, un dibujo grandísimo que me tomó mucho trabajo y lo tienen destruido".
La exhibición es la más importante retrospectiva que se haya hecho en el país sobre ella. Un homenaje que requirió de un año y medio. Son muchos propietarios, comentan los curadores, muchos trámites, muchas negociaciones. "Me costó trabajo no ser curadora de mi propia obra. Quedarme callada me costó porque son (Sierra y Posada) muy necios". Su humor, de nuevo.
Beatriz recuerda que en una muestra de su trabajo Las delicias, un niño le contó que había visto "cosas muy tristes con colores muy bonitos". Los colores no los puede dejar. Tampoco su carácter, que está en sus obras, ni su país.
"Es una mujer profundamente humana, con una posición ética impresionante -concluye Julián-. Esto es un viaje a la conciencia del país. Ella de alguna forma representa la conciencia de lo que deberíamos ser y no somos".
Pico y Placa Medellín
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3 y 4