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Sobre ausencias y dolor se reconstruye la vida

MADRES Y VIUDAS apoyadas por la empresa Carbones San Fernando trabajan en proyectos productivos y de emprendimiento para labrarse un futuro. No dejan de caer las lágrimas, pero hay esperanzas, se ve un renacer.

  • Sobre ausencias y dolor se reconstruye la vida | Róbinson Sáenz | Así como Claudia Pizarro y Elizabeth Romero, que trabajan elaborando muñecos y lencería, hay otras que montaron proyectos como la crianza de animales, elaboración de productos comestibles y otros negocios.
    Sobre ausencias y dolor se reconstruye la vida | Róbinson Sáenz | Así como Claudia Pizarro y Elizabeth Romero, que trabajan elaborando muñecos y lencería, hay otras que montaron proyectos como la crianza de animales, elaboración de productos comestibles y otros negocios.
11 de junio de 2011
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Si todo fuera tan fácil como decir tengo una pensión que me permite vivir con dignidad, a Odeilda Vasco Álvarez no se le encharcarían hondo los ojos cuando mira la foto de su esposo y recuerda lo feliz que era con él, todas las cosas maravillosas que compartieron en los tiempos que él estuvo vivo.

Pero ¡qué va! A Luis Carlos Zapata Rendón también se lo tragó la tierra ese 16 de junio de 2010, cuando explotó el socavón San Joaquín, y desde entonces los días de esta señora de 68 años nunca volvieron a ser tan felices como antes. Se tornaron amargos, melancólicos.

Y fue tanta la nostalgia que la invadió tras el deceso de su amado, que no fue capaz de seguir viviendo en la misma casa que habitaban a la entrada de Amagá, y a los meses buscó refugio en otro barrio que la alejara de los recuerdos para que la melancolía no la consumiera.

-¡Ay mijo!, pasamos treinta años juntos, cuando él murió me cogieron muy seguido los ataques de epilepsia de tanta tristeza y en diciembre fue muy duro, no aguanté y me vine para acá-.

Ese para acá es una minicasa en un barrio conocido como El Alto, en donde todo el tiempo hace silencio y doña Odeilda no se expone a los recuerdos, sobre todo a ese bullicio de las calles que tanto le evoca a su Luis Carlos, que era tan alegre.

-El último regalo que le di fue el Día del Padre, una toalla no más, porque a él no le gustaba que le diéramos nada, que había que ahorrar la platica, no malgastarla-, narra Odeilda y deja que sus ojos se humedezcan.

Ella, toda bondad y dulzura, saca un álbum y despega una tirilla de tres imágenes tamaño cédula con la foto de su esposo. Es la misma imagen que mira cada noche o cada que "los recuerdos me invaden", porque Luis Carlos se le fue cuando más soñaban una vejez juntos al lado de sus tres hijos de crianza.

-Yo estoy recibiendo la pensión de él, es buena platica, pero eso no me llena, él era el alma de la casa y sin él todo es vacío-, cuenta esta viuda, que reconoce el apoyo que le ha dado Carbones San Fernando y la rapidez con la que le gestionaron la pensión.

Ella aún está a la espera de una indemnización por el fallecimiento, igual que otras 43 madres o viudas de las víctimas, pues 33 de ellas ya acordaron recibir una casa que les ofreció la compañía, que espera que todas acojan esta propuesta para hacer un gran proyecto habitacional, explica Juan Ricardo Montalvo, gerente de la mina.

Entre nudos y esperanzas
Pero si a Odeilda no le es fácil hablar de su esposo Luis Carlos, a doña Fabiola Rivera sí que se le hace un nudo cuando recuerda a su hijo Javier Antonio Zapata, otro minero fallecido en la tragedia del socavón San Joaquín.

A ella, también de 68 años, la atormenta el recuerdo de ese último Día de la Madre cuando él, aunque hizo todo lo posible, no la pudo acompañar en la celebración.

-Ese día pidió cambio de turno, pero el que lo iba a reemplazar no llegó y ya muy tarde me llamó de su casa a disculparse y decirme que me quería mucho, pero que sentía mucha tristeza de no haber estado conmigo-, relata Fabiola, que toma entre sus manos una página de periódico donde aparece su hijo al lado de todos los muertos de la mina.

Dice que cada noche dobla la hoja para que se vea sólo esa fotico y le ora a Dios por él, por su esposa Nelly Arboleda y sus nietos. Admite que a su nuera le están pagando la pensión cumplidamente, pero que nunca arrancará de su mente el recuerdo de Javier Antonio, aunque ahora llora menos que antes.

-¡Uf!, es que yo me iba a consumir, pero he ido encontrando consuelo, lo que pasa es que él era muy bueno conmigo y con su familia-, añade entre sollozos.

Unos sollozos muy iguales a los que emite Claudia Pizarro Taborda cuando trae a su mente la imagen de su hermano Héctor Adolfo, otra de las víctimas de la tragedia.

El Monito, como le decían, "era alegre, lo más querido" y por eso le dejó tantos vacíos, a ella, a su esposa Elizabeth Romero y sus dos hijos de 6 y 2 años.

Juntas, Claudia y Elizabeth ahora trabajan elaborando muñecos, almohadas, tarjetas y otros productos que comercian y con los que buscan labrarse un futuro. Lo hacen apoyadas por el programa Amagá Vive, de Carbones San Fernando, que quiere ser una alternativa para que las familias de los mineros mejoren sus ingresos y tengan bienestar social y humano. Hace poco nació la Asociación Colombiana de Mujeres de Amagá, que aglutina a varias madres y viudas que, unidas en el dolor, también están llenas de esperanzas de futuro.

Claudia y Elizabeth sienten que a partir de este proyecto sus vidas han mejorado y han superado la etapa de los lamentos con el entusiasmo por el trabajo y la solidaridad.

-Ahora trabajamos mucho más, estamos creciendo y eso le da muchos ánimos a uno-, comenta.

Empujando estos proyectos están la joven Tatiana Escobar y Jaime Rojas, del área social de Carbones San Fernando, que toman los componentes educativo, de salud, de emprendimiento, comunitario y sicosocial para que las beneficiarias tengan apoyo integral.

-Adicional, tenemos el proyecto Atrapasueños, dirigido a niños y a hogares comunitarios, con dotación, juguetes y materiales pedagógicos-, explica Tatiana, que es la pedagoga para el tema.

Además de estas mujeres, los mineros también levantan banderas de ilusión.

Esta semana instalaron una imagen de la Virgen de Santa Bárbara (para ellos su protectora) a la entrada del socavón y se sienten con ánimos de seguir trabajando.

El ejemplo es Álvaro Holguín, de 54 años, quien también laboró en Industrial Hullera y de San Joaquín le tocó sacar hasta muertos el día de la tragedia.

Dice que se sigue hundiendo en la tierra porque es lo único que sabe hacer, pero admite que luego de la tragedia la mina está más segura.

-Ya no se siente tanto calor, hay más ventilación y veo todo muy mejorado-.

Así, en medio del dolor y los duros recuerdos, estas madres y viudas reconstruyen sus vidas.

Es el mejor homenaje que, dicen, pueden hacerles a esos que las amaron y lucharon por darles lo mejor, así hubiera sido hundidos en la tierra, entre el polvo y el calor, hasta morir.

Que es lo más claro que tienen los mineros y lo repite Álvaro mientras se alista a ingresar al renovado socavón San Joaquín: "allí se entra, pero uno nunca sabe si se volverá a salir...".

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