En un acto de despedida eterna o de respeto, el soldado tomó la estampa de María Auxiliadora y la descargó sobre el altar improvisado.
Se echó la bendición y acomodó la imagen junto a la cruz, en la tierra del costal ubicado justo donde el día del atentado, el sargento de la Policía Luis Alberto Hernández prestaba su guardia. La imagen era del policía, por eso el militar quiso devolvérsela para que lo acompañara en su viaje eterno.
En este acto no hubo palabras, solo un gesto del soldado con el que buscó darse consuelo ante el panorama desolador de Toribío, que a sus espaldas enseñaba los muros ajados de las viviendas que se retorcían y casi tocaban el suelo y las ruinas de los techos que amenazaban con venirse abajo.
"Mire cómo nos dejaron el pueblo. No es justo que nos toque vivir estas pesadillas. No tenemos la culpa del conflicto, lo único que buscamos es vivir en paz", decía la voz cansada de Ferney Gallo Arcila mientras levantaba de su casa el techo. Él es uno de los toribianos que ha tenido que reconstruir cinco veces su vivienda por culpa de los atentados de las Farc.
Adentro, en su casa, los escombros dan cuenta de la necesidad de una nueva morada. Afuera, los muros caídos, los techos levantados y las calles ajadas llenas de pedazos de madera y trozos de ladrillo, indican el poder de la explosión.
"Tendremos que volver a empezar. Hace unos años el Gobierno nos dio una ayuda después de un atentado y nos alcanzó para hacer tan solo una pieza. Pero en este atentado nos quedamos sin pieza y sin casa", dice Ferney.
Y es que la familia Gallo Arcila es una de esas que ha padecido los rigores de la guerra, la del Sexto frente de las Farc en Toribío.
Édison Alfredo Gallo, hermano de Ferney, perdió uno de sus riñones el 31 de octubre de 2009 cuando guerrilleros intentaron tomarse el Banco Agrario y tiraron una granada contra el establecimiento bancario.
"Ese día en el banco había seis policías custodiando. De pronto se acercaron unos milicianos y arrojaron una granada. Me tiré al suelo y sentí cuando las esquirlas me dieron en la espalda", recuerda Edison, quien para salvar a su hijo de 3 años, que tenía en brazos, se tiró sobre él.
Esa vez, tres civiles quedaron heridos.
El día del atentado
A las 9:40 de la mañana del pasado 9 de julio, Carmen se encontraba junto al sargento de la Policía, Luis Alberto Hernández.
Era día de mercado en Toribío y la mujer conversaba con el uniformado sobre "lo bonito del día". Sin embargo, los toribianos no concuerdan con los relatos sobre el clima, pues algunos aseguran "que llovía y el día estaba frío".
Carmen cuenta que Hernández "me pidió el favor de que le lavara una toalla. Me despedí de él. Comencé a subir a mi casa, a unos metros de la estación de Policía".
En su camino, Carmen vio una chiva que descendía lentamente cargada de plátanos y con algunas de sus carpas abajo. Adentro, dos hombres vestidos de campesinos discutían sobre el mercado. Luego se tiraron del vehículo en movimiento, situación que a ella le "pareció muy extraña".
La mujer metió la llave a su puerta, cuando sintió que una explosión la tiraba contra la pared de la cocina. Trató de levantarse, pero un denso humo amarillo le cubrió la cara y tuvo que permanecer en el piso. Ahí comenzaron las explosiones.
Llegó el terror
Después de la detonación de la chiva bomba, la confusión se tomó Toribío. Los milicianos comenzaron a disparar tatucos (rockets caseros) y fusiles desde el morro Lomalinda.
Carmen se levantó y vio a los compañeros de Hernández recogiendo los pedazos de su cuerpo para darles sepultura.
La gente, en su mayoría indígenas, comenzaron a correr para refugiarse, y en esa carrera, fue cuando Diego Fernando Penagos encontró la muerte. Buscando refugio, una de las metrallas con que cargaron una de las pipetas se alojó en el corazón. Metros más arriba, en la plaza de mercado, Jesús Leonidas Muñoz caía bajo una de las pipetas disparadas por el accionar de la chiva bomba y a unos metros moría Adán Ui, con artefactos en su cuerpo.
"Él ese día se fue a mercar. Madrugó porque quería venirse temprano a la casa porque se sentía cansado. Nunca regresó, y eso es lo que más nos duele", recuerda una de sus hijas.
