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Sueño heredar de un millonario colombiano...

03 de noviembre de 2009
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¿Una mansión en Cartagena, un pent-house en Manhattan o un secretillo de banco suizo? Efímeras formas de desaparecer.

Los millonarios, los pobres y los del medio, compartimos un anhelo: prolongar nuestra existencia?

En una colina en Santa Mónica, California, sobre un majestuoso mirador de Los Ángeles y del Pacífico, se impone el Getty Center. Diseñado por Richard Meier, el moderno edificio está compuesto por centros de investigación y conservación, jardines, y cinco pabellones de galerías, con obras de Van Gogh, El Greco, Rembrandt y Fra Angélico (entre otros artistas), además de conmovedores manuscritos medievales. El Getty es de la gente, nadie paga por ingresar.

Jean Paul Getty, el propietario de la colección de arte, era un petrolero estadounidense, egresado de Oxford. Cuando falleció, en 1976, se le consideraba el hombre más rico del mundo. Su descendencia sigue en la lista de Forbes.

Para dejar atrás la anécdota de farándula: Getty trascendió a la acumulación de capital.

No me interesa, ahora, considerar lo que un museo representa para los artistas, curadores y críticos; lo esencial del arte, como manifestación del espíritu humano, es su eco en el espectador -el erudito, el desprevenido-.

A partir de la obra de arte, en el espacio de un museo, se construye la memoria colectiva, se despliega el mundo. De allí emergen planes para crear, educar y sensibilizar. De hecho, la donación que Botero hizo en el año 2000 es parte de un proyecto pedagógico sostenido, que el artista comenzó en 1974, con la entrega de la obra Exvoto (1970).

Si bien algunos museos nacionales exhiben donaciones de colecciones particulares y otros han contado con importantes inyecciones económicas del sector privado; no tenemos un lugar dedicado al arte universal, patrimonio cultural derivado de las grandes fortunas que, efectivamente, pertenecen a compatriotas. (Por su uso y características de exhibición, el Museo El Castillo no sería un ejemplo adecuado).

Sueño con que mis hijos y nietos repitan el nombre de algún colombiano que entregó su patrimonio (bien habido) a la cultura del país. Uno que encuentre la zapatilla de esa Cenicienta que, instituciones públicas y privadas, poco sacan a bailar.

No más faraones que se van a la tumba con todos sus bienes ni niños terribles que derrochan herencias: ¡merezcan la santidad de sus nombres!

¿Hay otras prioridades? Colombia es un rompecabezas difícil de armar?

Jean Paul Getty no murió en 1976. Vivirá mientras su nombre esté en una cumbre de Santa Mónica y en otra más, de la historia: la filantropía.

Un valor: Templanza. "La Poncia: ¡Es que tus hijas están ya en edad de merecer! Demasiada poca guerra te dan. Angustias ya debe tener mucho más de los treinta. / Bernarda: Treinta y nueve justos. / La Poncia: Figúrate. Y no ha tenido nunca novio... / Bernarda: ¡No, no ha tenido novio ninguna, ni les hace falta!". La Casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca. (Teatro Metropolitano, hoy, a las 8 p.m.).

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