Dice el alcalde de Toribío, Carlos Alberto Banguero, que las Farc no pudieron cumplir con su cometido de tumbar el pueblo "pero fue un milagro, porque la gente toda estaba en las calles".
Después de la gran explosión, los guerrilleros trataron de tumbar la caja fuerte del Banco Agrario, pero esta solo se desvió hacia una pared de una vivienda vecina.
Toribío se derrumbó. En las más de 460 casas afectadas los muros se doblaron como si fueran de papel, los techos se desplomaron sobre las camas y muebles y las calles se ajaron, tanto, que en algunos sitios los parroquianos y sus perros hacen su mejor esfuerzo para no caer en las zanjas.
"Es como si hubiera pasado un terremoto", dice uno de los habitantes, mientras con pala en mano recogen lo poco que les dejó la explosión de una chiva cargada con 14 pipetas explosivas.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU), también rechazó el ataque en el que resultaron heridos 122 personas. La escuela quedó inhabilitada, la Iglesia de la población quedó averiada, y el Banco Agrario destruido.
Renacer de las cenizas
Si algo tienen los municipios del norte del Cauca es su capacidad de reponerse a las tragedias de la guerra. En especial Toribío.
Este municipio enclavado en las montañas de la Cordillera Central, donde los principales cultivos son de café y maíz, ha sufrido entre 1983 y el 2011, 600 hostigamientos de la guerrilla, 14 tomas guerrilleras y la destrucción del pueblo cinco veces a manos de las Farc.
Por eso, un día después del ataque del Sexto frente de este grupo guerrillero, comandando por alias "Jaimito", los residentes tomaron fuerzas y comenzaron la reconstrucción de sus viviendas y sus vidas.
"En estos momentos estamos en la misión de reconstruir nuestro ánimo ya que tenemos la vida. Por ahora acompañamos a la gente desde el Evangelio. En momentos de dificultades buscamos a Dios para darnos fuerzas", dice el misionero Peter Ocheng.
Por eso en las calles se ven a los toribianos recogiendo los escombros a punta de pala para volver a comenzar, como en 2002, 2006, 2009 y ahora en 2011.
"Vamos a salir adelante así como lo hemos hecho las otras veces. Por eso trabajamos unidos", dice Juan, uno de los toribianos que recogen lo que quedó de las pipetas y los hierros retorcidos para venderlos y ganarse algunos pesos.
Llegó la Fuerza Pública
El viernes los habitantes de Toribío sintieron el eco de las botas en las calles de su municipio.
Desde sus casas destruidas, vieron desfilar una compañía de hombres de las Fuerzas Especiales Urbanas y están a la espera de 450 hombres que vigilarán las localidades de Toribío, Caloto y Jambaló, asediadas constantemente por la guerrilla.
El comandante del batallón de operaciones No. 3, coronel Mario Beltrán, manifestó que "en este momento las operaciones militares avanzan, estamos todas las unidades comprometidas en enfrentar y encontrar a las estructuras armadas ilegales y milicias que se resistan a la captura y sigan con su disposición al margen de la ley".
El almirante Édgar Cely, comandante de las Fuerzas Militares, indicó que "tenemos una parte del batallón de acción decisiva que ese encuentra en entrenamiento en Tolemaida y que llegará aquí (Popayán) alrededor del 23 de julio. Este viernes más vuelos traen el resto del batallón".
Después de una reunión en la iglesia semidestruida, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) entregó ayuda humanitaria a 475 personas afectadas por los ataques.
Benno Kocher, jefe de la subdelegación del CICR en Cali, dijo que al organismo le preocupa la difícil situación humanitaria por la que pasan los habitantes del norte del Cauca y que a través del diálogo confidencial seguirá insistiendo para que todas las partes en el conflicto armado cumplan con su obligación de respetar a la población civil.
Aquel fatídico 9 de julio pasado será recordado por los toribianos como una de las tragedias más grandes de su historia. Nunca olvidarán el estallido que les acabó con sus viviendas, sus vidas y les fijó en el alma el repudio por las Farc y un dolor que los acompañará hasta el fin de sus días.
Pero cada escombro levantado del suelo y cada pared reparada es el símbolo de un pueblo que está cansado de una guerra que le pasa por encima y de la que quiere salir de una buena vez.
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